Veterano en mil batallas, a sus 66 años afronta el eclipse de su vida profesional con el objetivo de poner en valor el trabajo de sus colegas, "una labor vocacional", y que en Hegoalde tiene "alta calidad", afirma.

En su nuevo cargo quiere redignificar y revalorizar la profesión ante la sociedad y la administración. ¿Tan mal está el gremio?

—Esta francamente mal, sí. Hace dos años hicimos una encuesta en Navarra y el 70% de los colegiados facturaron menos de 25.000 euros. No hay ningún nivel A en la administración que gane menos de esa cifra.

¿Hay mucho paro entonces?

—Más que paro, precarización.

Entonces los 3.864 colegiados vascos y navarros ¿son demasiados?

—No lo creo. Si hubiera 3.000 habría más trabajo para todos, pero sí se necesitan los actuales arquitectos.

Pues no parece que una profesión de prestigio se vea en esa tesitura.

—El concepto que tiene la sociedad de nosotros es equivocado, antiguo, no tiene nada que ver con la labor actual.

¿En qué sentido?

—Tenemos una cierta aura de artistas, avalada por una formación muy completa, humanista y artística, pero se obvia nuestro aspecto técnico, que es básico. Quizás no nos hemos ocupado demasiado de plasmar esa imagen. Y luego está lo que sufrimos desde hace muchos años en las contrataciones públicas.

Siempre con presupuestos bajos.

—Como si estuvieran contratando vehículos o folios para fotocopiadora. No valoran que la arquitectura es un bien social para toda la ciudadanía, en un centro de salud, en una escuela... Hay colegas que no pueden más y ya ellos plantean bajas demoledoras en los proyectos.

¿Y se lo ha comunicado a los Gobiernos navarro y vasco?

—Desde luego y no dan crédito, pero es así. Debe haber una revalorización doble, la económica y la social. El arquitecto cuando se presenta a un concurso público, para participar hace unas inversiones impresionantes de esfuerzo, trabajo y ciencia que luego, sino gana, van a la papelera.

Quizá para las administraciones es más importante el contenido de los proyectos que el continente.

—No. Creo que, por prudencia, prefieren proyectos más segurolas, con menos alma. Cuando hacen las adjudicaciones, las propias instituciones se quejan de carecer de instrumentos para ejecutar lo que quieren hacer.

La próxima Ley de Arquitectura ¿puede resolver este escenario?

—Se aprobará en 2021 y, sí, espero que sirva para valorar la arquitectura como un hecho social de interés público. Permitirá hacer mejores proyectos domésticos, los de todos los días, no los de las grandes firmas.

Valóreme el nivel de arquitectura en el País Vasco y Navarra.

—Es muy alto comparado con el resto de colegios del Estado.

Y sin meter cizaña, ¿más en un sitio que en otro? ¿O al revés?

—(Sonríe) Bueno allí hay una tradición con la escuela desde hace muchos años, tenemos un premio Pritzker, como es Rafael Moneo y figuras como Patxi Manglado, aunque en Donostia también está la huella de Luis Peña Ganchegui.

¿Hay pique entre las delegaciones?

—No, hay cariño. Soy navarro, y es cierto que ha habido bastante ingenio en Navarra, pero necesitamos al País Vasco. Las cuatro delegaciones nos complementamos.

Pero ha habido momentos en las que se querían separar.

—Es cierto, pero tengo claro que Navarra sin el País Vasco perdería, y eso que la unión también supone complicaciones por tener dos gobiernos y dos legislaciones. Pero estamos cumpliendo 90 años, por algo será.

¿Van a cambiar tanto las ciudades, el urbanismo, las viviendas con las consecuencias de la pandemia?

—No debemos volvernos locos. El sistema urbano que tenemos es el más sostenible posible, lo que debemos hacer es mejorarlo. Sí se va a dar un cambio de mentalidad en modificaciones y decisiones urbanísticas que antes de la pandemia costaba décadas y ahora se acometerán en breve.

¿La actual situación propiciará más opciones de trabajo para el gremio?

—Sí, haciendo de la necesidad, virtud. Con la emergencia climática que tenemos hay medios para activar el sector en la rehabilitación energética del parque inmobiliario inmenso que tenemos en todas las ciudades. Puede suponer un 70% menos de consumo energético y esos proyectos los lidera el arquitecto.

Europa está muy interesada en esas iniciativas, en los fondos anticovid que van a llegar.

—Va a ser un eje esencial porque además el sector de la construcción mueve muchos empleos diversos. Nuestra reactivación profesional vendrá de los proyectos generados por la emergencia climática. Por eso una prioridad del colegio es la formación continua.

¿Con qué edificio o solución urbanística de Bilbao se queda?

—El metro desborda cualquier cosa. Es maravilloso. Me puede gustar la torre Iberdrola, el edificio de Moneo para la universidad de Deusto, el Guggenheim, sabemos lo que es... pero un proyecto con la repercusión social tan profunda como la del metro es magnífico, fastuoso.

¿Y la aberración mayor?

—La composición que hicieron para vestir el puente de La Salve. Me parece horroroso. Es como una pieza de Exin Castillo rojo al lado del Guggenheim. Creí que iba a ser una obra efímera, para un año, y ahí está aún.

¿Dónde le gustaría vivir en Bilbao?

—Zorrotzaurre va a ser un sitio privilegiado, pero más me gusta la trasera de la Gran Vía mirando al parque de Doña Casilda y al Bellas Artes. Es un entorno cálido y amable. Muy vivible.

Y en unos años con la intervención de Norman Foster en el museo...

—Va a ser un gran proyecto como el propio metro, también obra suya.

¿Cuál quiere que sea su legado a su paso por decanato del colegio?

—Defender la arquitectura y los arquitectos como nadie.

Ese es su objetivo.

—Sí, ahora hay que conseguirlo.

"Zorrotzaurre va a ser un sitio privilegiado, pero más me gusta la trasera de la Gran Vía mirando al parque"

"El concepto que se tiene de nosotros es equivocado, antiguo, no tiene nada que ver con la labor actual"