Los grandes embalses son una imagen habitual en el paisaje del Estado. Presentados como símbolos de progreso y modernidad, esenciales para el desarrollo agrícola, industrial y energético, esconden bajo la calma de sus aguas historias de dolor, pérdida y sacrificio que han sido silenciadas durante décadas.
En Memorias ahogadas (Pepitas de calabaza, 2024), los autores Jairo Marcos (Burgos, 1983), un periodista freelance con una amplia trayectoria, y María Ángeles Fernández (Extremadura, 1983), coordinadora de la revista Pikara Magazine, invitan a los lectores a un viaje fascinante a través de 12 capítulos.
El proyecto comenzó hace más de cuatro años, cuando ambos autores se preguntaron qué estaba ocurriendo en su entorno más cercano. “Tras documentar conflictos socioambientales en América Latina, nos dimos cuenta de que vivimos en el país de Europa con más grandes represas y el quinto del mundo. Esto hizo que quisiéramos analizar lo que sucedía aquí, algo que muchas veces pasaba desapercibido, pero que tiene un impacto enorme en las comunidades locales. Ahí fue donde vimos que había una historia que contar”, explica Jairo.
En el Estado hay más de 1.200 embalses que, además de transformar el paisaje, han destruido pueblos enteros, desplazado comunidades y sepultado patrimonio cultural. Según los autores, el objetivo principal era reconstruir esta memoria fragmentada. “No queríamos contar solo la historia técnica de las obras hidráulicas; queríamos recoger las voces de quienes las vivieron, de quienes sufrieron sus consecuencias y todavía las recuerdan”, señala María Ángeles.
El libro aborda, a través de una narrativa de no ficción, el impacto social, cultural y político de los embalses desde múltiples perspectivas. Ingenieros, trabajadores forzados, familias expulsadas y arqueólogos ofrecen un mosaico de relatos que ilustra cómo estas infraestructuras transformaron la vida de miles de personas. “No es solo una historia de pérdidas, sino también de resistencia y lucha por conservar una identidad que el agua intentó borrar”, añade Jairo.
Una mirada crítica
María Ángeles y Jairo tuvieron claro desde el principio que su intención no era demonizar los embalses. “No queríamos un libro en contra de estas infraestructuras, pero sí abrir una mirada crítica. Los embalses han significado progreso y desarrollo, pero también el desplazamiento de cientos de personas, especialmente en zonas rurales, lo que ha dejado un vacío humano y cultural”, reflexiona Jairo.
En ese vacío se encuentran las comunidades desplazadas, los pueblos inundados y el patrimonio olvidado. Muchas de estas historias han permanecido en el silencio, reducidas a relatos dispersos que nunca habían sido reunidos. “Lo que buscamos es ofrecer una visión de conjunto, que permita comprender el impacto real de estas grandes obras desde una perspectiva más amplia”, apunta María Ángeles.
Uno de los principales desafíos del libro ha sido mantener la singularidad de cada historia. “No queríamos caer en la repetición. Cada embalse, cada territorio, tiene su propia particularidad, y eso es lo que intentamos reflejar. En algunos capítulos hablamos de los ingenieros, en otros de las comunidades expulsadas o del patrimonio arqueológico sumergido”, explica Jairo.
La labor de campo también ha supuesto un gran reto para los autores. María Ángeles y Jairo recorrieron decenas de territorios, entrevistaron a vecinos de las comunidades afectadas y recuperaron documentos históricos para completar la narrativa. “Hablar con tantas personas, escuchar sus historias más íntimas, es como cargar con una mochila emocional muy pesada. Sabíamos que nuestra responsabilidad era honrar esas voces con un libro a la altura”, confiesa Jairo.
A esto hay que sumar las dificultades materiales. El proyecto fue financiado inicialmente con propios recursos, lo que limitó el tiempo y las visitas. Ganar el premio beca Bodegas Olarra y Café Bretón les permitió profundizar en el trabajo. “Fue un esfuerzo enorme, pero también un aprendizaje constante. Cada historia nos dio una perspectiva nueva y reforzó nuestra motivación para seguir adelante”, añade Jairo.
Más que un libro sobre embalses, Memorias ahogadas es una obra que examina la relación entre el territorio, el poder y la memoria. “El agua es un bien común y un derecho humano. Esto implica poder disfrutar de un río vivo que no esté únicamente en manos de determinados poderes”, reconoce María Ángeles.
Tanto Jairo como ella invitan al lector a mirar los embalses desde una nueva perspectiva, más allá de la imagen turística. “No buscamos dar respuestas cerradas. Queremos que quienes se acerquen al libro miren los embalses y el agua de otra manera, no solo como paisajes bonitos. Bajo toda esa agua, hay historias de sufrimiento, lucha y resistencia que merecen ser contadas”, afirma la periodista extremeña.
En una línea similar se expresa Jairo. “El libro nos ha transformado como autores y creo también va a hacerlo con los lectores”.
Historias de vidas "robadas", silenciadas por el paso del tiempo
En el fondo de un embalse de Guadalajara descansa La Isabela, un balneario que desapareció bajo las aguas hace décadas. Pero, antes de su hundimiento definitivo, vivió una transformación totalmente insospechada. Durante la Guerra Civil, se convirtió en un sanatorio psiquiátrico donde un médico, cuyo nombre ha quedado casi borrado por el tiempo, decidió dar su vida para salvar a muchas personas.
“Fue un hallazgo que no esperábamos. Nadie había documentado lo que sucedió allí”, cuenta Jairo, coautor de Memorias ahogadas, con la voz entre la emoción y el orgullo.
El relato de La Isabela es solo una de las voces rescatadas en el libro, que recoge testimonios de dolor, resistencia y amor en territorios que un día fueron despojados de su identidad. “Cuando destruyen tu pueblo, no pierdes solo la casa. Te arrancan de tu tierra, de tus raíces, y te obligan a reconstruir tu vida en otro lugar”, añade María Ángeles, quien, junto a Jairo, ha viajado por todo el Estado escuchando a quienes fueron testigos directos de aquella realidad.
En Jánovas, Huesca, el dolor sigue presente. Durante el franquismo, las casas del pueblo fueron dinamitadas y sus habitantes expulsados para construir un pantano que jamás llegó a hacerse realidad. Décadas después, ya en democracia, el proyecto fue declarado inviable, pero las tierras no se devolvieron a sus legítimos dueños. Ahora, los hijos y nietos de aquellos que fueron obligados a marcharse deben pagar para recuperar sus hogares. “Es una paradoja cruel”, dice María Ángeles. “Aquel desarraigo unió a las familias, pero ahora las disputas económicas están dividiendo a muchas de ellas”.
Amparo, una de las personas que se vio obligada a dejar su casa, habla con entereza de lo ocurrido. Otros, en cambio, no ocultan su resentimiento. “Con Franco lo esperábamos, pero que nos echara la democracia fue un golpe mucho más difícil de asumir”, coinciden varios de los afectados.
Sin embargo, no todas las historias están marcadas por el sufrimiento. Ramón, bautizado por los autores como el “abraza ríos”, simboliza el vínculo profundo entre el ser humano y los paisajes fluviales que rodean estos pueblos. “Ramón vive por y para los ríos. Se los conoce todos como la palma de su mano”, explica Jairo.
En Memorias ahogadas no solo tienen espacio las historias personales, también se reflejan las de los paisajes sumergidos, los pueblos perdidos y las huellas arqueológicas que emergen con el paso del tiempo. En todos esos relatos hay una presencia constante: la memoria. María Ángeles Fernández lo resume perfectamente: “Hemos realizado un gran trabajo, descubriendo restos arqueológicos que narran la vida de quienes habitaron esos lugares antes de ser engullidos definitivamente por el agua”.