las 16.30 horas, puntual, Consuelo Rodríguez, una donostiarra que cumplirá 80 años este 2021, sale al patio de la residencia Julian Rezola de Matia, en Donostia, para pasear junto a su hijo, Ignacio Ormazabal, que ha venido de visita. El sol hace que la tarde sea espléndida y no tardan ni un solo minuto en iniciar su camino hacia los jardines de la residencia. NOTICIAS DE GIPUZKOA les acompaña para ver cómo son las visitas después de que se hayan flexibilizado las medidas en los centros sociosanitarios para personas mayores.

Desde que se han vacunado todos los residentes los datos han mejorado, lo que ha llevado al Gobierno vasco, en colaboración con la Diputación, a permitir que los residentes puedan realizar un mínimo de cuatro salidas semanales. Consuelo está muy contenta con las nuevas medidas ya que tiene más tiempo para conversar en persona con sus tres hijos.

Entró en Rezola hace un año y la situación en este tiempo no ha sido nada fácil para ella, aunque dice estar "encantadísima" del trato que recibe en la residencia. "Cuando la gente dice que no les gusta el menú o cualquier cosa, me pongo muy furiosa. No me gusta que hablen mal de este sitio porque me cuidan muy bien y veo que yo también les cuido muy bien a ellas. No hay derecho a que digan eso", explica Consuelo.

Es una mujer que siempre ha sido muy independiente. Después de casarse con 23 años y tener tres hijos, se quedó viuda a los 53. Ha tenido que cuidar de sus hijos privándose de muchas cosas. "Yo no salía con mis amigas ni nada para poder darles todo a mis hijos. No podía ver que les faltara algo", indica. Siempre le ha gustado andar mucho. Vivían en Amara Berri y solía ir a Garbera andando, incluso sabiendo que luego tendría que volver cargada con las bolsas de la compra. "Dicen que es muy bueno andar cuando eres joven para prevenir las enfermedades en el futuro", explica con mucho entusiasmo.

Y la verdad es que sigue andando "como una moto" con su andador. "Yo soy vieja, pero no soy vieja. Me gustaría mucho que mi madre o mi abuela fueran así", señala. Y eso que ha tenido que superar varios obstáculos en la vida. Aunque fuera muy independiente, en navidades del año pasado le dio un infarto cerebral y el médico le dijo que ya no podía vivir sola. "Al principio tuvo una cuidadora y también le pusieron el pulsador que suele tener la gente mayor para que te atiendan en caso de accidente, pero tuvo un deterioro cognitivo y decidimos llevarla a la residencia Berra, en Altza. Al final, después de unos meses, quisimos trasladarla a la residencia Julian Rezola", cuenta Ignacio.

Cuando entró en Rezola se sentía muy mal. "Me llevaban en silla de ruedas porque no podía andar, era horroroso. Me dolía todo y las piernas no me sostenían", recuerda Consuelo. Viendo la situación de su madre, los hijos decidieron comprarle un andador que le ha permitido mejorar su movilidad. "Yo creo que por coquetería no llevaba nada y se iba encorvando, pero ahora se ha dado cuenta de lo derecha que está y lo bien que va", explica Ignacio.

ADAPTACIÓN EN LA RESIDENCIA

La pandemia le pilló justo en el proceso de adaptación a la residencia. Entró en enero y el confinamiento comenzó en marzo, cuando llevaba dos meses en el centro. "Quieras o no, estaba en proceso de adaptación, porque dicen que dura unos tres meses. Y como estaba mal, creo que en esa situación fue todavía peor", dice Ignacio. Aún y todo, los hijos estaban "tranquilos" porque sabían que su madre estaba bien cuidada.

"Ha habido meses que no he visto a mis hijos, solíamos hablar por teléfono y por videollamada. Lo llevé con mucha resignación, porque no ver a un hijo o no ver a alguien querido me cuesta mucho. Pero gracias a Dios no he tenido nada. Me han vacunado porque había que vacunar, por nada más. Me preguntaron si quería y les dije que sí, porque lo estaba deseando", aclara Consuelo.

Ha tenido que someterse a 16 o 17 pruebas PCR y, aunque la vacuna le dolió un poco en el brazo en el momento, no le ha vuelto a molestar. "Ha habido quien ha dicho que no se quería vacunar, y eso no lo entiendo muy bien", admite. Para los hijos también ha sido muy duro no poder estar junto a su madre durante tanto tiempo. "Esperábamos a la videollamada todos los días; una por la mañana, otra por la tarde con otro hermano... Para nosotros también es terrible porque, quieras o no, es gente mayor y por ley de vida están viviendo sus últimos años. Ya de por sí no están en su casa, y ellos lo que quieren es estar en su casa", concreta Ignacio.

nuevas medidas

Desde que el Gobierno vasco ha flexibilizado las medidas, Consuelo puede ver a sus hijos cuatro días a la semana. Normalmente se suelen turnar, pero hay días que están los tres. "Solemos venir una hora, media hora... según el día. Yo procuro venir siempre, todos los días. Lo que pasa es que no siempre hemos podido entrar todos los hermanos. Antes solo podía entrar una persona. Entonces, veníamos, entraba uno y el otro le saludaba al otro lado del cristal. Ha sido todo muy surrealista, de película de ciencia ficción", explica Ignacio. "Era como si estuvieras en la cárcel", añade su madre.

Ahora parece que la situación está mejor e Ignacio le dice a su madre que tienen que tener la esperanza de que va a mejor, "pero con cuidado porque nos pueden confinar otra vez".

Ignacio cree que lo importante es "que nos vacunemos todos y después, seguir andando con mucho cuidado". Por su parte, Consuelo se encuentra a la espera de que vuelva a retomar los viajes en bicicleta que tanto le gustan: "Hace dos meses nos llevaron en bicicleta con el carrito a pasear. Fuimos por La Concha y otra vez por Añorga a pasar la tarde. Eran majísimos y en ese momento nos olvidamos un poco de todo el rollo de la pandemia", recuerda Consuelo. De momento, se dedica a cuidar sus plantas que tanto le gustan y a charlar con todo el personal de la residencia, de la cual se siente "como de la familia".