en cosa de unas pocas horas habrá llegado a Bilbao el hombre que va a acaparar todos los focos. Con Marcelo Bielsa y su grupo de colaboradores entre nosotros, los demás responsables del club, incluido el presidente, van a salir ganando en cuanto a que podrán gozar de cierta tranquilidad, los medios y los aficionados dejarán de estar tan encima suyo, tan pendientes de lo que digan o hagan, como ha venido ocurriendo hasta la fecha. Viene Bielsa, después de haber enviado su avanzadilla en la persona de Luis Bonini, uno de los bastones en que se apoya, y hasta este protocolo contribuye a generar una mayor expectación si cabe entre quienes con toda seguridad están experimentando la mayor excitación por el desembarco del técnico argentino: los futbolistas. Todo el mundo está expectante, pero los jugadores especialmente, no en vano a ellos les toca en adelante cultivar un contacto permanente, intenso e insoslayable, el propio de la convivencia diaria que se establece en una caseta, máxime en un período tan crucial como es una pretemporada.

Viene un tipo que en su única aparición, la que tuvo lugar a través de la accidentada videoconferencia que puso la guinda a la campaña electoral, dejó sentado que está en posesión de una exagerada información sobre la plantilla. En un momento de aquella comunicación desde Argentina, Bielsa pareció querer restar importancia al dominio de la materia de su competencia que exhibió ante los periodistas. A cuenta de uno de los apartados del informe que ha ido elaborando sobre la pasada temporada del Athletic, que venía a ser una ficha pormenorizada de cada jugador, reparó en el hecho de que los datos iban acompañados de una fotografía. En un tono casi de disculpa argumentó que la imagen (un primer plano) pretendía simplemente identificar, a fin de evitar errores, al protagonista objeto de su análisis: "Si hay que saludar conviene saber a quién se le da la mano".

Uno, tras asistir a la citada charla, tiene la convicción de que Bielsa sería capaz de reconocer a cualquiera de los hombres que desde ya tendrá a su cargo incluso en una foto de ese tumulto que es un encierro de San Fermín. Los identificaría de inmediato porque les ha visto, uno a uno y en conjunto, en todas las situaciones planteadas a lo largo de más de cuarenta partidos oficiales. Sabe cómo se mueven, por dónde, con qué sentido, para qué, cómo corren, como actúan en función de la distancia a que se halle el balón, los gestos, los tics, la forma en que se comportan en relación a los árbitros (ilustró este aspecto mostrando una foto de Gurpegi en un gesto de mala leche).

En fin, que se antoja complicado que alguno le pueda sorprender cuando lo tenga delante suyo. Si resulta que tiene controladas las siete lesiones que sufrió Gaizka Toquero a lo largo del año, las leves y las más molestas, o las causas que motivan las amonestaciones que acumula cada cual, o la trayectoria que han descrito desde su infancia hasta recalar en el grupo, parece que apenas quedan detalles al margen de su archivo mental.

Esta circunstancia, unida a la fama que arrastra de ser un obseso de su profesión, alguien minucioso hasta la desesperación, sitúa a los jugadores en un escenario que no sería exactamente el habitual en un relevo en la dirección técnica. Los cambios de banquillo suelen procurar un espacio de incertidumbre que los jugadores tratan instintivamente de explotar para sus intereses particulares. Se trata de demostrar al nuevo entrenador de lo que uno es capaz, aunque no lo sea o no lo haya demostrado hasta entonces. De dar lo mejor de uno mismo con la lógica intención de llamar su atención y hacerse acreedor de un status preferencial, el de la titularidad.

En esta labor consistente en convencer al jefe que se desarrolla desde las primeras tomas de contacto, parece de sentido común pensar que al jugador le conviene saber para quién trabaja, cuáles son sus gustos, el tipo de futbolista que acostumbra a promocionar, por dónde van sus propuestas tácticas, qué es en definitiva lo que pretende desplegar sobre un terreno de juego, qué canales de comunicación utiliza.

Siendo esto así, estaría bien preguntar a los rojiblancos si también ellos han realizado una labor similar a la de Bielsa. Es decir, si desde que se enteraron de que existía la opción de que Bielsa aterrizase en San Mamés o, al menos, desde que se confirmó que definitivamente sería él, han investigado quién es El Loco, se han preocupado de ponerse al día a través de internet, tirando de vídeos de los equipos o selecciones a los que ha dirigido, han consultado a colegas que hayan podido estar a sus órdenes o que al menos posean una opinión formada en torno a lo que supone jugar al fútbol bajo su batuta.

Habrá de todo, pero seguro que ninguno ha parado quieto y lo ha fiado todo a lo que vaya a suceder del miércoles hacia adelante. Estarán los más curiosos o inquietos, que han invertido horas en bucear en la red de redes, empapándose, y aquellos otros que habrán preferido, sencillamente, conversar entre ellos para intercambiar los datos obtenidos, algunos de los cuales, bastantes, ya los ha servido la prensa vizcaina.

En realidad, esta tarea de indagar debería ser una más para todo profesional de élite. Cuidarse, entrenarse, atender a la gente y a los medios por su condición de personas públicas e informarse. Ahora sobre el sujeto del que dependerá su futuro inmediato, pero como norma habitual de los rivales a los que toca enfrentarse, de los árbitros, de los escenarios que se visitan, etc. Resulta descorazonador cuando un futbolista confiesa sin rubor que no sabe nada del equipo contra el que jugará en breve, pero sigue siendo bastante común.

Con Bielsa de por medio, se diría que conviene enterarse más que nunca, puesto que todo apunta a que la mayoría de los jugadores del Athletic no han tenido previamente la oportunidad de ejercer, de desenvolverse con las botas calzadas, ante unos ojos tan dotados para penetrar en actitudes y aptitudes, para escrudriñar en la personalidad del jugador de fútbol.