UNA lacra asolaba familias en los años 80: la heroína. Ese fue el punto de partida de la Fundación Etorkintza, que impulsó el doctor Andrés Aia sumando a esta entidad a todos los ámbitos de la sociedad, desde la cultura o la educación hasta el deporte. "Fue un auténtico boom y generó una alarma social importante", cuenta Juan Pablo Aia, hijo y presidente del patronato de la entidad, que reconoce que la problemática de la adicción se daba "en zonas humildes y zonas donde se movía mucho dinero, como Bermeo y Ondarroa". Los efectos de la droga en la sociedad son notorios hoy en día. "Ahora mismo tenemos un paciente ingresado que tiene 59 años y me dice que es el único que queda vivo de su zona", interviene Izaskun Sastre, coordinadora del centro residencial de tratamiento de adicciones de Kortezubi.

Bajo ese prisma de mirar a la sociedad, surgió la Fundación Etorkintza. "Las adicciones es un problema común de la sociedad y las respuestas tienen que ser comunitarias", razona Salvia Hierro, gerente de la entidad, quien hace hincapié en la necesidad de aplicar un tratamiento de "manera multidisciplinar desde la composición del patronato a la elección del equipo profesional" y en la "priorización de los programas de prevención". Toda esta labor la desarrollan tanto en los centros de Bilbao como en el de Kortezubi, donde atienden cada caso de manera personalizada.

A lo largo de todo este tiempo de actividad, han comprobado cómo cambiaban las sustancias a las que la gente se enganchaba. "Ahora la mayoría de las personas con las que trabajamos son por cocaína", comenta Izaskun Sastre quien reseña "el alcohol en personas de edad avanzada y mujeres". Y hace referencia a las dificultades de las mujeres "que se sienten muy solas y recurren a la bebida en soledad. Cuesta mucho que lleguen a un tratamiento residencial, es un éxito". Y la propia sociedad hace más complicado la inclusión social ya que alrededor del alcohol se fundamentan parte "de las relaciones sociales, el ocio...". Sobre la cocaína, la coordinadora reconoce que hay un problema de "comorbilidad". "No sabemos si hay un problema de adicción porque hay un problema de salud mental o al revés", apunta. Y esa dualidad hace un poco más complicada la prevención.

La formación es un vehículo de inclusión. Foto: Borja Guerrero

Más allá de estas dos sustancias también aparecen "el speed, la ketamina, las anfetaminas" y una adicción que cada vez tiene más casos: la ludopatía. En esta adicción, según explica Sastre, se pueden diferenciar dos perfiles. Por un lado, "la de tipo casi es de gente mayor"; por otro, "la ludopatía on line es de gente bastante joven". Y precisamente estos últimos perfiles se estaban detectando "gracias a los programas de prevención". "Con el covid-19 no estamos viendo a menores en tratamiento porque mientras se han mantenido en espacios cerrados, bastante ha sido", cuenta Hierro quien destaca que esta problemática "está encubierta" y los efectos se comenzarán a ver más pronto que tarde.

En el centro residencial de Kortezubi cuentan con 26 plazas concertadas y 7 privadas y la media de estancia allí de los usuarios es de seis meses. "A partir de los dos meses se permiten las salidas con las familias y luego se van incorporando socialmente de manera individual a partir de los tres o cuatro meses", reconoce Izaskun Sastre. Pero este proceso rehabilitador no se basa solamente en el tratamiento sino que se complementa con una formación profesional en el ámbito agrario. "Se desarrolla formación para el empleo tanto para personas usuarias del centro como para vecinos de la comarca, que cumplan con los requisitos de Lanbide", cuenta Salvia Hierro.

La pandemia ha obligado a reinventarse y a intervenciones telemáticas pero en la Fundación Etorkintza tienen claro que "el trato on line nunca sustituirá a lo presencial" y con esa esperanza trabajan cada día.