Nerea Pérez Uria, vicedecana del Colegio de Psicología de Bizkaia, explica cómo afecta la guerra en Ucrania al estado emocional de la ciudadanía.

¿Qué sentimientos está despertando entre la población vasca la invasión rusa a Ucrania?

—Es un impacto importante. Nos genera estupefacción e incredulidad y nos hace estar en un estado de alerta y miedo porque estamos intentando saber hasta dónde puede llegar esta situación. Otro factor que considero importante es que Ucrania es un país cercano, no solo geográficamente, sino en estilos de vida, que son similares a los nuestros, lo que hace que empaticemos más porque los vemos afines a nosotros. Ese empatizar nos va a hacer sufrir y ponernos en el lugar de esas personas, que están viviendo una situación muy dramática y con mucho sufrimiento.

¿Se puede establecer algún paralelismo con la pandemia en lo que respecta a la salud mental?

—Creo que es importante diferenciar el origen de estas dos situaciones altamente estresantes. La pandemia nos ha generado durante estos dos años agotamiento, abatimiento y hartazgo y una ruptura con nuestro modo de vida habitual, pero tenía su origen en la naturaleza. Es un virus el que origina que tengamos unas medidas, unas limitaciones y una situación de supervivencia. Sin embargo, cuando un sufrimiento lo provoca un ser humano o sus decisiones se genera una ruptura con el sistema a nivel moral, entramos en esa confusión y tensión mental de cómo puede llegar un hombre a crear un sufrimiento así a miles y miles de personas por un territorio.

Y no hallamos respuesta.

—Eso nos rompe a nivel mental, de creencias, de valores. Es un cuestionamiento. ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Qué sentido tiene? Entramos en un proceso de reflexión, en el que podemos tener muchas preguntas y ninguna respuesta. Es un no entender por qué otra persona toma decisiones que causan sufrimiento y muertes a otras personas.

¿Las amenazas de Putin de atacar con armas nucleares generan angustia o agravan el estado de personas con patologías previas?

—Sí, acabamos de salir de una situación de ruptura con la forma de vida habitual y ahora mismo nos enfrentamos a una situación en la que nos sentimos amenazados a nivel vital porque hay una persona que tiene la posibilidad de tomar decisiones que afecten al conjunto de la humanidad. Estando ya mermados, tras la pandemia, las personas más vulnerables más van a continuar sufriendo.

¿Hay pacientes que han expresado en consulta su miedo, que no quieran salir de casa o hayan hecho acopio de comida?

—Nosotros no hemos empezado a tener personas que tengan miedo a salir de casa o hagan acopio de comida. Lo que sí tenemos son personas que tienen mucha preocupación y que están en estado de alerta, en este proceso de análisis de la situación, de no entendimiento y con la inquietud de cómo nos va a afectar a nosotros. Ahora mismo no hay unos comportamientos orientados a la supervivencia, como hacer acopio de alimentos, pero sí unas emociones y pensamientos que están disparados. Además, añadimos ese miedo, porque no hay mayor miedo que el miedo a la supervivencia física ante una guerra y que alguien te mate, pero también existe el miedo a no poder sobrevivir porque suban los precios de la energía, los alimentos y otros productos básicos.

Tras la pandemia, ¿la guerra puede llegar a ser la gota que colme el vaso de la salud mental?

—Yo no creo que la guerra sea una gota que colma un vaso, sino un mantenedor. Va a hacer que nuestra salud mental se mantenga mermada. Esto es una constante en el mantenimiento de la ansiedad, la preocupación, el miedo, la incertidumbre y el hartazgo. Ahora mismo estamos a la expectativa, esperando a ver qué va a suceder. Y, mientras tanto, también estamos viendo el sufrimiento de miles de personas, de madres, de padres, de civiles muertos, de personas que se van a la guerra... Es una situación muy dura. Hay que resaltar que esto está provocado por un hombre que también tiene hijos y al que no le está temblando el pulso por ver cómo otros seres humanos pierden su familia, su techo y su modo de vida. Eso mental y moralmente nos rompe mucho.

¿Cómo afecta a la población mayor que vivió la Guerra Civil ver imágenes de este conflicto?

—Van a tener una activación de recuerdos, sensaciones, pensamientos... Ya han vivido esa situación y pueden empatizar mucho con la población ucraniana. Una cosa es estar informados y otra sobreinformados, sobreestimulados con imágenes absolutamente dramáticas. Ya sabemos que la guerra es un drama. Los ucranianos que están aquí y tienen familiares allí ya saben lo que es y no hace falta ponerles imágenes que incidan más en su dolor. La herida ya está, el dedo es lo que hay que dejar de meter porque es innecesario.

¿Podría ofrecer algunas claves para sobrellevar lo mejor posible esta incertidumbre?

—La primera, ser conscientes de que el ser humano es capaz de resistir y reconstruirse ante las adversidades, aunque las personas más vulnerables tengan mayor sufrimiento emocional. En cuanto a la información, debemos protegernos de esas imágenes que nos devastan y tener en cuenta, cuando veamos mucha variedad de opiniones, que nadie tiene la certeza de lo que pueda llegar a suceder. Podemos colaborar con entidades oficiales, participar en las manifestaciones contra la guerra y acompañar a las personas que salen de Ucrania y dejan allí a familiares luchando y a los ucranianos que están aquí y que tienen que tener un nivel de sufrimiento brutal.