Dicen los escritos que fue en el año 334 a.C. cuando Aristóteles postuló que la tragedia (mediante una serie de circunstancias que suscitan piedad o terror) es capaz de lograr que el alma se eleve y se purifique de sus pasiones. Este proceso, que se denominó catarsis, es la purificación interior que logra el espectador a la vista de las miserias humanas. La antigua Grecia es un filón de sabiduría y el Athletic quiso evocar ese legado que dejaron el propio Aristóteles, Sócrates, Platón y demás coetáneos, para sufrir lo que pudo haber sido un episodio trágico y que se convirtió en un abrir y cerrar de ojos en una experiencia vital entre los dioses del Olimpo, bajo la tutela del mismísimo Zeus.
Lo cierto es que el Athletic jugó con fuego, lo que es autodestructivo cuando se comparece en lo que llaman la caldera del Apostolos Nikolaidis, pese a ser un estadio de solo 16.000 espectadores de capacidad. Kuko Ziganda lo reconoció en su comparecencia pospartido. Ha sido el peor partido de su equipo desde que ejerce como entrenador. Evidentemente, lo dijo por la primera hora que ofrecieron los leones, irreconocibles, abrasados por el momento y por sus propios errores, lo que pintaba un desastre histórico en la mítica Atenas y un disfrute de la parroquia del Panathinaikos, al que quizá le pudo el éxtasis para no acabar por quemar al conjunto rojiblanco, que escapó del infierno desde el primer tanto de Aduriz, que renació a tiempo para consumar después la increíble remontada.
Fueron siete minutos de auténtico frenesí para el Athletic, impulsado por ese aire procedente de la antigua Grecia. Fiel a Sócrates, que creó la obra del Conocimiento de uno mismo. El conjunto de Ziganda se miró al espejo, observó su macabro aspecto y se puso maquillaje para sacar una versión impactante, desde el minuto 68 al 74, periodo en el que firmó sus tres goles que dieron la vuelta a la tortilla ante la incredulidad del equipo griego, martirizado por su propia historia.
el recuerdo de urrutia Volteretas de este pelaje se suelen dar en pocas ocasiones. A Josu Urrutia quizá le vino a la memoria una de ellas que vivió como jugador. Fue en la temporada 2001-02, en un partido de liga en Balaídos. Entonces, aquel Athletic de Jupp Heynckes sucumbía por 2-0 ante el Celta, que marcó su segundo tanto a los 79 minutos. La derrota se antojaba inevitable, pero emergió uno de esos arrebatos similares al de ayer en Atenas. Mismo intervalo de siete minutos y misma perplejidad. El Athletic remontó ese partido en Vigo entre el minuto 83 y el 89, con las dianas obra de, en este orden, David Karanka, Joseba Etxeberria y Pablo Orbaiz. Urrutia, para más detalle, había comparecido en el minuto 58, casi en el mismo instante en que lo hizo ayer Iñaki Williams, determinante en el triunfo.
Los anales recordarán la remontada, pero Ziganda y el vestuario probablemente meditaron anoche y lo harán esta misma mañana durante el regreso a casa desde Atenas sobre lo que sucedió antes de ese minuto 68. Porque durante esa hora larga el Athletic fue una caricatura de sí mismo y, quizá, lo más preocupante fue que asomó como un coladero en defensa frente a un Panathinaikos venido a menos y que posee un potencial muy inferior al rojiblanco. La gestación de los dos goles del conjunto griego, que incluso estuvo cerca de hacer un tercero en tiempo de descanso, retrató una debilidad que requiere una rápida corrección, porque no siempre sonará la flauta como ocurrió anoche, en la que el Athletic deja aparentemente sellado su billete a la fase de grupos.