Bilbao - Los números empiezan a jugarle una mala pasada a Iñaki Williams y reflejan una parte, no la totalidad, del problema que desde el comienzo de la temporada se detecta en las bandas del equipo. Ninguno de los cuatro futbolistas que Ernesto Valverde emplea en los extremos ha sido capaz de tener una incidencia relevante en el juego de ataque del Athletic. El discreto comportamiento de Iker Muniain, Markel Susaeta y Sabin Merino en tres meses de competición es extensivo a Williams, con la particularidad de que este dobla a sus compañeros en titularidades y minutos. A todos ellos se les sigue esperando, esporádicamente han podido ofrecer una actuación interesante, pero en términos generales su falta de inspiración y acierto es una constante que a estas alturas se concreta en la ridícula suma de tres goles.
La distribución de responsabilidades por parte del entrenador señala a Williams como indiscutible. Tiene para sí el privilegio de no haber faltado a ninguno de los quince encuentros oficiales celebrados, distinción que solo comparte con Raúl García. En las dos únicas ocasiones en que no fue titular, ante el Granada y el Genk en San Mamés, se incorporó en el transcurso de la segunda mitad. Su continuidad se traduce en casi 1.100 minutos de competición, lo que le convierte en uno de los hombres más utilizados de la plantilla, instalado en el mismo escalón que Aymeric Laporte, Mikel Balenziaga, Aritz Aduriz y el ya citado Raúl García.
La situación por la que atraviesa se podría sintetizar en que acumula casi la mitad del tiempo de competición de que dispuso en la temporada anterior, cuando alcanzó la cifra de 2.421 minutos, y habiendo conseguido marcar un único gol se halla lejísimos de los trece que le hicieron ser tan valorado por club, técnico y afición antes del verano y, probablemente, le han valido para empezar el presente curso incrustado en el once tipo de Valverde. Estrenó su cuenta en la décima actuación y ahí se ha quedado, varado. Ese día se benefició de la generosidad de Aduriz para firmar a puerta vacía el gol que a la postre doblegó a la Real Sociedad, 3-2. No le sirvió para coger carrerilla, en los cinco partidos siguientes ha seguido negado de cara a portería.
El gol no es lo único que se le pide a Williams, pero lógicamente asoma como un indicativo de su rendimiento, máxime cuando se trata de una producción tan exigua. Objetivamente muy poca cosa para un delantero, sobre todo si durante ese dilatado periodo de tiempo pisando la hierba ha contado con balones susceptibles de ser alojados en la red. Es el caso, pues por sus botas han pasado suficientes y bastantes de ellos en condiciones propicias para haber engordado la escuálida estadística que luce. Pero no está acertado, la inspiración le ha abandonado y no es descartable que la serie de oportunidades que no ha sabido convertir le esté pesando en el ánimo y desviando aún más su punto de mira. No acertar conduce a veces a obsesionarse.
en el bernabéu En la memoria permanece lo que Williams vivió un mes atrás en el Bernabéu, donde se encontró en tres jugadas frente a Keylor Navas y no supo batirle. Aquello fue muy comentado porque el equipo realizó un enorme esfuerzo con el que mantuvo opciones de puntuar hasta casi el final del choque y se interpretó que la impericia de Williams en el remate le privó de dar la campanada a costa del Real Madrid. No fue exactamente así, pues los puntas rivales malgastaron un número superior de remates y analizando el rendimiento que ofreció quizá fuese una de sus mejores tardes: no concretaría sus oportunidades, pero consiguió ser protagonista del mayor peligro que creó el Athletic, fue una pesadilla para la defensa contraria.
No ha sido esa la tónica desde agosto. Frente al Madrid estuvo por encima del tono deslavazado que ha presidido buena parte de sus partidos. Cabe que las características del rival, poco amigo del repliegue y el trabajo de contención, favoreciesen su protagonismo, porque lo cierto es que en general ha pasado desapercibido. A menudo ha trasmitido incomodidad, como si no supiese qué es lo que debe hacer, como si tuviese dudas sobre dónde ha de colocarse o cómo debe mostrarse a los compañeros, a fin de rentabilizar sus virtudes, muy especialmente la velocidad. Romper líneas, irrumpir en el espacio a la espalda de la zaga, en definitiva alcanzar en ventaja posiciones desde las que enviar el último centro o chutar, es básicamente lo que se espera de Williams y sin embargo con frecuencia se le ha observado haciendo lo opuesto, en parado, estático, pretendiendo que se le sirva la pelota al pie. La consecuencia de ello está siendo que su influencia en el fútbol rojiblanco carece de trascendencia.
El hecho de que no haya levantado cabeza en el primer tercio del calendario no ha sido argumento para que la confianza del entrenador en Williams se haya resentido. Como se ha apuntado, hubo un par de encuentros en los que cedió su puesto a Susaeta en el once titular, por lo demás ha sido fijo en la pizarra, mientras sus competidores, el propio Susaeta, Muniain o Sabin, que normalmente no han dejado de estar en disposición de jugar, han ido alternándose en la otra banda. El abanico de opciones de este trío se ha ampliado levemente gracias a que Sabin también ha ejercido de delantero centro en dos partidos (Sassuolo y Osasuna). En el balance de Susaeta sale algún buen partido, no muchos la verdad, pero menos aún recoge la hemeroteca de Muniain y Sabin. En síntesis, que ninguno de los cuatro ha satisfecho las expectativas para desgracia del colectivo y en ese decepcionante contexto, sin duda el minutaje de Íñaki Williams es el menos afectado.