Espía veterana vale por dos. Fue ver el pronóstico de los nubarrones y correr -con la chancla y la cuña es un decir- a cambiarle al tipo de El Arenal mi disfraz de pez globo pinchado por el suyo de monstruo peludo azul, que era mucho más abrigado. Yo anduve lista, pero que Bilbao haya pasado de temperatura parrilla a temperatura chaquetilla les ha pillado a muchos con el tirante cambiado.

Lo peor de agarrarse un supertrancazo en la recta final de Aste Nagusia no es el dolor de cabeza ni tener el cuerpo molido, sino que nadie respeta tu presunción de inocencia. Todo quisqui da por hecho que es una resacón por acumulación sí o sí. “¿Qué has cogido frío? Sí, claro”, te dicen con retintín y sonrisa burlona . Ya puedes enseñarles la triangulación de tu móvil que indica que has estado moribundo en tu cama a menta poleo tres días seguidos que de ahí no les sacas.

Igual de insistentes son algunos de los que han llegado a las fiestas, frescos como una lechuga, este último fin de semana, cuando los demás llevamos aquí apechugando con todo desde el txupin. “¡Venga, la última!” y así hasta el infinito, así vaya toda su cuadrilla reptando por el suelo de las txosnas . ¡Que hubieran venido antes!

A poco más e inundan Bilbao

Por lo demás, los últimos coletazos de mi incierta misión han transcurrido entre las colas al aire de los meones, que a poco más y vuelven a inundar Bilbao. Al menos hace años buscaban un lugar apartado y discreto, normalmente con vistas a la ría, pero ahora, si te descuidas, alguno te salpica los pies. Multa y a limpiar las calles con cubo y fregona . Así descansan los trabajadores del servicio municipal de limpieza, que se han debido de acordar de los ancestros de más de uno. Además, lo suyo es que las fiestas huelan a marmitako, churros, bocatas de lomo y, a lo sumo, kalimotxo fermentado, no a pis.

Aunque para colas, las que se montan antes de los fuegos en el ascensor del metro que sube al parque Etxebarria . Hay carteles que anuncian hasta 45 minutos de espera, como en los parques de atracciones, pero muchos, pudiendo subir rampas o escaleras, se han pasado ahí medias fiestas. Me cuenta un colega que, tras el cohete final, bajan en tropel por las calzadas de Mallona como si les persiguiera un cubo gigante de salchipapas. Otros, en cambio, vuelven a hacer cola para coger el ascensor. Debe ser adictivo. O eso o se creen que es una conga. Les dejo, que, desde que voy de monstruo, no paran de hacerme fotos y darme monedas. Si me renta, lo mismo me reciclo.