la noticia saltó al mediodía de ayer. Gorka Iraizoz causaba baja en la meta del Athletic para el encuentro ante el Málaga por culpa de la contusión con entorsis de la rodilla izquierda (parte médico textual) que sufrió en el entrenamiento vespertino del sábado a puerta cerrada en San Mamés. El navarro, lejos de recuperarse, amaneció con un llamativo hinchazón en la zona dañada, por lo que llegó la hora de Raúl en la Liga, donde en sus contadísimas apariciones, tres en total, el conjunto rojiblanco no conoce la derrota. Es una mera y simple estadística, pero que sirve para consumo personal del bilbaino, necesitado de oportunidades para reivindicarse en un momento en el que precisamente Iraizoz, eterno titular desde que recalara en el club en el verano de 2007, no atraviesa por su mejor pico de fama.
Raúl ha asumido su rol actual, como delata su decisión de renovar por tres temporadas más pese a su etiqueta de secundario. Para un portero suplente las oportunidades llegan por tres razones: si el técnico decide cambiar de guardameta, la posición quizá más delicada, por motivos técnico; si hay una sanción por medio o si se produce una lesión. Sucedió esta última cuestión, y además casi de urgencia. El bilbaino cambió de chip, se automotivó y saltó al césped dispuesto a reivindicarse paradójicamente en la noche que todo San Mamés brindaba un homenaje soberbio a José Ángel Iribar, un mito, un portero grandioso, referencia a seguir. El destino fue así de caprichoso.
Al bilbaino le tocaba exigirse, como lo hizo en su debut como león, el 24 de abril de 2011, en su única presencia con Joaquín Caparrós como técnico. Fue en el derbi ante la Real Sociedad en San Mamés, con triunfo del Athletic (2-1). Jugó porque Iraizoz estaba sancionado por acumulación de amarillas. Ocho meses después, Marcelo Bielsa le dio los noventa minutos en el intrascendente duelo europeo en París ante el PSG, que se impuso por 4-2. El rosarino no le reclutó hasta la penúltima jornada de la pasada Liga, ante el Getafe en La Catedral (0-0), en vísperas de la histórica final de la Europa League ante el Atlético de Madrid en Bucarest.
Raúl consumó ayer su segundo partido de este curso, tras estrenarse en tierras islandesas ante el HJK Helsinki (3-3), cuando la eliminatoria ya estaba finiquitada a favor de los rojiblancos. El de ayer, sin embargo, se trataba de toda una prueba de fuego. El bilbaino superó la prueba, pese a que dejó dos lunares, una falta de entendimiento con Iturraspe y un error a la hora de medir una salida a un balón aéreo en su área pequeña. Ambos llegaron en la primera mitad, si bien antes se lució en un disparo de Jesús Gámez. En la reanudación, no tuvo mucho trabajo, pero sí lo suficiente como para presumir de una meritoria intervención a tiro de Eliseu, además de bloquear un lanzamiento por bajo de Camacho. Fueron estos los rastros positivos del tercer encuentro en Liga de Raúl, que quizá pueda repetir el sábado en el derbi de Anoeta ante el equipo que debutó como león. El debate está abierto.
sin remate Resulta que el Athletic solo lanzó en una ocasión a puerta, y tuvo que esperar al minuto 81. Lo ejecutó Markel Susaeta, al que le faltó una pizca de inspiración para batir a Wylly. Ya es definitivo. Susaeta está reñido con la Liga, mientras que presume de un profundo idilio con la Europa League. Al eibartarra le tocó gestionar esa ocasión en una noche nefasta para las dos referencias rojiblancas en ataque. Ni Aritz Aduriz, en el primer acto, ni Fernando Llorente, en el segundo, estuvieron a la altura de las circunstancias, lo que supone un déficit para el colectivo.
Bielsa ha dictado sentencia, a la espera de un cambio de opinión. Aduriz, que desperdició una ocasión después de una asistencia enorme de Ander Iturraspe, parte por delante de Llorente y ambos, hasta que se demuestre lo contrario más allá de las palabras, son incompatibles para el rosarino. Llorente ejerce el rol de revulsivo, que de momento solo funcionó en Cornellà-El Prat, en el partido que reaparecía el de Rincón de Soto, que ayer apenas escuchó silbidos hacia su persona. Será por aquello de que ha llegado la normalidad que él detecta.
La afición ha rehabilitado a Llorente en un escenario hasta turbio por su no renovación. Le toca al delantero corresponder a semejante gesto. Llorente no ha visto puerta en sus apariciones en este curso en San Mamés. No lo hizo el jueves ante el Hapoel Kiryat Shmona pese a gozar de diez remates a la meta israelí. Ayer ni siquiera remató, lo que no es buen síntoma. Se espera esa otra normalidad. Es decir, que Llorente haga gol en La Catedral.