NTE la peor crisis sanitaria del último siglo, estos profesionales han demostrado, en unas condiciones muy duras, su compromiso y vocación. Tenían que acudir día tras día a hacer su trabajo, que es cuidar de todos, sin el material de seguridad necesario, exponiendo sus vidas y la de las personas que convivían con ellos. Pero la pandemia ha afianzado el trabajo en equipo y la labor de todos y cada uno de ellos ha hecho funcionar el engranaje y encajar todas las piezas del puzzle. Lo cuentan en primera persona, sanitarios de la OSI Bilbao-Basurto que llevan diez meses peleando contra el virus. Sin tregua.

Dorita Aretxabaleta, coordinadora de Laboratorios y encargada del laboratorio de Microbiología recuerda el día que impactó el tsunami en el hospital de Basurto, como si fuera hoy. "Después de una larga baja, me incorporé el 11 de marzo. Lo tengo grabado a fuego. Mi intención era empezar despacio, y fue llegar a una guerra", dice la responsable de las pruebas PCR, antígenos y test diagnósticos del covid. Con el agravante de que en diciembre de 2019 se quemó el piso de las PCR y han tenido que sacar adelante la faena en condiciones titánicas. "Era trabajar a destajo. Nos llegaban las muestras de ambulatorios, residencias... Todo el mundo descargaba en Microbiología y nosotros no teníamos forma de sacar todos los resultados". "No teníamos personal, nos faltaban ordenadores, sillas, lo más elemental, no teníamos tubos para poder trabajar porque no había forma de abastecernos. Teníamos que compartir las campanas de bioseguridad entre dos o tres. Ha sido terrible. Buscábamos por todos los sitios, nos faltaba ir al mercado negro. Pero todo el personal se ha volcado. Nadie ha puesto pegas", subraya.

La jefa de Control de Infecciones, Ruth Figueroa, admite que la pandemia les pasó por encima como un camión. "Nos arrolló porque de un día para otro vimos que más de medio hospital estaba ocupado por la misma patología. Y todos hacíamos lo mejor posible con los conocimientos que teníamos en ese momento. Pero ya estamos muy cansados, y a veces tristes... con la sensación de que la sociedad no nos entiende", se queja, poniendo su única esperanza en la vacuna.

En el epicentro del virus

"Acabamos exhaustos"

Cuando todo se desmoronó, Loli Sandín, supervisora de Revilla 1º, estaba al pie del cañón. "Nosotros llevamos un año sin parar porque la unidad, destinada inicialmente a la gripe, no se ha cerrado un solo día". "En junio, cuando salimos del confinamiento, y creímos que íbamos a llegar al paciente cero, justo dimos un alta y por la tarde, ya teníamos otro ingreso". "Pero yo estoy encantada porque he trabajado con personal muy joven y entregado, que se ha volcado. Y eso que en verano, con los EPI, ha sido horroroso. Ha habido que trabajar muchas horas con un equipo devastador. Acabas exhausto por el estrés, el calor... Por eso, ahora tenemos tanto miedo a las fiestas de Navidad", se queja.

Sandín deshace el mito de las olas de la pandemia. "En el hospital más que olas, ha habido ondas. De repente, baja, y de pronto, se dispara y hay otro boom".

Cuanto más apretaba el virus, más fuerzas sacaban. Es el caso de la Auxiliar de Enfermería en Revilla 2º, Izarne Elorriaga. Ella enseguida vio que aquello era una tragedia. Trabajaba en Digestivo que, de pronto, hubo que reconvertir en unidad covid. "El primer día que se abrió la unidad recibimos 25 ingresos, 15 por la mañana y diez por la tarde. Y el segundo día, ya nos dimos cuenta que aquello no era una gripe. Era otra cosa". Había angustia y mucho miedo porque veían a la gente morir. Y ellos son los profesionales que tratan más directamente con los enfermos, aseándoles, canalizando vías, cambiando el dodotis, mudando las camas del sudor... "Había mucho miedo al contagio y a llevar el virus a nuestras familias. Nos hemos estado desnudando en el rellano de casa hasta junio, y hay gente que todavía se sigue quitando los zapatos fuera. Entrabas por la puerta, y lo primero que hacías era ducharte, sin tocar a nadie. Un día tras otro... porque cada vez que te quitas el EPI es un riesgo".

"Hay gente que ha vivido el confinamiento en su casa haciendo bizcochos y yoga, y nosotros estábamos aquí con enfermos que fallecían en cuestión de horas. Hay mucho cansancio y hartazgo. ¿Hasta cuándo va a durar esto? A esa gente que tiene el discurso de; yo no me pongo la vacuna, que se la pongan otros, y ya veré dentro de un tiempo, a esa gente yo le traía aquí", protesta enfática Elorriaga.

En la primera línea

"Va a durar meses"

Que la pesadilla está lejos de terminar lo sabe bien el doctor Iñaki Arriaga, Jefe de Neumología de Basurto. "Hemos visto sobre todo patrones respiratorios. Pero hay complicaciones que afectan mucho a la esfera vascular y el coronavirus lo mismo provoca una trombosis que una embolia pulmonar o un síndrome coronario agudo que un accidente cerebrovascular. A medida que aumenta la prevalencia de la enfermedad te encuentras con gente que acude por otras patologías y, además, tiene covid. Viene por una obstrucción intestinal y tiene el virus. Un embarazo a término y tiene covid...". El doctor Arriaga no ve todavía la luz al final del túnel. "Esto es una carrera de fondo. Las ondas se van a ir aplanando y nos vamos a quedar con un suelo persistente, que va a durar meses". "Estamos vendiendo la vacuna como la panacea universal. Pero ¿cuántos tienen que vacunarse para que sea efectiva?, ¿cuántos van querer vacunarse porque no es obligatorio? ¿Y todos los que se vacunan van a estar 100% protegidos?", cuestiona.

Tampoco lo ve claro Ana Agirrezabal, Jefa de Farmacia. "Es que el último test de seroprevalencia todavía nos dice que el 92% de los vascos está en riesgo". Ella recuerda cómo al principio hubo problemas de abastecimiento, sobre todo en los medicamentos de UCI. "Había mucha gente con ventilación mecánica y teníamos problemas por ejemplo con los fármacos para mantenerles intubados". "Nos pasábamos el día diciendo ¡cuidado con esto que no hay. Ahora tenemos reservas para tres meses y hidroxicloroquina (lo que tomaba Trump) como para una boda", dice desde el área de Farmacia que ha colaborado con todos los servicios del hospital y con los pacientes externos.

Atención Primaria, al límite

"El personal lo da todo"

En la Atención Primaria también han combatido sin tregua. Como Helena Guerra, Jefa de Unidad de Atención Primaria (JUAP) de Deusto. "Teníamos centralizada la atención de pacientes covid y nos llegaban pacientes de otros centros de salud. Organizativamente ha sido como un tsunami. Cambiaban los planes de contingencia continuamente. Teníamos problemas hasta con los coches para las visitas a domicilio, atender a las residencias que nos correspondían, recoger las muestras para las PCR... Además cuando le dices al personal, tu sólo atiendes pacientes covido, incertidumbre sobre qué nos viene, cuántos contagios va a haber... Pero aunque el personal pueda estar cansado y asustado, está dándolo todo. Ha dado la cara y entre todos hemos conseguido que esto salga", sentencia.

Ana Menoyo, JUAP del centro de Salud de Deusto, abunda en la incertidumbre. "No conocíamos la enfermedad, no sabíamos qué nos íbamos a encontrar, nos desbordaban los pacientes. No disponíamos de pruebas covid. Se metieron muchas más horas porque había auténticas avalanchas de pacientes". "Cosas mal hechas, seguro que ha habido, pero hemos trabajado codo con codo para sacarlo adelante lo mejor que hemos podido", dice, afirmando que no le gustaría olvidar este año "porque ha supuesto un gran estímulo profesional y personal, aunque ha habido épocas muy malas".

Las trincheras más duras

Desinfectar al detalle

Otro luchador contra la pandemia es José Carlos Muela, operario de Servicios, curtido en mil batallas ya que empezó en la planta de tuberculosos de Santa Marina. "Siempre estás en guardia para evitar el contagio, pero ahora más. Yo me contagié hace poquito y tengo la sensación de que no ha sido aquí. Porque aquí estamos blindados y sigues los protocolos". Su trabajo ha sido incesante. "En Revilla 2, cuando el confinamiento terminó y la gente salió a disfrutar del verano, se volvieron a asumir los pacientes de Digestivo, pero en agosto volvió a subir la ola y la unidad se llenó de nuevo. Abrimos y cerramos... y eso supone un trabajo demoledor, no se puede atender a pacientes normales hay que desinfectarlo todo, incluido techos y paredes", explica.

Christian López de Ipiña, responsable de Lencería, asegura que el problema en su sección ha sido el enorme consumo de ropa. "En el hospital aumentó un 40%. En Atención Primaria se multiplicó por cinco. Pasamos de lavar mensualmente unas 1.500 prendas a lavar 6.000 o 7.000. La estructura de la empresa no daba abasto. Había que hacerse con distintos uniformes de diferentes colores, de diferentes tallas... Fue un caos. Muchas prendas no se fabricaban aquí, no las encontrábamos por ninguna parte, tampoco las traían de fuera, se cerraban talleres por algún caso positivo... y los tiempos se volvían eternos. Y ahí seguimos, intentando dar salida a esa demanda tan ingente", formula.

En las trincheras del virus también está David Gándara, celador del pabellón Ampuero, personal como pocos en contacto con los pacientes. "Te tienes que acercar muchísimo y te pones en riesgo. Intentas cambiar el chip, y si antes tenías cuidado, ahora, más. Hace poco tuve que levantar a un paciente que apenas se tenía en pie. Resultó tener covid y sabes que has estado expuesto y decidí separarme de la chavala varios días hasta que supe el resultado". Coincide en que todo el equipo se ha portado fenomenal. "Al final es un problema de actitud, si eres profesional, si trabajas con ganas y te gusta tu profesión, como es mi caso, trabajas para que esto salga adelante. Además solo se habla de coronavirus. Pero las enfermedades que estaban antes, también están", recuerda.

El equipo, siempre el equipo, esa formación clave, que nos ha salvado a todos.