Bilbao
Mira, por aquí vive El Txopo", dice melancólico Armando Ribeiro (16-I-1971, Sopelana) señalando con el dedo a una urbanización de chalets adosados, durante el recorrido que devuelve en su 4x4 al periodista al punto de encuentro propuesto en Sopelana, orgulloso de haber bebido de las mismas mieles que José Ángel Iribar, paradigma de cancerberos. Espíritu jovial el del sopeloztarra, de crío que se camufla en una fachada de 39 primaveras con un eterno bronceado, estilo surfista, precisamente otra de sus pasiones. Quién hubiera dicho que acaba de engrosar la lista de ex futbolistas. Su rostro, vestido por una sonrisa inamovible y unas gafas de sol estilo policía norteamericano, no lo transmite. "Creo que podría haber continuado un par de años más. Me siento bien físicamente, pero prefiero dejar las cosas como están, dejar un recuerdo agradable", apostilla rotundo, recién abandonada la cúspide profesional, habiendo calado hondo en los corazones de los aficionados, dejando el pabellón alto y un buen recuerdo instalado en las memorias, haciendo gala del dicho de que una retirada a tiempo es una victoria.
No le pesa asumir su adiós, pues habla desde el prisma de la satisfacción personal, desde la perspectiva de quien llega realizado a la hora de romper filas. Cuelga satisfecho los guantes para después de "haber hecho una cosa bonita, comenzar otra incluso más emocionante aún". Así concibe las horas que a partir de ahora podrá dedicar a familia y amigos. No obstante, también a su nueva profesión, la de profesor en Lezama, donde formará a los porteros, sus futuros herederos, y dirigirá al equipo de cadetes, los cachorros. No en vano, "si para mí ha sido grande poder venir al Athletic, aún lo es más a nivel personal el poder seguir". Es un tipo que irradia felicidad, que contagia, que exprime la vida, que su mayor aspiración es "disfrutar" y así lo reconoce abiertamente.
La cita con Armando, paradójicamente, capricho del destino, es en el Carpe Diem, un bar cuyo rótulo bien representa la manera en que el ya ex guardameta interpreta la vida. "Intento aplicar esta filosofía, porque disfrutar del día a día es lo que te hace feliz. Tan importante es el camino que te lleva hacia la meta, como la meta en sí misma", argumenta. Le invade durante estos días, tras su adiós, una tormenta de recuerdos que van desde sus inicios sobre el barro del campo del Ugeraga hasta el último partido como profesional frente al Deportivo en San Mamés, su ocaso. "Pero tampoco pienso en mirar mucho para atrás. Hay que vivir el día a día y ahora me viene una parte de mi vida que ojalá sea igual de interesante y bonita que la que he vivido hasta ahora", se las desea. En el cajón de la memoria quedan sus gestas, su paso por el Logroñés, el Sporting, el Bermeo, el Alavés, el Barakaldo, el Cádiz y el Athletic. "Estoy satisfecho, porque ¡oye! he alargado mi carrera bastante". Una trayectoria que encuentra su punto álgido al llegar al club gaditano, donde actualmente figura como el portero que más veces ha vestido la zamarra amarilla. Además, es allí donde forma parte del mejor once de la historia y donde se erigió en Zamora. "Hacer las maletas y desplazarme allí fue la decisión más importante de mi vida". Pues tuvo que marchar lejos de su tierra, a mil kilómetros de distancia, para ser profeta del balompié. "En menor medida, porque Joseba (Etxeberria) aquí es muy muy grande, pero yo allí me he sentido muy querido, he estado diez temporadas". Una etapa que comenzó en Segunda B y que fue in crescendo hasta llegar a Primera División. Es la arteria aorta de su currículum, su particular Cabo Cañaveral.
un traspaso "impensable" Sin embargo, el colofón, "la guinda del pastel", pues "yo ya estaba entonces contento con mi trayectoria", le trajo a Bilbao. El Athletic mostró interés en contratar sus servicios y le reclutó para cinco meses. Armando, fiel a su patrón del carpe diem, se subió al tren de la oportunidad y renunció a dos años más de contrato con el Cádiz. "Así cumplí mi sueño y el de mi aita. El reto la verdad es que era difícil y estoy contento de que haya salido bien. Miro hacia atrás y no me puedo echar nada en cara", repasa. Si bien es cierto que "tener que marchar fuera me ayudó a que cuando llegué aquí disfruté aún más de lo que estaba viviendo", del fútbol y sus entresijos.
"Una cosa impensable se tornó en realidad. Al menos, sucedió cuando menos lo podía esperar: con 37 años me llegó la oportunidad de mi vida". La belleza del fútbol, "donde no todo es a, b, y c y se dan casos como el mío, de personas que hemos explotado y madurado más tarde", es que depara sorpresas, "si no, siempre jugarían los mismos y ganarían los mismos". La actividad le prestó hueco en sus aposentos y su destino, a su edad, fue un "club de cantera". Más difícil todavía, "pero me arriesgué". Y cuajó, no resultó para nada enrevesado, no fue descabellada utopía. A pesar de que "cuando llegué a Bilbao, seguramente la gente estaba asustada, diciendo: ¡Madre mía, quién es éste!". Pues en él recayó toda la responsabilidad, motivada por la lesión de Gorka Iraizoz, de un equipo con la salvación en juego. Por esas alturas, en el ecuador de la campaña 2007-08, el Athletic y Armando vivían realidades muy dispares. El club atravesaba uno de los momentos más críticos de su historia, mientras el arquero soñaba despierto. "Menos mal que me pilló en un momento maduro en el que sabía asimilar las cosas, porque todo sucede tan rápido que no tienes tiempo para reflexionar. Estaba haciendo la mudanza y de repente me veía en La Romareda jugando", revela, con el peso de la responsabilidad siempre latente, dando cuenta de la tara de unos colores.
"No es lo mismo jugar en casa que fuera. Fuera, las críticas no suelen llegar hasta la familia; aquí, en cambio, para mi madre y mi hermano, por ejemplo, tenía que ser bastante impactante que estuviera en el Athletic, con todo lo que mueve. Me preocupaba por ellos, porque los mensajes que les llegaran fueran buenos y que la cosa saliera bien, porque si sufre uno, sufre todo su entorno". Como los caballos de concurso, Armando se ciñó parches en los ojos "para tirar hacia delante sin mirar a los costados", para abstraerse de las posibles dudas sobre su capacidad. "Lo que tenía que hacer era hablar en el campo y poco a poco me fui ganando el respeto de la gente, afrontando la situación siendo yo mismo y con la mayor naturalidad".
Así, fueron sucediéndose momentos "indescriptibles". Pero sufridos, "porque no cabe duda de que tú no quieres estar ahí si el Athletic va a descender". Empero, la anhelada salvación se consiguió y se dio paso a tiempos de bonanza, con la participación de la Liga Europa y la final de la Copa como máximos exponentes. "La final se podía comparar con el ascenso del Cádiz a Primera. Aunque es cierto que en el Cádiz participaba directamente y en el Athletic lo viví casi como un aficionado, y lo disfruté mucho, porque de la otra manera, en muchas ocasiones la tensión que llevas dentro acumulada no te permite disfrutar del momento".
sin sacar pecho El mensaje, su integración en el círculo rojiblanco, su voluntad, su sentimiento de pertenencia, trascendió al pueblo. Armando ya era uno más, enrocado en el vestuario y también en las almas de los feligreses bilbainos. "Estoy sorprendido", desvela con gesto bien definido de fascinación, como quien reside en una nube y no da crédito desde las alturas. "La gente, este arropo, me ha hecho dar incluso más de lo que tengo. Ha sido increíble. Uno puede ser más majo que la leche y tremendamente alegre, pero tal vez lo que ha quedado en la afición es la pasión que he mostrado en cada minuto que he jugado", ilustra. Su visceralidad es gancho, atractivo para la marea social, aunque también el resultado bajo palos. "A todo profesional le gusta sentirse valorado y me siento así. Cuando se me ha necesitado he estado a la altura", valora haciendo hincapié en su máxima de la humildad, ajeno a lo chulesco. "Hubo un entrenador, para mí el mejor que he tenido, que fue Víctor Espárrago, que siempre empleaba dicha palabra. Decía: con la humildad, sin sacar pecho, se consiguen cosas". Principio que vierte sobre sus dos hijos, aunque desmintiendo comprender la receta de su éxito, muy a pesar de que "he alcanzado prácticamente todas la metas que me he propuesto". "La humildad es una parte, pero como muchas otras cosas. También lo involucrado que sea uno, que tenga ilusión por lo que hace. Pero no sé cuál es la llave o el prototipo para que sucedan estas cosas tan bonitas", explaya. "¿Que no me rindo nunca? Ojalá la gente me vea así, porque es así como yo me siento". Feroz en tesón, radical con una entrega que le ha deparado "un final tan bonito que ni en mis mejores sueños podía imaginar". Casi nada. Siempre armado de ilusión, de las fantasías que danzan en la sesera de un juvenil. Y así es como afronta su horizonte del tiempo. "Se ha cerrado una puerta, pero se han abierto muchas ventanas. No quiero pensar ni añorar nada. Quiero ilusionarme con el reto que tengo ahora. Me siento feliz, no pienso en que se me ha acabado el fútbol", destila, agradecido con lo que le ha tocado vivir.
Es hora de surf, de pádel, de frontón, de todo aquello que tuvo que exiliar de su vida cotidiana para ser "un currela de la profesión", obrero de pantalón corto y manoplas. Es momento de Alain, con 12 años, y de Iban, con 10 primaveras, los tesoros de la casa Ribeiro. También de Susana, su mujer, la que tanto "se ha sacrificado por mí" desde la sombra de los teleobjetivos. Y de sus amigos. Además, de los futuros leones, a quienes enseñará a ser atajadores de balones a la par que cazadores de sueños, como él lo ha sido, "vizcaino de Cádiz". Eso sí, siempre apretando las clavijas del tiempo, echando un pulso al reloj, respirando el aroma del momento. "Hay muchas dificultades en el camino y por eso hay que disfrutar hasta que lleguen los golpes, para estar fuertes cuando estos se sucedan". Así arranca la nueva vida de este profeta del carpe diem que es Armando, "más bonita aún". "Nos veremos por Lezama". Hasta pronto.