Los más de 1.300 muertos en el Mediterráneo, según la Organización Internacional de Migraciones (OIM) consolidan a este mar en un dramático primer puesto mundial, pero la ruta atlántica hacia las Islas Canarias se cobró este año casi 800 vidas, el doble que en el año anterior.

Miles de personas llegaron a Italia desde la costa norteafricana. En abril, más de un centenar murieron en un naufragio, a pesar de que las autoridades de los países vecinos fueron alertadas dos días antes.

El fenómeno se intensifica: hasta el 29 de noviembre desembarcaron 62.941 inmigrantes, el doble que en el mismo periodo del año anterior y seis veces más que en 2019, según datos oficiales.

Las razones tienen mucho que ver con la pandemia. El virus ha acentuado la crisis económica en Túnez, golpeando al sector turístico, y el flujo migratorio ya no parte solo de la violenta Libia, sino también de su país vecino. Así, un cuarto de quienes desembarcan en Italia (15.055) son tunecinos que huyen de una dura coyuntura económica e institucional, explica Matteo Villa, del Instituto para los Estudios de Política Internacional.

Pero hay otros motivos. El tercer grupo en llegar son bangladesíes que abandonan el sector petrolero libio y además, apunta el experto, los traficantes norteafricanos se han hecho con una “floreciente” industria naval, ofreciendo viajes más seguros y animando a zarpar.

Este es uno de los temas prioritarios para el Gobierno de Mario Draghi quien, por mucho que reclame más solidaridad a la Unión Europea, no logra su principal objetivo: modificar el Tratado de Dublín.

El pacto, que regula el derecho al asilo en Europa, estipula que sea el primer país al que llega un inmigrante el que se encargue de estudiar su acogida o rechazo, e Italia como puerta sur del continente es lo que aspira a cambiar, sin demasiado éxito, mientras su ultraderecha sigue al calor de las proclamas antiinmigración.

La vía tradicional de migración desde Marruecos a España, cruzando el Mediterráneo, volvió a quedar en 2021 en segundo lugar como la más peligrosa del mundo por vía marítima tras la que une las costas marroquíes -y en menor medida mauritanas, senegalesas y gambianas- con las Canarias a través del Atlántico.

Son un mínimo de 100 kilómetros desde el punto más próximo de Marruecos y más de 1.000 desde otros de Senegal o Gambia y experimentó un repunte espectacular en 2020. Ese año 23.023 personas llegaron en patera a las islas españolas (ocho veces más que en 2019).

En 2021, las cifras se mantienen (19.865 personas hasta el 30 de noviembre, igual que en el mismo periodo de 2020), pero la ruta se ha vuelto más mortífera. Según la OIM, en el intento de llegar a costas españolas fallecieron al menos 785 personas de enero a octubre, el doble que en esos meses de 2020.

Quizás ese cambio se deba a que más migrantes viajan sin conocimientos náuticos ni GPS, o a que han aumentado las barcas neumáticas, más frágiles y que se hunden fácilmente. Muchas acaban siendo engullidas por el Atlántico o recalan, semanas después, cargadas de cadáveres, en lugares remotos como Cabo Verde o incluso el Caribe.

La ruta mediterránea a España se ha mantenido en cifras similares (15.893 personas de enero a noviembre), con una tendencia al alza de la que une las costas argelinas con las Islas Baleares. Sigue estable también el paso, por tierra o mar, a las ciudades españolas de Ceuta y Melilla, emplazadas en el norte de Marruecos, adonde llegaron 2.345 personas en los once primeros meses.

Aunque este último número no tiene en cuenta el anómalo episodio vivido en mayo, cuando alrededor de 10.000 personas atravesaron la frontera de Ceuta ante la pasividad de las autoridades marroquíes, una acción encuadrada en un conflicto diplomático entre Marruecos y España en vías de resolución.

Desde Bielorrusia surgió este año una nueva ruta de intento de acceso de migrantes a la UE, a la que contribuyó el régimen de Minsk como respuesta a las sanciones impuestas desde Bruselas a su presidente Aleksándr Lukashenko.

Esta vía ha sido hasta ahora mucho menos mortal que la procedente de África, aunque igualmente dramática por la tragedia humana que viven las miles de personas, sobre todo de Irak, Siria y Afganistán, que pretenden llegar a la UE.

Esa oleada con origen en Bielorrusia comenzó en septiembre y se ha acentuado en los últimos meses, ha afectado a Letonia y Lituania, pero sobre todo a Polonia.

Según datos oficiales, en 2021 ha habido unos 40.000 intentos de cruzar ilegalmente la frontera polaca desde Bielorrusia, incluidos 17.300 en octubre y más de 8.000 en noviembre.

Un número indeterminado de migrantes, que el Gobierno polaco estima en “más de 2.000”, permanecen en las inmediaciones de la frontera polaco-bielorrusa, acampados o en instalaciones custodiadas por el ejército bielorruso.

Al menos 13 personas han perdido la vida en esta crisis por hipotermia, envenenamiento al comer setas o enfermedades derivadas de las precarias condiciones en que subsisten.

Wojciech Kononczuk, vicepresidente del Centro de Estudios Orientales de Varsovia, explica que “esto puede ser percibido como una crisis migratoria, pero esta definición no explica del todo la situación.”

“Esta es una crisis artificialmente creada por Lukashenko que comenzó con la expedición de visados (desde Bielorrusia) a ciudadanos de Irak y Siria, y la participación de agencias de viajes bielorrusas apoyadas por el Gobierno... Así que esta crisis no habría ocurrido sin el expreso apoyo del Gobierno bielorruso”, concluye el experto.

Los más de 1.300 muertos en el Mediterráneo, según datos de la OIM, consolidan a este mar en un dramático primer puesto mundial

Un número indeterminado de migrantes, según Polonia “más de 2.000”, siguen en las inmediaciones de la frontera polaco-bielorrusa