Cada tarde, cuando empieza a ponerse el sol, la zona de El Arenal situada frente al kiosco de música se convierte en un auténtico zoco, en el que el olor a carbón se une al de las carnes a la parrilla. Una treintena de improvisados puestos de comida callejera ofrecen una carta compuesto de arepas, anticuchos, pinchos morunos, muslos de pollo, chorizos, churrasco, papas aborajadas con salchichón o empanadas. Incluso helados de mango, coco o fresa, y alfajores, para rematar la cena con algo dulce. ¿Alguien con antojo de palomitas? También las hay, con su tradicional carrito, y todo tipo de bebidas, desde la solicitada cerveza hasta chicha, un licor de maíz que cambia de color según la semilla con la que esté hecho. Unos ofrecen su mercancía desde humildes neveras portátiles y carros de la compra, con carteles escritos a mano en los que anuncian sus productos pero también hay parrillas en los que los víveres se cocinan al momento, en mesas plegables repletas de salsas, de tomate o cacahuete, y guarniciones varias: cebolla, pimiento, zanahoria... Hay quien apenas llega con una veintena de latas y los que recorren el recinto con cubos de 100 litros llenos hasta los topes. Son puestos sin autorización ni control sanitario pero en los que la demanda se escribe con h de hambre.

Con una pizarra escrita a mano anuncian Daniela Ortiz y Ester Jaramillo su menú, típico de su Colombia natal: arepas mixtas de carne y pollo, y chorizos –a cinco euros las primeras y a tres los segundos–, además de latas de cerveza, agua, Coca-Cola y kalimotxo. “Compre una para probarla y así escribe también la calificación”, invitan. “Mi ilusión es tener un negocio de comida colombiana; ya nos han llamado para algunas fiestas y estoy aquí para darme a conocer”, explica Ester. También es una “buena entrada de dinero”; en una noche pueden llegar a despachar hasta 60 arepas; para las dos de la madrugada agotan las existencias, recogen todo y se vuelven a casa. Es el segundo año que venden comida; cocinan las viandas al momento en una parrilla de carbón, especialmente codiciadas a primera hora de la noche y después de los fuegos. Aseguran que hasta el momento la Policía Municipal no les ha confiscado los alimentos ni les ha desalojado de la zona. “No nos podemos poner en zonas por las que pasa mucha gente, por ejemplo el puente del Arriaga”, advierten. Respecto al estado higiénico de los alimentos, afirman que “lo cocinamos bien todo y está bien tapado para que no haya problemas”.

“Sueño con tener un negocio de comida boliviana; vengo a darme a conocer”

ESTER JARAMILLO - Colombia

Por ahora, la Policía Municipal ha decomisado un kilo de comida por venta no autorizada. El operativo de Seguridad para Aste Nagusia contempla el control de estos puestos. ¿Su objetivo? “Garantizar la movilidad y el tránsito libre y seguro de personas en el recinto festivo de El Arenal y en el Casco Viejo, evitando la ocupación del espacio público”, manteniendo sobre todo libres sus vías principales, como el puente de El Arenal, Askao, Correo o Bidebarrieta. También establece que “la intervención cautelar de la mercancía deberá regirse por criterios de idoneidad y adecuación, valorando cada situación concreta con prudencia, bajo principios de necesidad y de proporcionalidad”.

Unos metros más allá, sus compatriotas Jon y Joana ocupan una esquina más modesta de la plaza. En una pequeña mesita plegable de camping han colocado dos containers de plástico, totalmente forrados con papel de aluminio, donde guardan sus viandas, envueltas de forma individual. “Lo preparamos en el día, todo es fresco. Está bien protegido, si está aún calentito...”, sacan uno de los paquetes. En su interior, toda una muestra de gastronomía colombiana: papas aborajadas con salchichón –cocidas y rebozadas–, maduro aborajado –plátano latino relleno de queso–, empanadas de papas y carne, o empanadas. Todo, a dos euros. Es la primera que salen a la calle con sus platos. “Llegamos el sábado, vimos que había mucha gente con sus fueguitos y nos animamos”, cuentan. “Hasta las dos de la madrugada no para de venir gente”.

“Traemos 150 brochetas de anticucho y 60 de churrasco, y las vendemos todas”

JOSE RODRIGO FLORES - Bolivia

Sara Hernández y Mikel Fuentes comen unas brochetas de pollo que les acaba de servir Amir Yassinneabg. Para beber, dos latas de cerveza. No tenemos wifi pero hay cerveza que hace la comunicación más fácil, reza uno de los coloridos carteles que el marroquí ha colocado junto a la mesa en la que se ven rodajas de pan –en un balde forrado de albal–, brochetas, la propia carne y un par de parrillas. “Como están cocinadas no creo que haya problema”, confía la pareja. “Si está mala la tiramos; solo vendemos comida que esté rica”, afirma Amir.

Las cifras que baraja José Rodrigo Flores Oporto, boliviano, no dejan lugar a dudas: 150 brochetas de anticucho hechas con corazón de vaca y cuyo consumo es típico en Bolivia los viernes. Las sirve con patatas cocidas y salsa de locoto –picante– o cacahuetes, al gusto del consumidor. A ellas se añaden otras 60 de churrasco. “Nos quedamos hasta que se acaban; muchas veces, ni toda la noche”, aclara. “En Bolivia hay muchísimos puestos de comida callejera, algunas personas se dedican solo a ello. Yo no, pero es un extra que siempre viene bien”. No falta la bebida, para pasar el trago; lo más demandado es la chicha, un licor hecho con maíz, y la cerveza, “que es lo que más se vende”. María Bautista, también boliviana, completa la muestra gastronómica del país: sandwiches de jamón, servido entre pan y con ensalada; tostado, raciones de maíz tostado con trozos de cerdo, o charque, carne secada al sol con huevo, patatas y maíz hervido. “Lo prepara mi madre”, explica.