Un alumno ejemplar
De Marcos, reciclado a lateral derecho, no traiciona su genética: "Me siento delantero"
BILBAO. Se desperezaba el curso, amanecía la pretemporada cuando Joaquín Caparrós se reunió con Óscar de Marcos (Laguardia, 14 de abril de 1989) para proponerle un cambio genético, una mutación de su ADN de futbolista de ataque. "Me dijo que me veía condiciones para ser lateral derecho", deletrea De Marcos, que jamás pensó en asuntos defensivos, en el quite y la marca. "Ni de pequeño jugué de defensa, solamente en fútbol-7, pero cuando pasé al fútbol once siempre jugué de medio campo hacia delante. Me siento delantero". En Inglaterra, donde nació el fútbol, frente al Wolverhampton, también alumbró el nuevo De Marcos, que se puso la piel de lateral por vez primera. Allí, en el pupitre, el alumno Óscar, aprendiz, encendió el flexo del positivismo -"soy bastante positivo y me tomé la decisión del míster como una oportunidad", confiesa- y se apresuró a clavar los codos, lección a lección, con la dedicación con la que se alimentan los opositores al funcionariado.
"Es que sustituir a Andoni...", glosa De Marcos, al que se le quedan cortos los elogios hacia el propietario de la demarcación: "El nivel de Andoni es altísimo. Sabe mucho de esto y me ha ayudado, me ha aconsejado, me ha aclarado dudas.... el día que le sustituía me dijo que confiaba en mí y que simplemente hiciera lo que sé", recita De Marcos, que ahora se le enciende el discurso a la "hora de tirar la línea, de cuidar el fuera de juego", intentando asimilar el cordaje que sostiene el concepto defensivo, "una cuestión de automatismos, pero también de mentalidad". Acostumbrado durante su biografía futbolística a sortear entradas y patadas, uno de los principales capítulos del manual de supervivencia de los puntas, De Marcos se ve en la otra orilla, en el vértice opuesto. "Ahora tengo que aprender a morder, todavía me cuesta dar patadas y eso es cosa de mentalidad, de sentirse defensa, algo que estoy aprendiendo día a día".
Como zaguero, como otros reconvertidos con anterioridad (Lasa, Artetxe, Koldo Agirre, Javi González) en el cuaderno de bitácora del Athletic, reemplazó De Marcos al eterno Iraola, el futbolista sin fin, el profesor, ante el Valencia, un partido que, reconoce el estudiante Óscar sin ambages "era un examen para mí. No estaba nervioso por todo el apoyo que recibí por parte de los compañeros y de los técnicos, pero sí tenía claro que debía demostrar que era capaz de hacerlo bien en aquella posición aquel día. Era la primera vez que sabía que tenía 90 minutos por delante y las ganas pudieron con las dudas".
examen ante el valencia El acto de reciclaje, del que salió victorioso a pesar de que el Valencia asaltó La Catedral, otorgó a De Marcos una mirada diferente del fútbol, panorámica, frontal, nada que ver con la necesidad de colgarse del retrovisor. "Lo que más cambia es el hecho de que desde atrás se ve el fútbol de otra manera, ves todo de frente, es una buena visión. Cuando juegas arriba, muchas veces no sabes exactamente lo que pasa a tu espalda y ciertas decisiones que tomas tienen que ver con la intuición", radiografía Óscar de Marcos, un futbolista "de velocidad progresiva", que desempolva su sprint inicial por el costado derecho como un grato recuerdo, un recorrido dichoso en su viaje iniciático.
"La primera jugada que hice por la banda me dio mucha confianza para el resto del partido", desliza Óscar. No oculta De Marcos que a medida que sumaba zancadas -recorrió 12 kilómetros en su puesta de largo como lateral- y descontaba rivales, sentía una sensación de gozo, sobre todo cuando rebasó el peaje del centro del campo, el meridiano que separa dos mundos: la trinchera del escaparate. "A medida que me acercaba hacia el área rival me sentía más cómodo, más feliz", indica Óscar de Marcos, conocedor al milímetro del callejero que se extiende en la periferia del área contraria, su hábitat, su medio natural, hasta el pasado verano. "Recuerdo que cuando jugaba de pequeño se decía eso de que el que vale, vale y el que no, lateral derecho. Mira cómo han cambiado las cosas ahora", recita con humor De Marcos, que nunca intuyó que ocupara la demarcación menos glamourosa del fútbol hasta que esta adquirió otra dimensión más lucrativa y lujosa con la extensión del radio de acción de los laterales, que hallaron un nuevo mundo en el campo rival, vetados hasta entonces.
mirando al futuro La nostalgia de su vida pretérita tarareando goles, recitando regates y pitando desmarques, no tapona, sin embargo, el interés de De Marcos por continuar progresando en el lateral derecho. "Lo importante es jugar", sentencia Óscar. Por eso asiste regularmente a clases particulares a las tardes en Lezama con la intención de mejorar su capacidad de adaptación a la demarcación y pulirse. "Se trata de entrenamientos específicos para mejorar en materias concretas. En mi caso tienen que ver con fundamentos defensivos, pero también se incide en otras cosas".
Además del trabajo de campo, de la exploración sobre el terreno, De Marcos también absorbe el rastro de otros laterales, no solo el de Andoni Iraola, el más próximo. "Antes, cuando veía un partido de fútbol me fijaba mucho en lo que hacían los delanteros, pero ahora presto más atención a los defensas", desgrana Óscar, rendido ante el despliegue de Dani Alves, el lateral derecho del Barcelona, una referencia mundial, cada vez que se acomoda frente al televisor. "Lo de Alves es una pasada, me fijo en lo que hace, otra cosa es poder hacerlo", sonríe mientras estudia cómo hacerlo el alumno ejemplar.
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