SU hija era muy delgadita. “Siempre ha estado por debajo del percentil”, dice su madre. Aun así, “sufrió bullying por ser la lista de la clase y afloró la anorexia”, cuenta. “Intentaban que se pusiese ella en los grupos para que les hiciera los deberes, los trabajos... En el momento en que no quiso participar, la apartaron”, relata. El malestar, en plena adolescencia, se le hizo bola. “Ella no nos lo contó, en el colegio tampoco lo detectaron y su forma de controlarlo era con la comida. Nos dimos cuenta muy pronto, eso ayudó a que se recuperara”, respira aliviada la madre de esta menor vizcaina.

Las alarmas saltaron en su domicilio al observar que su hija rechazaba cada vez más alimentos. “Al principio se quitó la leche. Decía que se le revolvía el estómago y que prefería desayunar algo sólido. Luego, el almuerzo, que nadie llevaba almuerzo ya al colegio, que ella era la única... Después ya no quería pan, aceite... Van restringiendo alimentos que creen que son perjudiciales y van buscando muchas excusas”, explica su madre. Ir tachando ingredientes de su menú no fue la única señal. “Empezó a tener mucho interés hacia la cocina para controlar un poco lo que cocinaba o lo que dejaba de cocinar. Yo veía que cada vez se estaba aislando más socialmente, no quería salir con sus amigas, solo quedarse en casa. En dos meses nos dimos cuenta de que algo pasaba y se lo pregunté directamente”, recuerda y destaca, como otro de los comportamientos “que también te dan pistas”, el hecho de que “no quieran comer en público”.

El diagnóstico de anorexia desembocó en un ingreso en el hospital de Basurto. “Era una niña de 15 años y salió con ocho ansiolíticos pautados. La derivaron al hospital de día de Saralegi, donde cogió confianza con los profesionales y la ayudaron con su malestar. A los cuatro meses salió con medicación porque le detectaron una depresión severa. Como los recursos de Osakidetza son los que son y la psiquiatra la veía cada tres meses, acudimos a la sanidad privada para que le hicieran un seguimiento más continuado. En estos momentos está recuperada”, finaliza esta madre su historia con un mensaje de esperanza.

Lo retoma la presidenta de la Asociación contra la anorexia y la bulimia nerviosas de Bizkaia, Maika Afonso, para recalcar que estos trastornos no tienen por qué acompañar a los pacientes de por vida. “Tienen cura, pero hay que abordarlos pronto para evitar que se cronifiquen”, advierte, al tiempo que reclama “más profesionales” en la red pública “porque los psicólogos y psiquiatras están desbordados y las citas son muy espaciadas”.

Aunque valora positivamente la reciente puesta en marcha de una unidad de trastornos de la conducta alimentaria en el hospital de Galdakao, la presidenta de Acabe Bizkaia considera que “las seis plazas de hospitalización y seis de hospital de día que ofrece son escasísimas para todos los casos que hay”.

Puestos a reivindicar mejoras, plantea que “los equipos terapéuticos que tratan a las pacientes sean estables porque son personas con muy baja autoestima, necesitan abrirse y es imposible que lo hagan si cada día les atiende un profesional diferente”. También le parece “fundamental” que haya hospitales de día “para evitar el ingreso en las unidades de psiquiatría”, salvo en casos “urgentes”, y que estos cuenten “con horario de tarde para no tener que sacarlas del centro educativo y que puedan hacer su vida”.

Atracones y gimnasio

Multiplicados de forma muy preocupante durante la pandemia de covid, los trastornos de la conducta alimentaria afectan cada vez a menores de más corta edad. “Se están viendo casos alarmantes de niñas de doce años. Con esa edad ya es algo grave”, subraya Afonso, quien pone el foco en los trastornos que pueden pasar más desapercibidos. “La anorexia es la más llamativa porque la pérdida de peso es más visible y conlleva un peligro para la salud física, pero se están dando ya muchos casos, por ejemplo, de trastornos por atracón. Es algo más habitual de lo que creemos y también conlleva un malestar emocional, pero como se hace a escondidas o no da tanto miedo está más permitido”, advierte la presidenta de Acabe. De hecho, dice, algunas personas que lo sufren “ni siquiera lo identifican como un trastorno”, por lo que considera necesario “incidir más” en él y no prestar atención solamente al peso. “Si tienen una conducta por atracón, puede que se metan los dedos y vomiten y no te des cuenta porque van a estar bien de peso”, alerta y destaca que “el problema no es que comas tres dónuts, sino el sentimiento de culpa que te genera habértelos comido”.

Convencida de que todos los trastornos de la conducta alimentaria, por “olvidados” que estén, “tienen la misma gravedad a nivel de salud mental”, Afonso llama la atención sobre otros que también están al alza, como la obsesión por desarrollar la musculatura. “Que niños y niñas de 16 años estén metidos en gimnasios horas y horas no está mal visto, pero eso también puede derivar en una vigorexia, que cada vez está afectando a más chicos”, señala.

Tranquilos porque sus hijos e hijas, aparentemente sanos, practican mucho ejercicio, los progenitores deben tener en cuenta “con qué objetivo van al gimnasio”, si abandonan otras parcelas de su vida o modifican sus comidas. “Hacer ejercicio físico y tener una alimentación equilibrada es parte de tener una vida saludable, pero cuando eso se lleva a un extremo y se convierte en algo obsesivo, dejan de hacer otro tipo de actividades priorizando esa y hay, conjunto a eso, cambios en la alimentación”, conviene estar vigilantes, aconseja la psicóloga de Acabe, Ainhoa Arruabarrena. Si tal y como hacen en los talleres que imparten en las aulas, los chavales “verbalizan: Quiero mejorar mi cuerpo, ¿por qué no voy a poder hacerlo?”, hay que extremar precauciones. “El concepto de mejorar ya indica que están teniendo una percepción de que a su cuerpo algo le pasa o que no está bien del todo porque no entra en el canon que se ha establecido y tienen que hacer algo para mejorarlo. Ese tipo de mensajes tienen que marcar alerta y también el ver que de repente se están aislando, dejan de hacer otras cosas o que haya cambios en su estado de ánimo o en la corporalidad”, ofrece pistas.