albergue de La Arboleda. ogen el autobús a Sopuerta agarran las herramientasdescubrir un camino romano que ha quedado enterrado por el descuido y el paso de tractores

Puede que para muchas personas esta no sea una manera ideal de pasar el Día Internacional de la Juventud, que se celebra hoy jueves, pero lo cierto es que no hay nada más que estos voluntarios preferirían estar haciendo. En estos auzolandegiak, un programa del Departamento de Igualdad, Justicia y Políticas Sociales del Gobierno vasco, 61 jóvenes de entre 18 y 26 años se han desplazado hasta Euskadi para trabajar por una buena causa por las mañanas y conocer gente y lugares por la tarde. Las tareas varían según el destino. En Maeztu, por ejemplo, los asistentes participan en una recuperación arqueológica en la fábrica de asfaltos San Ildefonso de Korres.

Tal y como explica Aitor Llano, el director del campo de trabajo de Sopuerta, el Ayuntamiento quiere restaurar la memoria que almacena esta calzada: “Limpiamos las hierbas y con cepillo y pala descubrimos la vía. Los vecinos consideran que con un par de limpiezas al año será suficiente para tenerlo limpio, pero como no se realizan y encima el año pasado no se llevó a cabo este programa de voluntarios a causa del covid-19 cuando llegamos se encontraba en un estado bastante malo”. Del mismo modo, asegura que ya casi han terminado la limpieza del lavadero, una obra extra y que no han tenido ninguna duda en cumplir. Llano destaca también que hay otro tipo de juventud, “no todo son botellones”. Asegura que la mejor parte de estos campamentos es que se crea una gran familia que, a pesar de que dura solamente dos semanas, suele terminar con los asistentes compartiéndose los contactos y haciendo quedadas. En cuanto a las medidas anticovid, asegura que se organizan en grupos máximos de diez personas y que en el albergue las habitaciones y las mesas de los comedores se dividen en unidades de cuatro personas para que en caso de que haya algún brote sea lo mínimo posible. Además, el primer día hicieron todos un test de antígenos y el martes hicieron otro.

Limpiar al ritmo de la música

Por su parte, Nagore Espín, una de las coordinadoras del proyecto, revela que la música es una de las claves que hacen que el trabajo sea más llevadero. “En cuanto nos bajamos del autobús encendemos los altavoces, cogemos las herramientas y empezamos con los arreglos. Solemos estar hasta la una, unas cuatro horas, y luego hacemos un descanso largo. Otras veces hacemos una paradita en medio para comer el hamaiketako y reponer fuerzas”, explica.

No es la primera vez que Espín está de monitora en unos campamentos, y el voluntariado tampoco es un campo que le haya pillado por sorpresa. “En otras colonias he estado de monitora y de directora, tanto en urbanas como en las que te tienes que quedar a dormir, así que tengo muchas experiencias con las que comparar. En este estoy muy contenta, me he llevado una experiencia increíble y me encantaría repetir, el grupo está respondiendo como debe y está habiendo mucha unión”, dice. Por otro lado, asegura que durante el resto del año también le dedica el tiempo que puede al voluntariado. “Suelo estar dirigiendo un grupo de chavales pero también he estado con niños hospitalizados”, cuenta.

Refugiada del calor

En el polo opuesto se encuentra Ana Cedeño, una estudiante de Sociología que con 19 años ha aprovechado esta excursión para escapar de Sevilla durante dos semanas en pleno agosto y vivir su primera experiencia sola fuera de casa. “Me lo estoy pasando fenomenal. Todos han venido con la misma energía de conocer gente y culturas distintas. La convivencia también está yendo sobre ruedas, no hemos tenido ningún mal rollo entre nosotros y tampoco hay ninguna persona que no encaje”, comparte. Un fenómeno típicamente vasco que le ha llamado mucho la atención fue el temporal del primer día que llegó. “Los tres primeros días hizo malo y viví mi primera tormenta en Euskadi y me dejó de piedra, las tormentas que tenemos en Sevilla no se parecen en nada a estas”, expresa.

Reconoce también que la obra es dura: “El primer día trabajamos muchísimo y acabamos reventados, pero poco a poco le estamos cogiendo el tranquillo. Además, los monitores son muy majos y si ven que lo estamos pasando mal nos dicen que paremos un ratito. Además tenemos una comida entre medio y estamos un ratito charlando”. En cuanto al método de trabajo, describe que se separan en grupos para ir arreglando la calzada por tramos y que las herramientas no están asignadas a cada uno. “Si un compañero tiene la pala yo cojo el cepillo para ayudarle, y cuando tenemos bastante apilado alguien va a por la carretilla”, concluye.

El Ayuntamiento de Sopuerta les pidió también que limpiasen el lavadero del pueblo, una tarea que tienen casi terminada

Las habitaciones y las mesas se organizan en grupos de cuatro y han realizado dos pruebas de antígenos para prevenir el coronavirus