Aunque poseedor de numerosas distinciones, este galardón le produce especial satisfacción, pues le llega en el momento crítico de su vida laboral, “a punto de jubilarme”, reconociendo que otros, como el Premio Euskadi de Investigación en 2002, le llenó de orgullo. “Me sentí profeta en mi tierra”.

Usted ha recibido en su vida científico-profesional como investigador bastantes premios de prestigio.

—Suele pasar. Cuando uno se hace viejo se van acumulando.

¿Qué aporta de especial este premio Humboldt a su carrera?

—Es un premio de gran prestigio internacional. Cuando me concedieron el Premio Euskadi en 2002 me pareció maravilloso; para mí fue un premio muy especial, porque era el premio que te reconocía como profeta en tu tierra. Luego ha habido otros premios importantes y este lo es por su significado internacional y porque me llega al final de la carrera; llega en un momento muy apropiado.

Imaginamos científicos en otros lugares, en otros países. Que se premie internacionalmente a un científico que ejerce aquí, que vive aquí, ¿qué induce en el ambiente científico y social de este país? ¿Espera que influya positivamente de alguna manera?

—Sé que mis amigos se han alegrado. Y muchos que no son estrictamente amigos míos, colaboradores y estudiantes, también. Me imagino que eso ejerce una influencia positiva porque dirán, supongo, que si este puede, yo también.

¿Podríamos esperar que estimule a quienes arbitran los presupuestos para esta materia?

—Yo, en ciencia, ya no creo en los Reyes Magos. Ya lo siento.

Nominalmente premian a Félix Goñi, pero ¿cree que sería posible un galardón de esta categoría sin un equipo detrás, empezando por Alicia, su esposa?

—Se premia a Félix M. Goñi, que es mi nombre artístico; es el que recibe el galardón. Pero evidentemente un premio como este no sería posible sin un equipo detrás. Lo que ocurre es que el que da la cara, para lo bueno y para lo malo, soy yo.

¿Con qué cantidad de especialistas cuenta como colaboradores?

—Aquí estamos hablando tranquilamente de un centenar de personas que han hecho tesis doctorales, estancias postdoctorados, que han realizado toda una serie de cosas en cuarenta años. Son muchísimas personas. Pero conviene, me apetece y debo señalar a una en especial, que es mi mujer, Alicia Alonso. Siempre comento que ha sido el cimiento del grupo. El cimiento se ve poco o no se ve, pero sin él no hay casa. Alicia es un caso muy singular. Luego, mis colegas que han estado desde el principio: José Luis R. Arrondo, Iñaki Gurtubay, Jesús Sot, mi técnico durante 25 años; hay personajes muy singulares que han estado cinco o diez años y han dejado mucho de sí mismos en este premio.

¿Cree que este concepto de ciencia e investigación como trabajo en equipo está interiorizado socialmente? ¿Lo entienden quienes distribuyen los presupuestos?

—Los que distribuyen los dineros lo saben bien porque no se pide una subvención personal, es un equipo el que la demanda; se evalúa al investigador principal, pero también al equipo. Y saben que esto es un equipo. En cuanto a la popularidad del científico, a lo mejor, no. Para muchos el científico es fulanito o menganito en concreto, pero hoy día es muy difícil, al menos en ciencia experimental; en disciplinas más puramente especulativas, como matemática pura o filosofía, quizá puede darse el caso de una persona sola que hace la investigación, pero en la ciencia experimental, yo creo que hoy en día es imposible.

Lo digo por el unamuniano “que inventen ellos”. No sé si lo hemos superado.

—Creo que sí, porque eso no se lo creía nadie, ni siquiera él; era una unamunada, los demás no se lo creían. Claro que para la gente que no ha leído a Unamuno y que quiere justificar el que no haya investigación en España o en Euskadi, siempre se utiliza, pero no creo que se lo tome en serio nadie, ni en tiempos de Unamuno, ni mucho menos en la actualidad.

Usted ha investigado, estudiado e impartido clases en otros países. Volvió y se estableció aquí. ¿Hay suficiente estimulo -profesional, económico, etc- para que un investigador opte a volver y establecerse en Euskadi?

—Ahora desde luego no. Son casos contados y muy raros quienes tienen posibilidades y estímulos para venir. El principal problema son los jóvenes que se van y no vuelven. No retornan porque no tienen sitio donde volver. Hay unas pocas plazas Ikerbasque, Cajal, etc. Pero, además, las que existen son para personas singulares que han hecho ya una carrera muy importante. Lo que nos falta, lo que no tenemos es lo que tendría que ser normal, y que sí es normal en otros países, que puedan hacer como hice yo, que fui fuera dos o tres años y pude volver; eso no lo tenemos organizado.

Porque se dan becas para estudiar fuera, pero si no hay retorno se va el dinero y se va el cerebro.

—Se va el dinero, el cerebro y emigran a trabajar a otros países. O el que vuelve deja la profesión de científico y se dedica a otras actividades. En todo caso, creo que es un dinero mal invertido.

¿Cómo conseguir que no se vaya ni lo uno ni lo otro?

—Poniendo dinero en la Universidad, en el CSIC y en los centros de investigación para que haya plazas de investigadores jóvenes aquí. Plazas, no para unos genios excepcionales como pueden ser los Ikerbasque o los Cajales, no; tienen que ser plazas para los buenos y los muy buenos, aunque no sean excepcionales. El número de plazas disponible, que se conceden a los Ikerbasque y a Cajales, tendría que multiplicarse tranquilamente por diez. Lo normal tiene que ser que si yo he hecho una tesis con cierto éxito, me he ido al postdoctorado tres o cinco años y me ha ido bastante bien, pues pueda tener la posibilidad de volver. Esto es lo que no hay ni se hace actualmente.

He firmado para que los presupuestos de investigación sean el 2% del PIB. Si se cumple, ¿sería suficiente?

—Sí. Con el tamaño que tiene hoy el sistema científico español sería más que suficiente.

Al hablar de ciencia algunos ven edificios e instrumental. ¿Ven los dirigentes también a los científicos? Un museo, un tren, una autopista, un laboratorio... se levantan en meses. ¿Pero cuánto se tarda en preparar a un científico?

—Desde que termina la carrera, el grado que dicen ahora, hasta que pueda empezar como investigador independiente pasan unos diez años. La investigación es como un bebé al que hay que alimentar en su justa medida; si le das poco de comer, se muere y si le das demasiado, también; hay que darle lo que necesita; y si el bebé se muere no se puede resucitar. Eso está pasando aquí todo el rato, de una forma más dura que años atrás. Aquí hay laboratorios enteros que han cerrado porque se han quedado sin dinero. No serían de primera clase, pero la segunda clase es imprescindible para que exista la primera. Esos laboratorios han cerrado y toda la inversión en material, personal y edificios que tenían se ha perdido.

En esta pandemia estamos viendo la importancia y los beneficios de apoyar la investigación en ciencia: tratamientos, medicamentos, vacunas... ¿Cree que cambiará la mentalidad de los dirigentes políticos y empezarán a tener fe a largo plazo, en lugar de solo “fe de legislatura”?

—Vuelvo a decir lo de los Reyes Magos; es que soy muy viejo y ya he visto mucho. En numerosas ocasiones he pensado, bueno con esta legislatura, con este ministro, con este tal, con ese cual..., pero pasa la legislatura, pasa el ministro, pasa el consejero y todo sigue igual. Hay cosas que simplemente entiendo que ya no tienen arreglo. Bueno, a lo mejor en 30 años, pero en los últimos 40 años no se han arreglado. ¡A lo mejor en los próximos cuatro! Pero no me lo creo.

Está ya a punto de jubilarse. ¿Qué recuerdo se llevará más profundo de su labor investigadora?

—El 31 de agosto me jubilo tras cumplir el 12 de mayo 70 años. El recuerdo que me llevo es el día a día. Lo más bonito de la investigación es que muchísimos días analizamos el resultado de un experimento que habíamos diseñado para comprobar si ha salido lo que esperábamos o nada de lo que pensábamos; pero cuando sí ha salido lo que esperábamos, eso te da combustible intelectual y moral para seguir.

¿Y eso ocurre de forma habitual?

—Afortunadamente, muy a menudo; no hablo de descubrimientos importantes, hablo de descifrar un pequeño enigma, diseñar un pequeño experimento que funcione y que nos lo resuelva. El que no ha probado esto no sabe lo que significa, la inmensa satisfacción intelectual que produce.

¿Cree que su equipo recogerá el testigo hacia nuevos triunfos?

—Mi equipo no existe. ¿Quién va a ser mi sucesor? Se jubila con 70 años un catedrático con un determinado currículum, vale. ¿Quién será mi sucesor? ¿Un catedrático? No. No sé quién, pero será un chico o una chica con un currículum prácticamente cero que cobrará la quinta parte de lo que cobro yo y dará el doble de clases. Eso es lo que quiere la Universidad, dar clases por poco dinero. Mi laboratorio lo he ido desmontando en los últimos años, porque lógicamente no es que me haya dado cuenta hoy de que cumplía 70 años, hace mucho que lo sé. Por lo tanto, de un laboratorio que tuvo una docena larga de personas, en este momento tengo cuatro y dentro de unos meses tendré dos o cero. Si, como he pedido, me hacen profesor emérito pues estaré con dos personas o ninguna.

¿El laboratorio desaparecerá?

—Así funciona. ¿No te das cuenta de que las tres personas que saben de vacunas y de virus en España, Luis Enjuanes, Mariano Esteban y Vicente Larraga, están los tres jubilados y que sus laboratorios estaban desmantelados? Eso es lo que pasa. Como somos funcionarios, no hay ni buenos ni malos, te pasan a la jubilación y ya está.

¿Seguirá ligado a la investigación? ¿De qué modo? De cuando empezó a hoy día, ¿hemos mejorado lo suficiente? ¿Es optimista?

—El sistema funcionarial nos iguala a todos. Es lo mismo para el que se limita a dar su clase y la da mal que para el que tiene un gran currículum. Ganamos lo mismo y al llegar la jubilación si tienes investigaciones en marcha es que lo has hecho mal. Porque la muerte puede llegar por sorpresa, pero la jubilación no. Por eso este premio me hace una ilusión especial, porque llega en el momento idóneo. Mi jubilación no será como la de otros que se merecían algo mejor, pero no lo han obtenido.

Futbolistas, tertulianos, cantantes, actores... como referentes sociales. ¿Cabe pensar en un hipotético futuro que en nuestro ámbito algún científico pase a formar parte de ese parnaso de referencia social?

—Nos hemos olvidado de los primeros: los cocineros; luego los futbolistas y después nadie. Lo más parecido aquí a un científico con proyección social es Pedro Miguel Etxenike, que quizá sea el mejor científico. Afortunadamente para él y para todos nosotros tiene una proyección social importante; los demás, no. Pero, ¿por qué vamos a tener proyección cuando hay artistas maravillosos que pasan sin pena ni gloria? A corto plazo, los cocineros y los futbolistas nos ayudan a vivir mejor. Pero cuando pensamos en la mortalidad infantil actual con respecto a hace cien años y el hambre en el mundo, nos damos cuenta del trabajo de los científicos a largo plazo. Eso no lo han conseguido ni los cocineros ni los futbolistas.

Con menos ocupaciones profesionales, ¿a qué se dedicará?

—Tengo muchas novelas para leer, mucha música para oír y más tiempo para cantar ópera, mientras aguante. Es posible que escriba algo, y si soy profesor emérito, haré una poquito de investigación para matar el gusanillo. En Estados Unidos, donde no se puede discriminar a la gente por edad ni por sexo, mientras los investigadores sigan logrando fondos para investigar siguen en ello. ¿Eso tapa la promoción de jóvenes? Si en España no tenemos promoción de jóvenes y los viejos no nos vamos, pues eso sería la monda. Tampoco voy a llorar mucho si no me hacen emérito, porque afortunadamente tengo cosas que hacer. Pero hay que equilibrar entre mantener a la gente que hay que mantener y dejar hueco para los jóvenes.

“Hay pocas plazas Ikerbasque o Cajal para que los jóvenes en el extranjero puedan volver; no tienen sitio”

“La Universidad quiere a alguien que imparta el doble de clases que yo y que cobre cinco veces menos”

“Hay que equilibrar entre mantener a la gente que hay que mantener y dejar hueco para los jóvenes”