Súper polita, que diría ella. Así fue el concierto de la joven, exitosa y dicharachera Izaro Andrés en Abandoibarra ante unas 8.500 personas. Día grande de Aste Nagusia y magnífica elección para disfrutar de la última estrella del firmamento musical euskaldun, joven vizcaina huida a Donostia que ofreció un emotivo, reivindicativo, confesional, feminista y ecléctico concierto entre ramalazos de pop, electrónica de rave y sonidos ligados a la canción de autor. Un cóctel que pasó del cero a la felicidad entre peticiones de respeto y resiliencia ante los problemas de salud mental.

Lo malo y lo bueno, todo sirve para el crecimiento personal y artístico. Bien lo sabe Izaro, que tras un éxito fulgurante con sus primeros discos optó por desaparecer, cuidarse, desengancharse de las redes sociales y rumiar todo proceso de madurez y evolución con la creación de un cuarto disco, cerodenero, autobiográfico y valiente en el que se abría a quien quisiera oírlo y hablaba sin pudor de salud mental y aprendizaje desde los propios errores.

Cierta locura y toneladas de emoción se hermanan en esta gira de la nacida en Mallabia, que lo mismo se da un garbeo por Texas, Bogotá, Nueva York o, este jueves, se deja caer por Palencia antes de recalar en Bilbao, un lugar especial, por cuna y porque, además, fue el campo base –concretamente el Palacio Euskalduna– de los conciertos actuales. En Abandoibarra no hubo sorpresas ni con el repertorio ni la escenografía, pero su intergeneracional público –resultó enternecedor ver a los más txikis gritar su nombre, a la espera de conocerla o de arrancar un autógrafo en la trasera del escenario al finalizar el bolo– volvió a acompañarla desde zero a La felicidad en una banda sonora confesional y valiente.

El escenario se mostró abierto y limpio, con un único soporte en el que se vio a Izaro cantar, fugazmente, Zero –“zero, hasiera edo”–, el campo base del que partió para subir su montaña personal hasta sentirse en un espacio seguro, ya sana. Y lo hizo con las tablas, la seguridad y la confianza que empezó a mostrar desde el pop de Iparraldera, una oda a la búsqueda del rumbo que enderece nuestra vida y nuestra alma y que inició ella sola, al teclado. “Viva la salud mental”, gritó al aire al interpretar edzddh, con el público batiendo palmas y compartiendo el estribillo “son de mentira”.

Llegó el primer Aguacero de palmas y el paseo siguió con Delirios. “!Qué gozada!”, soltó Izaro ante la respuesta de las primeras filas, copadas por los fans verdaderos, los dispuestos a pasar por taquilla. Y el pop se vistió de electrónica y crítica a las redes sociales con x eta besteak, en la que los arreglos sintéticos se dispararon y el show creció con las coreografías que la cantante compartió con las bailarinas Rafke y Paula, que repitieron en la también electrónica Campamento base.

Atrevida y folk

Esta canción, que en directo también nos recordó a Zahara, sonó contemporánea y “atrevida”, con Abandoibarra convertido en una discoteca antes de dar paso a la reivindicación de Libre –“no nos violéis, no nos interesa”, llegó a gritar– con el escenario copado por una iluminación roja intensa. Y tras el grito llegó la celebración del cumpleaños del bajista, Julen Barandiaran, en una fase intermedia en la que Izaro, en formato más acústico, se arropó con sus compañeros de grupo en escasos metros.

Sensible y dulce sonó Errefuxiatuena, con el guitarrista Iker Lauroba dibujando preciosos arpegios y coros en el momento más ligado al folk y la canción de autor, en ocasiones con guiños latinos. Le dio el relevo Tu escala de grises, miel melódica con la más que solvente y tímida teclista Garazi Esnaola –se salió en la balada Limoiondo junto al cálido cajón de Martin Arbelaitz– acompañando desde su guitarra. Hubo tiempo también para el chiste, el baile con el ya clásico París, las presentaciones, el desparpajo –se equivocó en Aquí y no dudó en pararla y reiniciarla– y recuerdos para las bondades de Aste Nagusia, su amiga Itziar Ituño y las comparsas.

Feliz por la satisfacción de un éxito que reivindicó como “autogestionado”, Izaro emocionó con Mi canción para Elisa y se tomó un respiro con Todas las horas, acompañada por un público excesivamente tímido. Abandonó el escenario con esa canción sobre el discurrir del tiempo –“el agua se remueve y el pez se va”–, pero volvió a él con unos bertsos sobre un pueblo soñado y utópico donde reine el respeto antes de romper la baraja con La felicidad, entre los bailes de ritmo caribeño y el ya clásico perreo de espaldas al público.

Invadida por ella, la felicidad, y entre eskerrik asko y besos, dejó definitivamente el escenario tras el tobogán de estilos que su fuerte personalidad ya está convirtiendo en propio y definitorio. Y nos citó para su bolo en el BEC, este pagado, el 31 de mayo de 2025, sonriente, curada y feliz sobre los escenarios de los un día, saturada, llegó a huir. Como cantó, puede que el mundo no sea un buen lugar y que nos sobre odio y falte empatía, pero disfrutemos del viaje, de las horas que quedan; como está haciendo ella. Lo dicho, súper polita.