Dicen que la distancia, por grande y notable que sea con respecto al añorado hogar, no es razón para abandonar costumbres ni cambiar actitudes. Quizás por ello, sabedores de que a pesar de estar lejos de casa el Athletic jugaba ayer como local en Anoeta, los 20.000 aficionados rojiblancos que se dieron cita en el campo donostiarra hicieron de la novedad la mejor arma. La ilusión, la pasión, el amor a unos colores, en definitiva, se apoderó de las gradas de la casa de la Real Sociedad.
El espíritu de San Mamés, como si de un seguidor más se tratara, se trasladó hasta Donostia. Desde el momento en el que los pupilos de Ernesto Valverde saltaron al césped para realizar los habituales ejercicios de calentamiento, quedó demostrado que la noche sería especial, distinta, pero sumamente bella en cuanto a colorido y sensación de pertenencia hace referencia. Fue entonces cuando llegaron los primeros rugidos desde las gradas. Sin dejar de animar al equipo durante la media hora previa al comienzo del envite, la afición del Athletic volvía a demostrar que, más allá del resultado final, la unión con el equipo es sagrada. Innegociable en fondo y forma, sean cuales sean las circunstancias y el lugar en el que se presente la oportunidad de dejarse la voz y romperse las manos con cada aplauso. Pero las ganas de aprovechar la ocasión y sacar a relucir la fortaleza del sentimiento Athletic no solo quedaron reflejadas dentro de Anoeta. Y es que con el estadio donostiarra como punto de destino en un día especial y diferente para la afición bilbaina, las calles de Donostia adquirieron un atractivo colorido rojiblanco desde primera hora de la tarde. Las obras aún en curso en el nuevo San Mamés, cada vez más próximo a su inauguración, provocaron un traslado masivo de aficionados hasta la capital guipuzcoana, convirtiendo el día en una excursión con el Athletic como razón de ser.
Trasladados en los autobuses que el club puso a disposición de los socios para acudir a la cita ante Osasuna, así como en vehículos particulares o en servicios públicos, jóvenes y no tan jóvenes tomaron Donostia para estar presentes en la necesaria y obligada visita a Anoeta. La parte vieja de la ciudad, como si de un día de fiesta se tratara, experimentó la pasión que genera el fútbol en general y el Athletic en particular. "Hemos llegado sobre las 16.00 horas y el ambiente es fenomenal; parece que estamos en Bilbao", apuntaban Josu y Larri. Ambos, procedentes de Barakaldo, subrayaban con orgullo la capacidad del sentimiento Athletic para dar pie a días como el de ayer. Un día en el que, con Marijaia presente también en la capital guipuzcoana en forma de aficionados disfrazados, la posibilidad de vivir el día grande de Aste Nagusia se hizo posible en las abarrotadas calles donostiarras.
Cánticos y efusividad La plaza de la Constitución, mediada la tarde, asomaba ya teñida de rojo y blanco en un claro ejemplo de que los de Ernesto Valverde no iban a estar solos en Anoeta. Con el himno del Athletic como hilo conductor y expresión de un sentimiento al que abrazarse, los cánticos se sucedieron sin parar. Al grito de "invasión, invasión" y "Athletic, Athletic", entre otras consignas presididas por la efusividad, los miles y miles de aficionados rojiblancos tomaron una ciudad que solo respiró fútbol durante gran parte del día. "Estamos consiguiendo que esto parezca un barrio más de Bilbao; podíamos haber venido incluso más aficionados para llenar el estadio, pero estamos los suficientes para que los jugadores sientan que están jugando en casa", afirmaba Fernando, que añadía que "es una manera más de celebrar nuestra Aste Nagusia; unos desde Bilbao y otros desde aquí, con el Athletic".
Fue ese, el de Fernando, un sentir generalizado desde el mismo instante en el que partieron rumbo a Donostia los primeros autobuses hasta el momento en el que el colegiado Muñiz Fernández señaló el final del partido. Un prolongado espacio de tiempo en el que tanto la capital guipuzcoana como Anoeta, que escuchó el tradicional "que bote, que bote, que bote San Mamés", vibraron al son rojiblanco.