A Lola Luna se le humedecen sus risueños ojos cada vez que recuerda su paso por el hospital en abril del año pasado. Tras dos semanas con fiebre muy alta en casa -"me daban antibióticos y no se me quitaba"-, el 31 de marzo la ingresaron con covid-19 Me hicieron la prueba y me tuve que quedar ingresada. Se me cayó el mundo encima". La fuerza que irradia le permitió que le dieran el alta apenas una semana después, pese a que sus antecedentes de bronquitis crónica y sus 88 años no jugaban a su favor. "Aquello no se lo deseo a nadie. Sola, sin visitas, con las enfermeras y médicos vestidos con aquellos trajes y que casi no podían hablar contigo...", recuerda.

Viuda y sin hijos, pasó tres meses sin ver a nadie. Solo a las enfermeras y los médicos que acudían a su domicilio para ver cómo se encontraba, y a Aida, la chica que la ayuda en casa, que le dejaba la compra en la puerta. Su hermano y su cuñada, que viven en el piso de abajo, también estuvieron enfermos, y su sobrina, "mi Jone del alma", todavía arrastraba la anosmia por el coronavirus. Aunque esta le insistía para que salieran a dar un pequeño paseo ya iniciada la desescalada, no se sintió con fuerzas para hacerlo hasta una luminosa mañana de junio.

Infatigable y muy activa, reconoce que no se aburrió mucho aquellos días: "Limpiaba la casa, hacía la comida y cuando me cansaba, me sentaba en el sofá", pero las noches se le hacían largas. El teléfono fue su gran aliado para mantener el contacto con sus vecinos -"esta escalera es una gran familia"- y familiares, con los que hablaba varias veces al día; también los de su Fernán-Núñez natal, donde aún viven sus hermanos. Le gustaba asomarse a la ventana del salón desde la que, sin embargo, comprobaba cómo la vida se había detenido en su calle. "Me daba muchísima nostalgia ver todo sin gente, sin niños", reconoce. Desde allí charlaba con sus vecinos y con su sobrina, que vive enfrente, y no faltaba a la cita con los aplausos a los sanitarios. "No hay derecho con la gente que no tiene cuidado, con todo lo que han sufrido...", se enfada. Ya tiene su mirada puesta en el próximo 24, día de su cumpleaños; tras pasarlo sola el año pasado al estar enferma en casa, dice, "este hay que celebrarlo por todo lo alto".

"Cuando me ingresaron se me cayó el mundo encima; lo que viví esos días no se lo deseo a nadie"

Portugaluja de 88 años