Entre dos aguas con Paco de Lucía en la memoria
Músicos que acompañaron al maestro, dirigidos por Jorge Pardo, le ofrecieron un tributo lleno de pellizco flamenco y devaneos jazz 10 años después de su muerte
Al final no sonó la rumba Entre dos aguas, el mayor éxito de Paco de Lucía, el que llevó al músico flamenco a los primeros puestos de las listas estatales en los 70 antes de conquistar el mundo, pero el tributo que acogió Plaza Nueva en su segunda y emotiva sesión musical, a cargo de un plantel de musicazos que le acompañaron en su carrera dirigidos por Jorge Pardo, sí navegó entre dos estilos: el flamenco, su fuente e inspiración, con varios guiños a Camarón, y los devaneos jazz con los que enriqueció su caudal creativo.
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¿Qué cómo estaba la plaza? Abarrotada, a rebosar. Ni una silla libre, y gente de pie alrededor. Un público intergeneracional que hablaba castellano, guiri y euskera, e interracial, con una amplísima representación gitana con familias enteras con coches de niños, acudió a la llamada del respeto y la admiración que fue el espectáculo Paco de Lucía In Memorian, la obligada cita anual en Aste Nagusia con el flamenco en el 10º aniversario del fallecimiento del maestro de la guitarra.
¿Qué podía salir mal si la cita estaba protagonizada por “los mejores compañeros de viaje” de Paco en una singladura que le llevó de ser “el gran maestro de la guitarra flamenca” a “un músico venerado internacionalmente”, tal y como destacó en la presentación José Luis Palazón, director artístico de un encuentro producido por Bilbao Flamenco y que acabó por convertirse en una celebración, a ritmo de palmas y olés, de la supervivencia de la obra y memoria de Paco de Lucía.
Al frente de una buena parte de los músicos que acompañaron en vida al genio gaditano, tanto en disco como en los escenarios de varios continentes, se situó Jorge Pardo, quizás el eslabón más férreo de la cadena que mantiene vivo su trabajo y difunde su inabarcable legado. Director musical, Pardo quizás no sea gitano, ni cante, ni baile, ni toque la guitarra, pero soplando sus flautas –pasó del saxo en la velada– demostró que es miembro destacado de la familia flamenca del último medio siglo.
Pardo, laureado con el premio a mejor músico de jazz por la Academia Francesa y también Premio Nacional de Músicas Actuales, debutó con Las Grecas, se hizo músico con Dolores junto a Pedro Ruy Blas, grabó con Camarón, aleccionó a jóvenes flamencos como Ketama, ha compartido giras con Chick Corea y fue lugarteniente de Paco durante años. Él fue el maestro de ceremonias de un encuentro que alternó las composiciones en solitario con dúos y pequeñas fiestas conjuntas a mitad de camino entre los encuentros flamencos nocturnos en casas –sin alcohol, eso sí, y con el horario controlado– y los largos desarrollos de las jam sessions del jazz.
Respeto y familia
Con el regalo de la luna llena en el cielo, detallazo del Ayuntamiento, según Pardo, el concierto resultó familiar desde el inicio, ya que lo arrancó a la guitarra Antonio Sánchez, sobrino de Paco con la bulería propia A mi Paco. A él le tocó bailar con la más fea al portar el instrumento del genio, pero su pellizco sí evocó su magia puntualmente, a caballo entre la herencia consanguínea y las enseñanzas de Cañizares.
Tras el preámbulo, en el que despuntó también el brasileño Rubem Dantas, con sus dreadlocks y responsable de introducir el cajón en el mundo flamenco, llegó “la revolución” que provocaba Paco al pellizcar su guitarra cuando se fue sumando el resto de familiares artísticos, liderados por las flautas sibilantes e impuras de Pardo. Con el contrapunto de las palmas del público sonó Solo quiero caminar, a ritmo de tangos, conducida al cante por la granadina Chonchi Heredia –su voz suena en Mi calorro, de Estopa–, que regaló una coda final con guiño a Como el agua, de Camarón.
Y ya no hubo descanso entre bulerías y alegrías cocinadas a fuego lento, entrando y saliendo del compás, improvisando, jugando y riendo, mirándose a los ojos y ofreciendo muestras en solitario de su virtuosismo. Nos supo a poco el primer solo de Carles Benavent, ese Jaco Pastorius del Poble Sec, como Serrat, que evocó su composición Madrid, pero el de Pardo, basado en su Almoraima compartida con Chano Domínguez, y haciéndose dueño del escenario, resultó de órdago. Y provocó la locura al citar brevemente a Soy gitano. De nuevo Camarón; siempre Camarón.
Hubo tiempo para composiciones del maestro como Ziryab, dedicada al artista árabe integral renacentista homónimo. Sonó sin el deje árabe original y sin piano, claro, y su sobrino solo pudo acercarse levemente a ese prodigio a las cuerdas que Paco ofrecía en su final; y también rescataron su contribución a la película The Heat, de Stephen Frears, con su Canción de amor, momento para la calma, la desnudez y la caricia.
Todo lo contrario sucedió con las dos participaciones de Karime Amaya, al baile. Mexicana de origen, el flamenco corre por la sangre de la sobrina nieta de la bailaora Carmen Amaya. De claro primero, de negro después, con su vestido recogido, sus brazos al aire como Marijaia y sus vueltas y taconeos imposibles, expansivos, exuberantes y voluptuosos, llevó la revolución a la plaza, que estalló en aplausos y olés. Al final, para “no perder el metro”, llegó un final compartido con la cantaora y la bailaora batiendo palmas, Benavent ya sí, reivindincándose, y todos yéndose por bulerías. No sonó, como estaba previsto, Entre dos aguas, pero pocos la echaron en falta. ¡Ah, y no llovió!