Bilbao

EL hospital de Basurto sufría ayer una epidemia contagiosa. Desparramados por las habitaciones o desperdigados por las salas de espera, pacientes y personal se unían con un diagnóstico común. Todos tenían fiebre... rojiblanca. Si al final del primer tiempo pedían el balón de oxígeno de una prórroga que diera aire, a lo largo del segundo reclamaban un desfibrilador para intentar resucitar a un enfermo moribundo.

Ana Isabel Márquez no ahorraba en euforia ni en entusiasmo, a pesar de esa vía central adosada al cuello y de ese partido renqueante. Ana no necesitaba el goteo de suero y antibiótico para chutarse energía y pasión porque su sangre latía rojísima por los colores del equipo de sus amores y su piel estaba más blanca que nunca después de un mes ingresada en la habitación 332 del pabellón Revilla. Parapléjica desde hace 23 años, Ana vive los partidos a muerte. Eso sí, sin soltar tacos, sin aspavientos. Aunque sus piernas permanezcan inmóviles, Ana se revuelve en su silla, se frota las manos mientras se confiesa atacada y suelta varios mecagüendiez ante las ocasiones fallidas de Ibai o de Muniain. "Con el árbitro, me sale algún capullo y poco más", admite una mujer que, incapaz de sucumbir a las derrotas personales, demuestra fe ciega ante las deportivas.

Desde su silla de ruedas tuneada, Ana es un estandarte humano del Athletic. Un escudo en el lateral y junto a las bolsas de suero y de antibiótico, colgados en el palo mayor, ondean un banderín que le regalaron, el pañuelo de Copa, el pañuelo oficial... Y sobre todo una bocina, que ayer permaneció muda, pero que ella esperaba haber tocado varias veces cantando los goles.

Al tiempo que veía el partido en la sala de espera, en una tele minúscula, Ana se mordisqueaba las uñas, se toqueteaba las trenzas y sobre todo decía muchas veces vamos chicos vamos, con un ay ahogado. Con el estómago cerrado y los nervios en un puño, no podía permanecer en su habitación. Desde la ventana se ve una esquina de San Mamés. No la puede abrir. Es una habitación aislada, que la protege de su infección, pero que no permite a Ana que su corazón palpite más fuerte oyendo las vibraciones del estadio. "La pena es no poder bajar, no poder escaparse hasta el campo, teniéndolo ahí, tan cerca...", y entonces Ana recuerda su localidad de socia, junto al aitite, un exjugador, y evoca con nostalgia cómo entra por la rampa de la puerta 18 y se sienta frente a la portería sur. Ana asistió al partido confiando hasta el último cuarto de hora que el Athletic se estrenase. "Es que solo necesitamos uno para animarnos un poco, luego ya vamos a por el empate", decía una mujer que no está acostumbrada a tirar la toalla. En el descanso, una llamada de su chico sacó lo mejor de su ironía. "Si esto termina con un 2-4, me pongo de pie, no te jode. No te preocupes que si ganan, voy corriendo", bromeaba.

La silla de Ana es como un barco que surcase la marea de la afición y a ella le entra el baile de San Vito de cintura para arriba, con esos disparos a puerta que nunca llegan a buen puerto, mientras manosea el brazalete de DEIA, se atusa la txapela y se pone cardíaca. Para el partido de ayer, Ana Isabel, Anita, Anabel o Anuska para su compi del alma, José Álvarez, también se tuneó a sí misma. Dos trenzas con lazos rojos y blancos, la inconfundible txapela y la camiseta pirata. La encarnación de su equipo del alma. Si Bucarest la hubiese visto por videoconferencia, hubiera caído rendido a sus pies.

Como el hospital de Basurto, que se ha convertido en un escenario que no olvidará jamás. Allí vivió su primera final europea, allí cumplió años el pasado 18 de abril y allí ha asistido a una competición sin parangón, que odia haberse perdido por estar ingresada. Por eso, las enfermeras son sus cómplices, sus compinches y sus colegas.

Forofa de toda la vida -incluso ha conseguido aficionar a su tía Paqui, a la que llevó por primera vez a San Mamés-, se ha perdido alguno de los últimos choques históricos por sus problemas médicos, pero nunca le ha fallado el ánimo. "No pude ver el del Sporting de Portugal porque estaba un poco malita y lo seguí por la radio, pero sí el partido contra el Real Madrid, contra el Getafe y, cuando no he podido verlos, me lo iban contando los que estaban escuchándolo", dice Ana, que ha tenido cronistas deportivos para ella sola.

A pesar de estar acostumbrada a los reveses de la vida, ayer Ana se confesaba decepcionada. "El punto bueno es que ahora nos espera la Copa y con esa sí que podremos. Sobre todo porque yo ya habré salido de aquí", proclamaba. Ana y el Athletic lo conseguirán.