El cementerio de Jebel Sahaba se excavó por primera vez en los años sesenta del siglo pasado y ha sido considerado un testimonio de violencia y guerra organizada. Han vuelto a examinar los restos del enterramiento de forma reciente y de ese nuevo análisis han extraído consecuencias interesantes.

Han confirmado que las lesiones identificadas tuvieron su origen en episodios de violencia interpersonal y que la mayor parte fueron producidas por proyectiles. Aproximadamente una cuarta parte de los individuos presentaban signos de traumas sufridos poco antes de morir y casi dos terceras partes los mostraban de traumas anteriores, curados o sin curar, con independencia del sexo o de la edad que tenían en el momento de fallecer, incluidos niños de edades tan tempranas como cuatro años. Por otro lado, los objetos de piedra asociados a cada fosa habían formado parte de algún proyectil (flechas o lanzas). Esas observaciones sugieren que las agresiones no se habían producido entre miembros del grupo o dentro de las familias, sino que fueron ocasionadas por ataques producidos por otros grupos humanos.

Aunque algunas de las fosas eran dobles o múltiples y, por tanto, los sujetos enterrados en ellas habían muerto probablemente a la vez, los datos demográficos y la alteración causada posteriormente por nuevos enterramientos sugieren que el cementerio no contiene los restos humanos de un único episodio bélico. No cabe excluir la posibilidad de que Jebel Sahaba fuese un lugar de enterramiento de víctimas de violencia, pero la abundancia de heridas curadas indica que los individuos enterrados sufrieron agresiones de forma repetida; y la reutilización del espacio funerario apoya la idea de que hubo episodios repetidos de violencia interpersonal esporádica. Además, las heridas se habían producido tanto en la parte anterior como en la posterior del cuerpo, por lo que no parece probable que tuvieran su origen en enfrentamientos cara a cara entre dos grupos. Por todo ello, lo más probable es que la mayor parte fuesen consecuencia de escaramuzas, razias o emboscadas.

Los objetos hallados en el Valle del Nilo en el periodo del final del Pleistoceno y comienzo del Holoceno dan cuenta de la coexistencia en la zona de diferentes tradiciones culturales, lo que sugiere que se había producido una cierta fragmentación y aislamiento de los grupos humanos. Además, la existencia de grandes enterramientos indica que se había desarrollado un cierto grado de sedentarismo y es muy probable que hubiese una fuerte competencia entre grupos que vivían de la caza, la pesca y la recolección, cuando tuvieron que hacer frente a los cambios ambientales que se produjeron al final del Último Máximo Glacial (hace unos 20.000 años) y el comienzo del Periodo Húmedo Africano (hace entre 16.000 y 6.000 años).

Los episodios repetidos de violencia entre grupos culturalmente diferenciados habrían sido consecuencia directa de esa fuerte competencia motivada por los cambios ambientales habidos durante ese periodo. Ocurrieron hace unos 15.000 años, pero, bajo diferentes formas y a diferente escala, no han dejado de ocurrir.