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Amores y amoríos de Herrera

El silencio táctico mantenido por el locuaz jugador no evita que quede señalado como un tránsfuga

Amores y amoríos de HerreraFoto: david de haro

bilbao. En medio de la vorágine de apellidos sonoros y cifras astronómicas que envuelve a los clubes aspirantes al cetro continental, por segundo año consecutivo el Athletic ha vuelto a tener un protagonismo que no busca. El club que no quiere vender y lo demuestra, en contra incluso de la opinión de un sector de su cuerpo social, eludiendo la tentación del regateo al aferrarse rigurosamente a las cláusulas de los contratos, se ha visto en esta oportunidad salpicado por el errático criterio deportivo del Manchester United, que ha intentado sucesivamente comprar a Fábregas, Thiago, Ozil, Fellaini y algún otro, para terminar amagando con Ander Herrera. El campeón inglés ha apurado hasta el último día hábil para culminar una operación cuyo arranque nadie está en condiciones de precisar en el tiempo. La certeza absoluta sobre este punto es del dominio exclusivo del jugador, mientras que sí es público que en Ibaigane se enteraron el jueves pasado, cuando el Manchester lanzó su oferta vía telefónica.

En cuanto Josu Urrutia confirmó el contacto establecido desde Inglaterra, se extendió la sensación de que el Athletic cobraría los 36 millones de euros estipulados y el centrocampista haría las maletas, si es que no las tenía ya hechas. La culpa de que se impusiera la convicción de que Herrera se iría descansa en el cúmulo de situaciones no deseadas vivido a lo largo de la campaña anterior, con el caso de Javi Martínez a la cabeza. Bueno, otro más que se sumaba a la lista de desarraigados, pensó el aficionado. La clave, elemental: el movimiento efectuado por el Manchester United solo se sostenía a partir del visto bueno de Herrera, cuya habitual locuacidad se transformó repentinamente en un rotundo silencio. Una postura de índole táctica, pese a que la prensa que insiste en la pretensión de distinguirle como el nuevo referente del vestuario hiciese un último intento en este sentido valorando su discreción como síntoma de respeto hacia el club que le ha colocado en el escaparate. En realidad, Herrera ya se había posicionado: quería irse y había actuado en consecuencia, alimentando desde la sombra el interés del Manchester, que en la línea del Bayern de Múnich se hizo el tonto con una oferta a la baja. Si Herrera no hablaba era únicamente por evitar meterse en charcos ante la eventualidad de que todo quedase en agua de borrajas y tuviese que seguir viniendo a diario a Lezama, al menos hasta la apertura del mercado invernal. Pero inevitablemente su OK secreto al United le señala para siempre como otro tránsfuga (que según el diccionario de la RAE es una "persona que pasa de una ideología o colectividad a otra"), cuando menos en potencia.

Hasta ayer todo quedó pendiente de que se cumplieran plenamente las dos premisas que en el Athletic deciden las bajas no deseadas: la voluntad del futbolista de irse y el pago de su coste, ambas enunciadas una vez más el viernes por Josu Urrutia. A última hora, no se cumplió la segunda. La primera sí se había cumplido, lo cual a nadie puede pillar a contrapié. Bastaría con detenerse en lo que Herrera dijo sobre Fernando Amorebieta en un entrevista publicada en estas páginas en agosto: "Es íntimo mío y ha sido uno de los apoyos más fuertes dentro del vestuario, y persona que más siente al Athletic no he conocido". Semejante descripción invita a preguntarse qué es para Herrera sentir al Athletic, en qué concepto tiene al resto de sus compañeros o qué deben pensar estos si resulta que en estos convulsos tiempos el bueno de la película es Amorebieta. Y quizás también Llorente, que era el otro gran amigo de Herrera. ¿Será casualidad?

Pero hay bastante más que le define como a un jugador que milita en el Athletic porque su familia decidió que naciese en Bilbao y porque hubo un presidente que pagó la barbaridad de 11 millones por sus servicios, por nada más. Herrera llegó hace dos años al club y se ha dedicado a dar lecciones de rojiblanquismo a diestro y siniestro, eso sí, en las salas de prensa, no así con su rendimiento y disponibilidad. Ahí queda la incalificable jugarreta de los Juegos Olímpicos de hace un año, a las que acudió lesionado y con un acuerdo previo con el seleccionador para jugar las segundas partes. Una broma que desembocó en su tardío paso por el quirófano, con el Athletic metido ya en plena competición.

Menos grave es que no pudiese disimular su amor al Zaragoza ante las cámaras, sobre el césped de La Romareda al final de un choque que abocó al descenso a los maños, pero confirmó la permanencia del Athletic. Por supuesto que esa identificación con el club que le formó es legítima, pero acaso entre en conflicto con la exclusividad que, por parte de sus integrantes, merece una entidad única como el Athletic para garantizar su futuro. En última instancia, las inclinaciones afectivas (amores y amoríos) de este chico hubiesen servido para explicar que a estas horas perteneciese a otro equipo. ¿Qué es lo siguiente que va contar en sala de prensa tras haber quedado claro que esa comparecencia solo es posible porque el Manchester le ha dejado en la estacada?