más de 4.000 millones de habitantesviven en ciudades.

Consecuencia de esta urbanización acelerada, se está produciendo paralelamente un crecimiento de la metropolización, que implica un proceso de integración de territorios contiguos a partir de una ciudad central que, favorecida por eficientes sistemas de transporte intraterritoriales, supone una gran interacción de poblaciones, actividades económicas y administrativas y, finalmente, la ruptura de la imagen de la ciudad como unidad de forma y contenido.

Este fenómeno es el que se pone en valor por parte de Metrópolis y ONU-Habitat al celebrar hoy, día 7 de octubre, el Día Mundial de las Metrópolis.

El crecimiento de las áreas metropolitanas, no obstante, conlleva desafíos sin precedentes. El hecho de que las metrópolis concentren las poblaciones, las actividades económicas y las interacciones sociales y culturales da respuesta a su propia razón de ser, pero, al mismo tiempo, plantea graves problemas de sostenibilidad en aspectos tan diferentes como vivienda, infraestructuras, salud, educación, empleo, seguridad, alimentación, recursos naturales, etc.

De hecho, los retos a los que nos enfrentamos hoy en día responden a procesos estructurales enmarcados en la globalización y tienen un carácter más deliberativo y prospectivo que el mero desarrollo de infraestructuras físicas. Son, por tanto, retos a escala planetaria, en los que, sin embargo, son los entornos urbanos en los que habitamos los que se ven apremiados a darles una respuesta.

El nacimiento de Bilbao Metropoli-30, hace ahora 30 años, fue precisamente una respuesta de las instituciones públicas, empresas y entidades sociales de nuestro entorno a la necesidad de abordar el proceso de revitalización desde una perspectiva metropolitana. Una labor que no se desarrolla en ámbitos geográficos o administrativos definidos, sino que se define a través de un sentimiento de pertenencia común forjado por un reciente pasado industrial compartido en los municipios que se extienden a ambos lados de la ría del Nervión.

La mirada metropolitana, no obstante, a pesar de ser imprescindible para afrontar los retos de futuro, no resulta sencilla, ya que conlleva una delicada complejidad de relaciones y ámbitos competenciales, posibles disfuncionalidades, implicaciones político-administrativas, etc., por lo que precisa de algunos elementos vertebradores que se recogen de manera sintética a continuación:

En primer lugar, requiere una visión compartida a largo plazo, un propósito, una apuesta de generación de valor única y específica para la totalidad de la metrópoli. Esta visión que fija la meta a la que nos dirigimos es el porqué de la existencia de la metrópoli, su esencia y el motor que alimentará los esfuerzos necesarios para su consecución.

Esa visión compartida debe evitar desequilibrios territoriales y garantizar tanto la involucración del conjunto de áreas urbanas como de agentes metropolitanos, de manera que sean parte de su definición, de su implementación y de los avances o beneficios que se obtengan de su consecución.

Es necesario igualmente fomentar la proyección externa, la conectividad, las alianzas y el liderazgo externo de la metrópoli. Para ello es indispensable explorar y explotar de manera compartida redes de conectividad, tanto físicas, como tecnológicas y relacionales, a través de una estrategia win-win en la que se compartan objetivos fundamentales y especialización en relación con el área externa de influencia.

Se precisan esquemas de gobernanza multinivel, bajo el principio de subsidiariedad, que apuesten por superar los límites preexistentes y generar estrategias cohesionadas para la metrópoli que maximicen sus recursos y potencialidades. Metrópolis inteligentes serán aquellas que, más allá del uso de la tecnología, eviten duplicidades y reinventen alternativas para crear, co-producir y compartir.

Son necesarias, por tanto, estrategias transversales y multisectoriales, capaces de romper silos y elementos estancos, tanto en las políticas como en las organizaciones, y que generen nuevas políticas públicas, nuevas estrategias de desarrollo e impulso económico, inserción laboral, mejoras sociales, urbanas y medioambientales, así como un modelo de evaluación y seguimiento participado.

Es igualmente necesario fortalecer la identidad compartida dentro de nuestra diversidad, reforzando los lazos internos y los elementos que nos cohesionan. Esa proximidad entre agentes y ciudadanía puede trabajarse a través de partenariados que trabajen por proyectos, más que por ámbitos de responsabilidad.

Y, finalmente, la construcción compartida de un territorio metropolitano precisará confianza. Como bien señala Adela Cortina, catedrática de Ética y Filosofía Política de la Universidad de Valencia, la confianza se crea con honestidad, con transparencia, reconociendo errores abiertamente y tratando de subsanarlos.

Es más provechoso cooperar que buscar el conflicto, tener amigos que enemigos. El ser humano es vulnerable y necesita cooperar para sobrevivir y para vivir bien. Nos hemos acostumbrado a creer que actuar racionalmente significa tratar de maximizar el beneficio a cualquier precio pero, además de esto, el ser humano es capaz de dar y recibir, de cooperar, de unir fuerzas y de crear vínculos a largo plazo.

Para ser metrópoli, no bastan leyes, hace falta la convicción personal y colectiva de que es preciso jugar honestamente a ese juego de suma positiva que resulta tanto más beneficioso cuantas más personas nos comprometamos con él.

Directora general de la Asociación Bilbao Metropoli-30