Medianoche en pleno recinto festivo. David Bisbal se desgañita llorando sus penas de amor mientras cientos de personas bailan al ritmo de la música. Ave María, cuándo serás mía... “Entra dentro de los límites; unos 88 decibelios”, predice el técnico municipal encargado de velar por que la música de bares y txosnas no se descontrole en pleno fragor festivo. Localiza los altavoces, se coloca centrado entre ellos, se aleja unos metros –ocho, para ser exactos– y saca el sonómetro. “Si hiciera viento habría que colocar un protector de espuma en el sensor porque, al ser tan sensible, hasta las ráfagas alterarían el resultado”, explica. Más de dos décadas de Aste Nagusia afinan oídos hasta límites insospechados: el aparato marca 88,5 decibelios. Recoge y se encamina hacia la siguiente txosna. Cuando termine la noche, al filo del amanecer, serán 37 los kilómetros que se habrá metido entre pecho y espalda. Como él, cuatro técnicos recorren cada día el recinto festivo y otros puntos calientes de la fiesta comprobando que ninguno eleva la música más allá de lo permitido. Son el último bastión, ya que todos los equipos de sonido tienen instalados limitadores automáticos, que bajan el volumen en dos segundos si alguien tiene la tentación de elevar el tono, y un micrófono colocado en las lonas envía en tiempo real las lecturas al servidor municipal.

Hace años, lo recordarán los más veteranos, bares y txosnas se enzarzaban cada noche en una alocada carrera por ver quién ponía la música más alta y atraía así a más clientes. La guerra de los decibelios, la llamaban. Atrás han quedado aquellos tiempos. “Se trata de hacer compatible el derecho a la diversión y la fiesta que supone Aste Nagusia, y el derecho al descanso de los vecinos de Bilbao, algo por lo que tenemos que velar desde el Ayuntamiento”, explica Víctor Trimiño, director de Medio Ambiente del Consistorio bilbaino. De ellos se encarga el dispositivo especial que se pone en marcha todos los años y que establece diferentes barreras para poner freno a la contaminación sonora. Porque sí, en Aste Nagusia también hay límites aunque se tenga manga ancha para que la música pueda sonar prácticamente toda la noche; incluso los bares tienen permiso para sacar al exterior sus bafles, algo totalmente prohibido el resto del año, incluso las televisiones deben estar silenciadas, y siempre con autorización previa. La ciudad está dividida en tres zonas en cuanto a la limitación de horarios y niveles sonoros: el área 1 es la zona cero de la fiesta, el recinto festivo; hay un área intermedia, y luego está el resto de barrios. En la primera los bafles de las txosnas están limitados a 95 decibelios hasta las 5.00 horas; a partir de ese momento, se deben bajar hasta los 85 y, a las 7, se acabó la música. Las actuaciones en directo solo se permiten hasta las 3. Eso, en las txosnas; para los bares que tengan megafonía exterior, el límite está en 90 decibelios, y en 75 entre las 5 y las 7. Y a medida que se va ampliando el radio, el volumen máximo permitido disminuye.

La cifra está clara, 95 decibelios. ¿Pero eso cuánto es? Una primera búsqueda en internet desvela que es equiparable a una sirena de bomberos a poca distancia o a un claxon en un atasco. Fuera de Aste Nagusia, los objetivo de calidad acústica en Bilbao están fijados en 65 decibelios durante el día y 55 por la noche. “A 95 decibelios no se oye hablar a la gente; la música es tan alta que tienes que gritar”, explica el técnico municipal. La bajada a 85 se hace de forma gradual, en uno o dos minutos, no de golpe; a ese volumen, el murmullo ya se escucha por encima de los acordes. Hay que tener en cuenta que la física del sonido es un tanto especial: el aumento de decibelios no es lineal. “Un trompetista toca a 60 decibelios; dos no lo hacen a 120, sino a 63. Cada tres decibelios se duplica el sonido. Hay mucha gente que se pasa de volumen y te dice ‘¿qué más da, 80 que 83?’ Sí da, es el doble”, advierte.

Hasta ahí el marco teórico; ahora hace falta descubrir cómo se controla que esos límites se cumplen y nadie suelta un do de pecho a deshoras. El primer muro son los limitadores que todos los equipos musicales, los rack, tienen que tener instalados: hay un total de 25 entre todas las txosnas, ya que algunos son individuales y otros aglutinan a varios establecimientos. Aunque es cada txosna la que los coloca, los técnicos municipales recorren todos antes de Aste Nagusia para calibrarlos. Calibrarlos y precintarlos; está terminantemente prohibido, y de hecho es sancionable, manipularlos. “Si alguno se rompe, nos tienen que avisar”, advierte el técnico. Funcionan de forma automática: si alguien tiene la tentación de subir el volumen por encima de los 95 decibelios, el aparato lo vuelve a bajar en dos segundos. Y cuando llega el toque de queda, lo apaga. Eso, en las txosnas. En los bares, se marca el límite en la consola: de aquí no puede subir. Un total de 21 locales han solicitado instalar megafonía exterior este año. No tiene limitadores, eso sí, los conciertos o actuaciones que organiza cada una: de ahí que estas no puedan celebrarse más allá de las tres de la madrugada.

Hecha la ley, hecha la trampa, pensará más de uno; la tecnología se puede trampear o puentear. Un equipo montado en paralelo al que tiene el limitador, una caja que envía más volumen que el permitido en un bar... Ahí entra en acción unos pequeños micrófonos que se colocan en las carpas, o en las fachadas frente a los locales que tienen megafonía exterior –jueguen a buscarlos, son unas cajas pequeñas de color rojo–, y que recogen los niveles de ruido de forma constante y en tiempo real, enviándolos a los servidores municipales. Un chivato que los inspectores visualizan para ver quién se ha pasado de la raya.

37 kilómetros en una noche

La última barrera de contención son los cuatro inspectores que todas las noches recorren los recintos festivos sonómetro en mano. La ronda empieza después de los fuegos artificiales y puede alargarse hasta las ocho de la mañana; en una sola noche llegan a recorrer hasta 37 kilómetros andando. Trabajan siempre de la forma más discreta posible –“lo último que quiere la gente a esas horas es que les bajes o les quites la música, te puedes encontrar con un jaleo importante”– y con más paciencia que el santo Job. “Solo sancionamos cuando constatamos que hay un incumplimiento deliberado y repetitivo. Si vemos que se han pasado de los límites, les advertimos. Se les avisa hasta dos veces antes de sancionar”. Y es que explica que “hay locales que trampean de forma deliberada pero también puede ocurrir que alguien no sea consciente de las restricciones horarias. Nuestro objetivo último no es multar, sino que se cumpla la normativa y que los vecinos puedan descansar”, explica.

El año pasado se impusieron cinco sanciones; esta Aste Nagusia, ya se han levantado otras tantas actas por incumplimiento. “Evidentemente, hay más actuaciones. Los requerimientos para ordenar a txosnas y locales que modifiquen ciertas cosas son continuas”, señala el director de Sostenibilidad. Controlan el volumen de los locales, que los que han sacado megafonía tengan autorización, comprueban si se han corregido los incumplimientos que han detectado la noche anterior... Así, noche tras noche, hasta que mañana Marijaia arda.