¡Que preparen la gabarra!
El Athletic, lúcido y magnífico, alcanza la final de Copa tras dejar sin efecto al Mirandés en una noche mágica en San Mamés, testigo de un gran festejo
BILBAO. Nada tan evocador, sugerente e inalcanzable para el ser humano como la Luna, el sueño que siempre persiguió el hombre. El del Athletic, vinculado al torneo desde el cordón umbilical, es la Copa. Nada tan atractivo. Tres años después, los cosmonautas rojiblancos se subirán a otro cohete hacia otra fantástica, maravillosa y fascinante aventura: la final de Copa, su Luna particular. Esté donde esté es imposible perderse. La herencia de más de un siglo de historia, el polvo de estrellas de su enciclopédica biografía, señala el destino. Ese pedazo de roca que flota ingrávido en el espacio es el lugar común en el que el equipo bilbaino ha colocado, una tras otra, las piedras de su museo, la vitrina donde se abrazan los triunfos, las gestas y los recuerdos que han construido su leyenda y donde su relato se muestra más vigente que nunca gracias a un equipo excitante por joven, por ambicioso en su discurso y brillante por sus futbolistas. El éxodo al centro del imaginario colectivo rojiblanco lo conquistó el Athletic, estupendo, vigoroso y promiscuo durante la semifinal e intachable en el torneo, tras dejar sin efecto al hipnótico y encomiable Mirandés, un equipo sin lujos, vedettes ni camerinos, pero extraordinario al microscopio del fútbol, despedido con honores por el Athletic de Bielsa, colosal anoche. Los bilbainos colapsaron a los burgaleses en San Mamés, encendido y entusiasmado ante la visión de otra final, la 38ª en el excelso palmarés rojiblanco, repleto de incunables: veinticuatro.
Exigido por la causa, por seguir rastreando una quimera, Carlos Pouso situó a todo su pelotón de fusileros a un dedo de la defensa rojiblanca. El cepo, la trampa táctica, pretendía encapsular a Iturraspe y su arquitectura, aislarle del juego y que fuera Amorebieta quien guiará al Athletic con el GPS. La pócima le alcanzó al Mirandés en los toriles, en los primeros pasos. No más allá. Los bilbainos no tardaron en agruparse y en colonizar espacios a la espalda de los delanteros burgaleses. Empastada la caries, el Athletic mostró sonrisa de galán hollywoodiense en el salón de baile que convirtió San Mamés, inmejorable escenario para la función. Iraola, un lateral elegante de aspecto sutil, se deslizó en patines por la cremallera del Mirandés, alzó la vista y su pase, combado, descontó a la zaga burgalesa, pendiente de De Marcos, que había pisado el área. No cayeron en la cuenta de que la segunda línea bilbaina es un manantial. Asomó el pizpireto Muniain, indetectable, y fulminó a Nauzet con pulso de taxidermista. El gol de Iker eran las gotas de aceite necesario para lubricar el coro rojiblanco, que prosiguió el concierto con magnífico timbre y dicción.
recital bilbaino Afinadísima la orquesta, el Athletic se recreó en un jugada encauzada por la margen derecha encumbrada por Susaeta, sereno para despechar a Nauzet después de que Llorente, en posición de extremo, se asociara con De Marcos, este encontrara en el corazón del área a Iraola, que alargó de espuela para la ejecución de Susaeta. Los bilbainos, exactos en el mecanismo de su relojería, eran un vendaval demasiado iracundo para el Mirandés, honesto en su propuesta, pero varios peldaños por debajo del Athletic. El caudillaje bilbaino avanzó varias cuadras con el gol de Aurtenetxe, impecable para evitar a Nauzet en un cabezazo con más seda que plomo al que le emplazó la rosca de Susaeta, que barrió de derecha a izquierda, imposible para los antiaéreos.
El Mirandés, sin amasadores ni traductores en el centro del campo, se encomendaba a catapultar el violín de Pablo Infante, el jugador con más huella y ascendente entre los de Pouso, siempre con la vista al frente incluso ante un paisaje de ceniza, ante una carretera impracticable. Aplastados por la apisonadora rojiblanca, que volanteaba el enérgico De Marcos, Pablo Infante era la única solución para los burgaleses. El delantero se hizo un hueco entre las barricadas rojiblancas y se mostró desde el balcón del área, pero Iraizoz, atornillado donde debía, blocó su intento de motín. Apenas dejó huella el Mirandés en el frente de ataque porque la zaga del Athletic, perfectamente calibrada, con Javi Martínez como epicentro, no le daba ningún palique. Amorebieta cuidaba del espacio aéreo. El skyline bilbaino era un Himalaya para el Mirandés, cuyas ascensiones eran alpinas, insuficientes ante la cordillera del Athletic. El cordón sanitario de los bilbainos puso en cuarentena al ataque del Mirandés. Sin borrones en defensa, el equipo de Bielsa desenrolló la alfombra roja hacia la portería de Nauzet, en la que se prodigó desde todos los ángulos. Amorebieta no pudo derrocar al arquero del Mirandés, extraordinario en un remate de gol o gol. Muniain también se escurrió desde su gambeta cuando cerró los ojos ante el desmarque de Llorente, que esperaba solo en el green con el put dispuesto para embocar. De Marcos, el socio natural de Fernando, obsequió al delantero con la posibilidad de alimentar su vitrina con un pase magnífico tras quebrar más de una cadera a su paso, pero el goleador del Athletic no acertó con el bisturí.
el athletic se relaja Como si fuera víctima de un hechizo o de un déjà vu, los bilbainos recuperaron la lánguida versión que les persiguió en Anduva durante el segundo acto. Desconectados del juego, inexplicablemente laminada la efervescencia e incluso el sentido del fútbol, el Athletic concedió la pelota al Mirandés, que no tiene los pies cuadrados. Condescendientes los rojiblancos, el equipo de Carlos Pouso, una escuadra infinita en la lucha, la fe y la esperanza tomó posiciones en el campo base alrededor de Iraizoz, al que rondaron hasta que Aitor Blanco dio con la red en una jugada embarullada. Bielsa, contrariado por la perdida de la torre de control, decidió intervenir y sacó del tablero a Iturraspe para dar vuelo a San José, que se encoló a Amorebieta. Javi Martínez avanzó y tomó el asiento del mediocentro. El del delantero centro pertenece a Llorente, que espantó las moscas con un gol maravilloso. Habilitado por el pase al hueco de Susaeta, Llorente, aterciopelado descompuso a Nauzet por elevación. En medio del festejo, en plena algarabía, con San Mamés sonriendo y cantando a pleno pulmón, Llorente remachó un centro de De Marcos. Marcó luego Aitor y después César. El primero sumó para el Mirandés; el segundo para el Athletic, subido a un cohete con destino a la Luna.
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