Al hilo de la iniciativa del Departamento de Educación de poner en marcha en las aulas un programa para prevenir el suicidio, Elsa Fuente reivindica la necesidad de actuar para evitar el suicidio entre los jóvenes y adolescentes, la quinta causa de muerte en esta franja de edad. Además, alerta de que los problemas de salud mental y su gravedad han crecido en Euskadi después de la pandemia, unos trastornos que afectan a cerca de 16.000 menores. “Hay que romper las barreras que impiden que las personas en riesgo busquen ayuda”, argumenta.

El impacto causado por la pandemia en el bienestar psicológico de niños, niñas y adolescentes ha evidenciado la necesidad de ofrecer a este colectivo la atención específica en materia de salud mental. ¿Qué le parece la idea del Departamento de Educación de poner en marcha en las aulas un protocolo de prevención del suicidio?

El suicidio es la quinta causa de muerte infantil y adolescente en el mundo por lo que es necesario actuar. La estrategia de prevención de suicidio en Euskadi describe diferentes acciones a desarrollar para disminuir la morbimortalidad por suicidio y mejorar la atención a las personas en riesgo y a sus familias. Como no puede ser de otra manera, adopta un enfoque de intervención transversal y multidisciplinar (psicosociosanitario) que, por una parte, rompa las barreras que impiden que las personas en riesgo busquen ayuda y, por otra parte, proporcione más información, mejor asistencia y una intervención más temprana. En los últimos años, nuestra sociedad ha asumido que la protección integral va más allá de erradicar cualquier forma de violencia, y que es necesario generar entornos seguros y protectores que garanticen el desarrollo pleno del niño, niña o adolescente.

¿Cuál puede ser la aportación del ámbito educativo?

En concreto se debe trabajar este enfoque de entorno protector y seguro, promocionando conductas saludables, incorporando la gestión de emociones en la educación para la salud: acciones orientadas hacia la promoción de la autoestima, la resiliencia, las capacidades de relación personal y las habilidades sociales y emocionales, con una participación real de los niños, niñas y adolescentes y un compromiso de la comunidad. Y para ello la formación de todos los profesionales implicados en educación es básica para garantizar que realizan una correcta identificación y abordaje de dichas situaciones.

Primero llegó desde Finlandia a Euskadi, y más concretamente a las ikastolas, el programa Kiva para prevenir el bullying, y después el programa Bizikasi del Gobierno vasco parece que han ayudado a aflorar más casos y a abordar el fenómeno del bullying.

“La prevención de la conducta suicida se asienta en estrategias de prevención basadas en la evidencia”

Es importante seguir poniendo en marcha programas en el ámbito educativo, como el proyecto Bizikasi, e incorporar en ellos acciones para la identificación y abordaje del riesgo de suicidio focalizados a grupos de alto riesgo; principalmente en adolescentes y jóvenes victimas de bullying, incluyendo el trabajo con compañeros y compañeras de clase y con las familias. Como señala la OMS, una de las bases de cualquier respuesta eficaz para la prevención de conducta suicida está relacionada, por un lado, con la correcta identificación de los factores asociados a ella y, por otra, con la puesta en marcha de acciones y estrategias para la prevención del suicidio basadas en la mejor evidencia científica disponible.

El hecho de que la OMS haya posado su mirada en el suicidio infanto-juvenil demuestra la envergadura de este problema.

La OMS también explica que la mayoría de las personas que intenta suicidarse es ambivalente y no busca exclusivamente la muerte. Se supone entonces que la persona con ideaciones suicidas no siempre quiere fallecer, sino que desea dejar de sufrir. Esta premisa se complementa con la idea de que los niños y niñas de entre 8 y 11 años no tienen noción de que la muerte es para siempre y muchos adolescentes tampoco. Por eso, pueden llegar a pensar que cuando estén muertos, las personas que los hicieron sufrir recapacitarán y dejarán de provocarles dolor cuando resuciten.

UNICEF ha hecho varios estudios sobre la salud mental de la infancia. ¿Cuál es la dimensión de los problemas psicológicos y emocionales en este colectivo?

El informe Estado Mundial de la Infancia 2021 titulado En mi mente: promover, proteger y cuidar la salud mental de la infancia supuso el análisis más completo realizado por UNICEF a nivel internacional sobre la salud mental de los niños, las niñas, los adolescentes y las personas cuidadoras, y reveló que incluso antes de la covid-19 que la infancia y la juventud ya sufrían problemas de salud mental sin que se hicieran las inversiones necesarias para solucionarlos. Se calcula que más de 1 de cada 7 adolescentes de 10 a 19 años en todo el mundo tiene un problema de salud mental diagnosticado. La ansiedad y la depresión son el 40% de estos problemas. Cada año mueren 45.800 adolescentes por suicidio, es decir, más de una persona cada 11 minutos. Según una encuesta internacional realizada por UNICEF y Gallup entre niños y niñas y jóvenes de 21 países, a nivel estatal un promedio del 58,3% de los jóvenes de 15 a 24 años declararon en el primer semestre de 2021 que a menudo se sienten preocupados, nerviosos o ansiosos y el 11,5% reconocen que a menudo se sienten deprimidos o tienen poco interés en realizar alguna actividad.

¿Y en Euskadi?

En Euskadi contamos con un informe publicado por la federación Salud Mental Euskadi en 2021 que constata que el número de niñas, niños, adolescentes y personas jóvenes que presentan un problema de salud mental en la CAE va en aumento. Además, las enfermedades mentales se diagnostican en niñas y niños cada vez más jóvenes y que presentan trastornos que revisten una mayor gravedad. Según los últimos datos sobre salud mental infanto-juvenil recogidos por el Observatorio de la Infancia y la Adolescencia del Gobierno vasco, un total de 15.863 niños y niñas menores de 18 años fueron atendidos en la Red de Servicios de Salud mental de la Comunidad Autónoma Vasca en el año 2021 (44,2%) de los que: 48,7% (2.815 niños y niñas) en Araba; 55,5% (9.931 niños y niñas) en Bizkaia; y 25,5% (3.117 niños y niñas) en Gipuzkoa.

¿Cuáles son los trastornos mentales más comunes?

“Aún nos queda mucho por hacer, debemos romper el tabú en torno al bienestar mental”

En la infancia, los problemas de salud mental más comunes son los trastornos del neurodesarrollo y de conducta (como el TDAH) y entre las niñas, los trastornos emocionales. En la adolescencia y juventud, además de los trastornos de conducta anteriores, destacan las patologías de la personalidad, cuadros depresivos o descompensaciones debido a enfermedades psicóticas y patologías duales. Los chicos adolescentes y jóvenes suelen presentar de forma más habitual problemas de conducta y de adicciones, mientras que las chicas trastornos de conducta alimentaria y trastornos límite de personalidad.

Supongo que el alumnado vulnerable está más expuesto en este ámbito también.

Existen diferentes factores de riesgo, entre los más comunes están los problemas familiares graves como situaciones de violencia o agresividad, abuso sexual, los problemas en la escuela, tanto en relación con las bajas calificaciones como el rechazo por parte del grupo de compañeros y compañeras que, en algunos casos, se convierte en bullying o acoso escolar a través de burlas y agresiones. También pueden ser factores de riesgo las dificultades en torno a la identificación sexual y el temor a la reacción de la familia y entorno. Además, existen algunos síntomas a los que es importante prestar atención. Por ejemplo, la desgana, o por el contrario gran excitabilidad, la tristeza y la soledad que pueden estar asociadas a una depresión.

Afortunadamente, la salud mental ha dejado de ser un estigma y es una faceta de la vida que cada vez está más presente en nuestras conversaciones. ¿Hay suficientes recursos para prevenir y atender los trastornos mentales?

Según datos de UNICEF solamente alrededor del 2% de los presupuestos de salud de los gobiernos se destinan a la salud mental en todo el mundo. El número de psiquiatras especializados en el tratamiento de niños, niñas y adolescentes era inferior al 0,1 por 100.000 en todos los países, excepto en los de ingresos altos, donde la cifra era de 5,5 por 100.000. La inversión en la promoción y protección del bienestar emocional –distinta de la atención destinada a los niños y niñas que afrontan trastornos mentales y problemas de salud mental– es extremadamente baja. La falta de inversión significa que los trabajadores –incluidos los de base comunitaria– no están equipados para abordar los problemas de salud mental en múltiples sectores, como la atención primaria de salud, la educación y la protección social, entre otros.

Pues si antes había recursos insuficientes, ¡qué decir tras el aumento de casos entre la población joven por los estados de incertidumbre permanente y miedo derivados de la pandemia o de las consecuencias de la guerra de Ucrania!

El significativo aumento en la incidencia de los problemas de salud mental causada por la covid-19 ha ayudado a evidenciar de forma más clara la falta de recursos especializados dirigidos a la infancia y adolescencia con problemas de salud mental y a sus familias. Aún nos queda mucho por hacer, debemos romper el tabú en torno al bienestar mental, normalizar la conversación, el conocimiento, los datos, y entender que la salud mental es imprescindible para ser una persona sana. Por una parte, el aumento de la demanda ha generado que muchos de los recursos dirigidos a estos colectivos existentes a menudo se encuentren saturados. Por otra, se constata que, tanto en el ámbito sanitario como en otros ámbitos, faltan programas de intervención intensivos, dispositivos intermedios y recursos específicos dirigidos a la infancia, adolescencia y juventud con problemas de salud mental, entre otros.

¿Cuál es el mayor riesgo?

“Mayor riesgo en este problema es mirar a otro lado y autocomplacernos con lo que hacemos”

El mayor riesgo es mirar para otro lado y autocomplacernos con lo que hacemos. Si bien los datos dicen que Euskadi figura entre las comunidades mejor dotadas, con más de 1.500 profesionales en la Red Salud Mental, a lo que habría que añadir los recursos de los servicios concertados, está claro que la atención y los recursos que se destinan a salud mental siempre pueden ser reforzados y creemos que ese es, y debe ser, el espíritu de la estrategia de salud mental de Euskadi. Además, poner foco en el desarrollo saludable y pleno de la infancia y adolescencia es invertir en la sociedad del presente y del futuro, es una apuesta segura. El no hacerlo, supone un impacto en la vida de los niños y niñas incalculable, pero, además, un análisis realizado por la Escuela de Economía y Ciencia Política de Londres reveló que las pérdidas económicas debidas a los trastornos mentales que provocan discapacidad o muerte entre las personas jóvenes se estiman en casi 390.000 millones de dólares al año (unos 335.000 millones de euros).

Enseñamos a los niños y niñas a leer, escribir o vestirse, pero ¿qué hay de sus emociones?, ¿los adultos y profesionales de la enseñanza estamos preparados para educar en emociones de forma adecuada?

Llevamos tiempo poniendo sobre la mesa la necesidad de, además de las competencias académicas, incorporar en el currículo habilidades para la vida, educación emocional etc. Poseer habilidades sociales que les permitan integrarse a los grupos propios de la adolescencia en la escuela y la comunidad de forma positiva; poseer confianza en sí mismos, para lo cual las y los adolescentes deben ser educados destacando sus éxitos, sacando experiencias positivas de los fracasos, sin humillarlos ni crearles sentimientos de inseguridad. Y tener capacidad de autocontrol, adaptabilidad, responsabilidad, persistencia, y, como no, actividad física. Si las personas adultas no nos sentimos capaces de acompañarles y educarles creo que tenemos una tarea pendiente, formarnos y ejercitarlo.

¿Cuál es la edad más adecuada para comenzar con este aprendizaje o juego de las emociones?

Existe un vínculo claro entre las oportunidades de aprendizaje temprano y el desarrollo infantil, por lo que cuanto antes se haga mejor. Solo tendremos que ajustar contenidos y metodología a las edades pero, hacerlo desde la primera infancia, 0-6, es clave. En las escuelas, los enfoques de aprendizaje social y emocional, que incluyen intervenciones en toda la escuela e intervenciones específicas para los niños, niñas y jóvenes en riesgo, han demostrado su eficacia.

Ustedes han estado muy presentes en el seguimiento de los niños y las niñas ucranianos. ¿Cómo han llegado y cómo se les está apoyando psicológicamente a superar el trauma de la guerra y del éxodo involuntario con lo puesto?

Consideramos que el Sistema de Acogida de Refugiados necesita reforzar el enfoque de derechos de infancia, en particular, en lo que respecta a la atención psicosocial. Es crucial atender las necesidades psicoemocionales de estos niños, niñas y adolescentes refugiados y de sus familiares y personas cuidadoras.

¿Qué se puede hacer?

El Hospital Vall d’Hebron y Unicef España han publicado una breve guía para ayudar a padres, madres, tutores, educadores y familias e instituciones de acogida a apoyar los menores que han vivido las consecuencias de un conflicto armado, para comprender y manejar las reacciones psicoemocionales que presentan una vez que han abandonado sus países de origen. Se trata de una serie de consejos básicos organizados por tramos de edad, que persiguen dotarles de herramientas para contribuir a su bienestar emocional y prevenir problemas graves. Y también buscan evitar una psiquiatrización o psicologización innecesarias, puesto que muchas reacciones son emociones y conductas normales ante situaciones absolutamente extraordinarias.