Este abogado especializado en Derecho de Extranjería lucha contra el racismo y capacitismo asesorando jurídicamente a personas migrantes. Antes, pasó por el hospital de Basurto para ser tratado de una lesión medular y acabó durmiendo en un cajero en La Casilla. 

“He pasado mucho tiempo preguntándome qué hice mal”. Aunque podría ser un final, así comienza su relato Luis Pastor, aunque él prefiere que le llamen Mba. Esta es su historia pero, a pesar de las particularidades que la tiñen, advierte de que podría ser también la de otras muchas personas migrantes o racializadas. “Si yo hubiera nacido blanco no habría pasado por tantos problemas”, asegura en denuncia del racismo vivido. 

Aterrizó en Bilbao en 2012 desde Guinea Ecuatorial con la ayuda de unas monjas y la esperanza de rehabilitarse tras haber sufrido un accidente que le provocó una lesión medular. Ahora, con 33 años, y tras haber cursado el grado de Derecho, el Máster en Abogacía y especializarse en Derecho de Extranjería asesora jurídicamente a otras personas que pasan por situaciones similares a las que él ha soportado. Trabaja desde Koop SF 34, un espacio situado en la plaza de la Cantera en el barrio de San Francisco.

“Llegué a un país del primer mundo, con una discapacidad del 90%. Entonces, era consciente de que no podía volver a mi país porque, para mí, sería imposible sobrevivir allí”, recuerda. “Cuando trataba de explicarles esto a los profesionales y la única respuesta que recibía era que tenía que regresar… Es algo que todavía hoy no he llegado a entender”, cuenta. 

Se remonta a su época de llegada. Tras intentar ser atendido en Zaragoza, Mba acabó por ser tratado en Basurto. Estuvo seis meses en el hospital, pasando por varias cirugías plásticas de reconstrucción en los glúteos debido a las heridas y meses de rehabilitación. “Gracias a Dios, mientras tanto, un buen hombre aceptó empadronarme en su casa de Bilbao, donde estaba viviendo un paisano mío”, explica. 

Pero, durante este tiempo, otro golpe le sacudió: su paisano marchaba a Guinea Ecuatorial, por lo que Mba, pese a contar con un padrón, no tenía adónde ir al salir de Basurto. “La trabajadora social empezó a gestionar la situación pero todas las puertas a las que tocaba no se abrían porque yo no tenía permiso de residencia”, añade. 

“A nadie le importó mi condición” Este abogado conserva muchas heridas abiertas de esta época. Mba es muy crítico con la forma en la que se le trató tras finalizar su ingreso. Varias voces le sugirieron “que volviera”, pero él insistía en que aquí quería estudiar y terminar Derecho, que había tenido que dejar en tercer curso al tener el accidente; “era una carrera que, al menos, era compatible con la condición física que me encontraba en ese momento”. 

Un tiempo después acabó viviendo en el albergue de Elejabarri, que cuenta con un espacio para personas que han recibido el alta recientemente. “Me acogieron bien, empecé a recuperarme. Sin embargo, después de tres meses, me pasaron a la zona general donde se entraba a las habitaciones a las ocho de la tarde y a las ocho de la mañana tenía que volver a salir”

Esta nueva situación le supuso volver a la casilla de salida: “Por lo general, las personas que vamos en silla de ruedas no podemos estar más de dos o tres horas sin movernos. Al tener que estar doce horas apoyado volví a tener llagas y grandes heridas”. En este tiempo, Mba se sacó el grado de Administración de Sistemas Informáticos en Elorrieta, chispa que le encendió las ganas de prepararse para la selectividad

“Me quería presentar a la prueba en Logroño para acceder a la universidad a distancia así que empecé a estudiar. Pero llevaba un año y ocho meses en el albergue y, finalmente, me tengo que ir de allí dos semanas antes de los exámenes”, resume. “No tenía adónde ir porque no tenía contactos y mis conocimientos legales eran tan básicos que apenas sabía cómo defenderme”, añade. 

Le aconsejaron que acudiera a una conocida institución de asistencia social. No sirvió de nada. “Lo único que hicieron, en mi situación, fue darme una mochila muy grande con un abrigo dentro, unas mallas y una camiseta térmica para dormir fuera”, concreta. Afirma que actualmente guarda todo ello en su casa. “A absolutamente nadie le importó mi condición. A mí me han educado para no buscar culpables en la vida, sino soluciones. Me cuesta mucho buscar la responsabilidad en la gente pero en este caso concreto ellos lo fueron. Cuando te encuentras en esa situación, tan jodido, lo menos que quieres hacer es suplicar ”, mantiene. 

Era 2015. Luis Pastor, Mba, acabó en la calle con su silla de ruedas. Por la noche, entraba en un cajero de La Caixa ubicado en La Casilla, que cerró hace tiempo, aunque iba cambiando de lugar por miedo a que le robaran. Por el día, acudía a la biblioteca de La Alhóndiga, donde se preparó para la selectividad. 

Gracias al envío de una pequeña ayuda económica, bajó a Logroño a hacer los exámenes. Volvió a Bilbao con una infección: “Llevaba una sonda y tuve una infección de orina que me tumbó. Recuerdo que me vino a buscar una ambulancia y acabé de nuevo en el hospital. Volvimos al mismo punto. Se dieron cuenta de que las heridas estaban peor y permanecí ingresado otros tres meses”, relata. En este periodo, recibió la “buena” noticia de que había aprobado y, por lo tanto, al ser universitario Mba tenía derecho a vivir en una residencia. Fue entonces, cuando la trabajadora social contactó con varias asociaciones y una doctora, que “era ya una amiga”, se ofreció a pagarle los cuatro primeros meses de estancia. 

“Empecé la carrera en septiembre de 2015, me matriculé en muy pocas asignaturas”, asegura. Durante este tiempo también solicitó el permiso de residencia por “circunstancias excepcionales”. 

“Generalizar es dejarnos sin salidas”

Gracias a la labor de la asociación Zubietxe, Mba tuvo acceso a una habitación adaptada a sus necesidades. Al haber permanecido tres años empadronado, también tenía derecho a solicitar la Renta de Garantía de Ingresos (RGI). “Fue entonces cuando pude apuntarme a quince asignaturas. No era mucha carga para mí, porque había cosas que había estudiado ya en mi país. Acabé el grado en 2019-2020”, apunta. 

Entonces sí, su intención era volver a Guinea y llamar la atención sobre la situación de las personas sobre silla de ruedas. Pero llegó la pandemia y decidió cursar el máster. “Me di cuenta de que hay una teoría muy vaga por la cual se piensa que las personas discapacitadas tenemos siempre trabajo, que los gobiernos reservan puestos por discriminación positiva para nosotros”, reconoce. 

“Si algún día puedo hablar con el gobierno le diría que se deben adaptar las normas de oferta laboral a los distintos tipos de capacidades: las personas en silla de ruedas no podemos rendir durante una jornada completa de ocho horas. Generalizar es dejar a personas como nosotros sin salida”, manifiesta.

Desde su gabinete en Koop SF 34, concluye que “el dolor es difícil de expresar en la boca de quien lo ha vivido”. Lo reconoce al verse reflejado en muchas de las situaciones de las personas a las que asesora: “Los inmigrantes lo tienen muy difícil para acceder a derechos y garantías básicas y por lo tanto se ven invisibilizados”, denuncia.