bilbao
Hay que escuchar a la cabeza pero dejar hablar al corazón, el músculo más grande del mundo cuando el Athletic invoca a todos sus espíritus y se zafa a campo abierto contra los todopoderosos ejércitos del fútbol de Wall Street. Llevaba años San Mamés sin vivir una de aquellas noches de rompe y rasga que le hizo grande. No por jugar con los suyos -con los nuestros...- sino por tumbar dragones de siete cabezas y gigantes descomunales con un puñado de esforzados. El Athletic que despierta tempestades regresó del pasado para asombro de una Real Madrid de polvo de diamantes que acabó desorientado, incapaz de encontrar una vía en la portería de Gorka Iraizoz, ayer consagrado, si no lo estaba ya, como el heredero de la sacrosanta portería del Athletic, como el mesías tanto tiempo esperado.
San Mamés fue una fiesta. Las gradas empujaron con más aliento al equipo que con reproches al contrario, salvedad hecha de la aparición esperpéntica de Bernardino González Vázquez, un árbitro de cable pelado que, entre sus innumerables torpezas, dejó si señalar un claro penalti a Fernando Llorente. Para entonces, en la desembocadura del partido, San José ya tenía galones de mariscal del ejército de aviación y el Athletic entero, a bloque, se mostraba infranqueable: una pieza de acero fundido.
Antes de que todo esto ocurriese, antes de que las gradas estallasen de alegría e incluso antes de que Cristiano Ronaldo recogiese la herencia del viejo Stielike y se encarase con las gradas -todo un síntoma de impotencia...-, el partido se vivió con intensidad en sus preámbulos. El propio palco de San Mamés era un hervidero, hasta el punto de que José María Argoitia y Koldo Agirre tuvieron que salir de allí para hacer hueco. Había runrún de algo grande era posible en los minutos previos. Lo sintieron el presidente del Athletic, Fernando García Macua; el diputado general, José Luis Bilbao; el alcalde de Bilbao, Iñaki Azkuna; el rey Midas del Real Madrid, Florentino Pérez, y Fernando Fernández Tapia como embajadores de la casa blanca; José Ángel Iribar, Jabo Irureta, Jorge Valdano y Miguel Pardeza; el consejero Carlos Aguirre, Txema Oleaga y Antonio Basagoiti; Txus Bidorreta, junto a su hermano Joseba, José Andrés Gorritxo, director general del IMQ; Vicente Mestre, en nombre del BBVA; José Luis Arrendondo, emisario de Petronor; Javier Aresti, Juan Mari Aburto, Fernando Ruiz Piñeiro, Julián Martínez Simancas, secretario general de Iberdrola; José Alberto Pradera, ex presidentes del Athletic como José Julián Lertxundi y Pedro Aurtenetxe; Iñigo Bustamante, René García Galbarriatu, el pequeño Martín Gutiérrez Gorostiaga, quien entró en el palco vestido con la camiseta del Athletic (había viajado de Madrid y su sueño era conocer de cerca al león de La Catedral...); Miguel Bustamante, Jesús Herrero, Aitor Ocio y un tropel de invitados.
No eran las gradas menos fecundas. A un lado sufría y gozaba Andoni Goikoetxea y al otro Dani. Con el corazón boxeándoles dentro del pecho también vieron el encuentro Txetxu Rojo, Mané, Andoni Zubizarreta, Genar Andrinua, Juan Goiria, Jon Ortuzar, Iñigo Camino, director de DEIA; Iñaki Zarraoa, Javier Arakistain y decenas de miles. La inmensa mayoría salió de San Mamés con la euforia propia de las noches de fiesta. Dirá la estadística que el Real Madrid mereció más premio, que fue huracán desatado y que las trincheras del Athletic acabaron devastadas por tanta refriega. ¡Qué digan lo que quieran!