Bilbao. A una frase, tal vez menos, de repetirse el relato que ha asolado con hiriente crueldad y que llevaba camino de perpetuarse en San Mamés, donde los equipos tortuga, -esos que esconden la cabeza bajo el caparazón agarrados al manual de supervivencia-, desvirtuaban la cuenta de resultados del Athletic, asomó Toquero para rescatar a los suyos y echar el lazo a un triunfo balsámico ante el cadavérico Zaragoza, un conjunto devastado, un zombie. La victoria, arrancada desde el credo del fútbol, fue un alivio para no encallar en la escalada hacia el escaparate europeo y sirve para recomponer el gesto del Athletic, más productivo en el juego que en el marcador en sus últimas entregas. Esa frustrante sensación merodeó al Athletic frente a un Zaragoza desértico con y sin balón, y que si se aproximó al conjunto bilbaino fue únicamente por la intervención arbitral liderada por Pérez Montero, una calamidad de punta a punta.
El colegiado alteró el paisaje de tal modo -expulsó a Javi Martínez por un penalti que vio desde la cerradura-, que el Zaragoza, que jamás miró a portería, igualó a los rojiblancos y por el espinazo de La Catedral recorrió el escalofrío de la decepción hasta la terapéutica aparición de Toquero. Hasta la torpe irrupción de Pérez Montero, el Athletic vivió en un balneario atado a su fútbol de salón y al madrugador gol de Susaeta, que actuó de falso nueve, y desacreditó punto por punto al Zaragoza, timorato, romo, blando y encogido al extremo.
Inventó Bielsa en la pizarra y situó a Susaeta como ariete postizo para minimizar el eco de Llorente. A Markel, su nuevo oficio, le retó en tres ocasiones con Roberto en duelos terminales en siete minutos. Susaeta, al que le produce vértigo encararse con los porteros, necesitó tres balas para atravesar al arquero del Zaragoza. En su primera visita descargó a bulto en un remate parvulario. En la segunda, escorado en el área, cruzó para salvar a Roberto. Perseverante, empeñado en coronarse, se alistó a otra misión, y a la tercera desestimó el putt y para abordar a Roberto con la pelota grapada a la bota. En velocidad, Susaeta quebró la salida de Roberto e impulsó al Athletic con su gol. La muchachada de Bielsa, bien prensada y con puntada, sobresalía varios cuerpos sobre el Zaragoza, que se abría de piernas en cuanto los volantes rojiblancos tricotaban. Los maños eran incapaces de abrigarse. Su refugio, era un gruyere donde la coreografía del Athletic se desplegaba con felicidad, pizpireto el equipo con un próspero volumen de juego. El libreto de los maños, apocados, achicados, sin intención de discutir nada que oliera a fútbol, pasaba por abrir el paraguas y esperar a que el aguacero escampara sin que el Athletic les salpicara demasiado. El Zaragoza no emitía señales de vida, ni un telegram, postrado como estaba en las catacumbas, sin más horizonte que el de sostenerse en la cueva.
El Athletic, fluido, con un carrusel girando alrededor del criterio de Ander Iturraspe e Iñigo Pérez en el puesto de mando donde gestionaban las luces cortas y las largas, resultaba inaccesible al Zaragoza, un equipo sin hueso, un espectro. Amorebieta a punto estuvo de desnudar aún más las carencias de los maños, pero a su cabezazo le sobró un rechace. El duelo era un spa para el Athletic, cómodamente enroscado en la butaca y cambiando de canal mientras el Zaragoza observaba sin protestar el espectáculo bilbaino, que no rastreaba ni con un telescopio.
penalti y expulsión Entonces Pérez Montero aplicó el microscopio en una caída de Lafita en el área cuando Javi Martínez le rebañó la pelota. Pérez Montero aplicó el reglamento y expulsó a Javi Martínez. A Ponzio no le tembló la pierna y ejecutó a Iraizoz. De repente, el Athletic dejó el lujoso Ritz para ser reubicado a empujones en un inmundo hostel por la intervención de un árbitro quisquilloso y dogmático. Equilibrado en el marcador y con una pieza menos en el tablero, a los bilbainos les sobrevino una bajada de temperatura. Tardó en regular el termostato el equipo de Bielsa porque el Zaragoza mostró la nariz chata de los boxeadores que disfrutan fajándose. Enrarecido el duelo, el Zaragoza adquirió muelles con el Athletic pasmado por los acontecimientos. Bielsa retiró a Iñigo Pérez y aplicó cemento con San José. Olvidado el accidente, el Athletic se agrupó con más criterio y se serenó a pesar del catálogo de faltas del Zaragoza, más pegajoso, que ni con ventaja numérica adoptó otra pose que no fuera la de esperar otro guiño del destino o un volantazo del equipo arbitral.
Descalabrado el duelo en la reanudación, a trompicones el Athletic, un punto ansioso, la tropa de Bielsa no renegoció el plan ni el estilo a pesar de su inferioridad en lo cuantitativo. Toquero, muy activo, rozó la puerta de Roberto, aunque el remate lo deslegitimó el asistente que rastreaba el ataque rojiblanco. En eso, Lanzaro fue expulsado por segunda amarilla, otra víctima de Pérez Montero, que cerró los ojos ante cuestiones más peliagudas entre los maños, que degastaron con lija al Athletic.
Ofuscado, sin angular, el colegiado, a instancias de su asistente, también dejó sin efecto el gol de De Marcos, anulado desde el banderín sin motivo porque la defensa del Zaragoza se había quedado enganchada. Equiparadas las fichas en el damero, el Athletic, con Iturraspe como crupier y Herrera como sherpa, se aproximó al perímetro del área, que colonizó con cierto desorden. Con la coartada perfecta, el Zaragoza se tachonó alrededor de Roberto hasta que el Athletic puenteó el dispositivo de alarma. De Marcos, un misil omnipresente, atravesó la zaga con un pase al corazón del área que Toquero empujó a la red para reponer al Athletic del infortunio y esquivar la fatalidad.