El sirio Minwer Albashan y su familia no abandonaron hace 8 años su país para vivir una aventura. Lo hicieron para vivir. Para sobrevivir. El conflicto armado de Siria que cumple una década ante la mirada hueca de los rimbombantes organismos internacionales llamaba a su puerta y no tuvieron más remedio que convertirse en refugiados si querían seguir soñando con lo mejor para su familia. Primero fueron al norte y luego saltaron a Jordania, donde permanecieron cinco años en un reasentamiento, pero ellos querían asentarse. Y en marzo de 2019 -“era día 26”, acierta a decir- llegaron a Portugalete. Un día después, otra familia siria, la formada por Sarwa Abdulrazzaq -el marido falleció hace poco más de un año- recalaba en Gasteiz.

Ninguna ha vuelto a hacer mudanza. Y tampoco tienen intención de hacerlo. La acogida en el vecindario ha sido muy generosa y su proceso de integración sigue dando pasos adelante, principalmente entre las generaciones más jóvenes. Todo, gracias al esfuerzo de estas personas refugiadas (sirias, afganas, venezolanas, sudanesas...) por no perder la sonrisa y la alegría por vivir y compartir. Quitaron sus miedos a lo desconocido, se han adaptado y han ganado. Ahora, como decía ayer Beatriz Artolazabal, es momento de que la sociedad vasca -a todos los niveles- recorra ese mismo camino pero a la inversa y “se desprenda de los prejuicios”.

Y es que, en opinión de la consejera de Igualdad, Justicia y Políticas Sociales en la medida en que la ciudadanía vaya abriendo su mente será posible “darnos cuenta de lo enriquecedor que es conocer otras culturas y otras formas de afrontar la vida”. Y no hablaba de oídas. En casa tiene el ejemplo. La mejor amiga de su hija es de origen magrebí y ellas le han dado una lección de vida, tal y como confesó en público durante un acto para conmemorar el Día internacional del refugiado: “La naturalidad con que llevan su amistad me hace pensar que el objetivo, el compartir, es posible y más fácil si buscamos lo que nos une”.

Estas declaraciones llegaban pocos minutos después de comunicar oficialmente que la iniciativa Patrocinio comunitario gracias a los buenos resultados de este programa de acogida e integración. Las sentidas palabras de Minwer -“Euskadi nos gusta mucho. Muy contentos los niños en Colegio Santa María con sus amigos. Gente muy buena”- y de la joven Sarah son la mejor carta de presentación del mismo. Ella también dejó atrás un reasentamiento en Jordania. Junto a su madre, su padre y su hermana emprendieron primero la huida de Siria y con posterioridad la salida por vía segura de Jordania. Y un 27 de marzo de 2019 pisaron suelo vasco -el reagrupamiento con sus dos hermanos se ha registrado hace apenas seis meses-.

Las barreras del idioma son cada vez menores; al menos para ella y su hermana. Y como la mayor, ayer fue ella quien tomó la palabra para agradecer todo el apoyo recibido. “En Siria hay guerra, hay muerte. La situación es muy difícil. No hay futuro, no hay paz, no hay nada para los niños. Mi futuro lo veo aquí y también el de mis hijas”, auguraba emocionada.

Nada de esto hubiera sido posible sin ese apoyo oficial y oficiallocalLa implicación del voluntariado de Cáritas y Fundación Ellacuría ha sido fundamental en el proceso de acogida e integración de estas familias y de otras muchas que a lo largo de estos últimos años han encontrado un hogar en Euskadi. Ayer DOMINGO estuvieron presentes en la plaza del Funicular de Bilbao varias de ellas: Majed Arar y Khatoun Alsalloum (del barrio de Kastaños, en Bilbao); Minwer y su mujer Wafaa Alazarah con sus hijas; Yousef Almasri y Azezah Alnabelsi residentes en Ollargan (Arrigorriaga); Ali Mohammad y Adibeh Mfaddi de Andoain, y Sarwa Abdulrazzaq, la madre de Sarah, quienes disfrutaron de una jornada con sus familias de sangre y con las vascas de acogida.

Jesús Barcina puso voz a una de ellas. Residente en Ollargan, implicó a su familia en el programa Patrocinio comunitario. Y el resultado no ha podido ser más beneficioso. Para todos. “Nos han dado muchas lecciones de vida y esas ganas de vivir que tienen...”, pregonaba ayer este educador social quien junto a su pareja Cristina -médica- han ayudado a toda una familia a encontrar su espacio vital dentro de otro país y de una cultura, la vasca, completamente distinta a la suya. Animó a la gente, de todas las edades, a “salir de las casas e implicarnos”.

También tuvo palabras para la clase política dirigente, a la que apremió a establecer corredores humanitarios y vías seguras para que quienes lo deseen puedan entrar en el continente europeo, por ejemplo, sin tener que arruinarse o en el peor de los casos, jugarse la vida. De momento, Euskadi prolongará dos años más la iniciativa Patrocinio comunitario que, como dijo Jesús Barcina, “como con las vacunas se ha experimentado, ha funcionado y es una oportunidad grandísima para extenderlo a otros lugares”.

Incluso Bruselas se ha interesado por el modelo y ha pedido información sobre este programa, Patrocinio comunitario que se basa en la solidaridad de las personas, que se convierten en el soporte fundamental para las personas refugiadas. “Su apoyo social, material y financiero hace que la adaptación e integración sea mucho más sencilla”, pese a las diferentes culturas y costumbres, ilustró Artolazabal al tiempo que subrayó que “hoy más que nunca se hace necesario compartir la responsabilidad de proteger, incrementar y diversificar las vías legales de entrada a la Unión Europea para personas que necesitan protección internacional”.

Familia Albashan y Alazarah, de Portugalete. Minwer es el cabeza de familia y ha logrado transmitir su sonrisa al resto de la familia. Cuando salieron de Siria les acompañaba el mayor de sus hijos; y en Jordania nacieron el resto. Desde entonces no han parado de crecer como unidad gracias a su fuerza, pero también al apoyo recibido por las gentes de la villa jarrillera. “Siempre nos han ayudado mucho”, resumía.

Familia Abdulrazzaq, de Gasteiz. A sus 18 años, la joven Sarah -la tercera en la imagen- tiene claro que Euskadi es un antes y un después en su vida. Después de una larga espera, hace seis meses llegaron sus hermanos y ahora ante ellos se presenta la posibilidad real de empezar una nueva vida. “Aquí puedo estudiar, puedo vivir... Y hay futuro para mí y también para mis hijas”, vaticina.

“Es una oportunidad de ejercer el estilo de ciudadanía necesario para un mundo mejor”

“No lo olvidarán. Los niños han vivido de forma indirecta las secuelas de una guerra”

Fundación Ellacuría-Portugalete

“También fuimos refugiados. Tenemos que corresponder y enseñar cómo somos los vascos”

‘Niño de la guerra’

“Cuando nos quitemos los prejuicios veremos las ventajas de ser un pueblo acogedor”

Igualdad, Justicia y Políticas Sociales