BALBINO vivió hace ahora un año una gran aventura. Pero no amorosa. O quizá sí. Porque fueron su mujer y su hijo quienes le dieron el último empujón para que se uniera a la marcha a pie desde Bilbao a Madrid en defensa de "unas pensiones dignas". "Aita, ¿por qué no vas? Es que está amatxu un poco pachucha. No te preocupes, me dijeron la mujer y el hijo", recuerda. Y, tras haber acompañado a los caminantes en algunas etapas, volviendo a su casa, en Trapagaran, para dormir, se fundió con ellos definitivamente en Briviesca. "Fue una vivencia irrepetible", dice. Tanto es así que decidió plasmarla sobre papel, pasarla a limpio en el balcón durante el confinamiento y, con la ayuda de su hija al ordenador y casi ochenta fotos, voilà, lo que nació "como un diario" para que sus nietos "tuvieran un recuerdo el día de mañana" se ha convertido en un pequeño best seller entre sus compañeros y compañeras de andanzas. "Mandé hacer a la imprenta seis para mi familia. Lo puse en el grupo de WhatsApp de la marcha y resulta que todo el mundo lo quería. Hicimos sesenta más y después tuve que encargar otros diez", echa cuentas, todavía sorprendido.

Nacido "en un pueblito de León", Balbino Martínez recaló en Bizkaia con 18 años para "buscarse la vida". Albañil de joven, empleado de una fábrica de cables hasta su jubilación, se hizo asiduo los lunes a la cita de los pensionistas en Trapagaran porque siempre le ha "gustado luchar por los derechos de la clase trabajadora". Con ese mismo afán se sumó, a sus 66 años, a la treintena de pensionistas que, enfundados en sus chalecos amarillos, empuñaron su reivindicación desde Bilbao a Madrid. "Fue una experiencia que no te imaginas. Era increíble cómo nos recibían en los pueblos, cómo nos aplaudían, nos daban comida... Hubo gente que nos llegó a ofrecer su casa, su cama... Que no, mire, nosotros teniendo un techo, con un saco y una esterilla dormimos. No queremos molestar. Si no llega a ser por esos pueblos que nos ayudaron tanto, igual no hubiésemos ni llegado a Madrid", afirma. En uno pequeñito, "Honrubia de la Cuesta, en Segovia, solo vivían ocho personas en invierno", pero les recibieron veintitantos con una pancarta y la banda sonora de unos dulzaineros. "Preparamos en la plaza un baile, mezclados los del pueblo con los marchantes. Fue una emoción terrible. Nos tenían preparados unos judiones con almejas y chorizo. En los pueblos grandes nos recibían hasta mil personas, pero esas vivencias en pueblos chiquitines no las olvidas nunca", confiesa Balbino. Durante el recorrido dio tiempo para buscar setas, contar chistes e incluso enterrar un pajarillo que encontraron muerto. También para alzar la voz. "Ahora es mal momento por la pandemia, la crisis es enorme y habrá que repartir, pero tenemos que seguir dando guerra. Si el gobierno te ve fuerte, se lo piensa a la hora de recortar. Si no luchas, no hay nada que hacer", predica.

"En vez de mascarillas, pan"

Una veintena de pensionistas con los que compartió carretera y manta conmemoraron el pasado miércoles el aniversario de su gesta recorriendo en barco la ría de Bilbao. Ocasión que aprovecharon para reclamar que "las mascarillas corran a cargo de Osakidetza". Una petición que Balbino matizaría. "Habrá quienes cobren 600 euros y les salga un pico al mes, pero la gente con una pensión de 1.500 a 2.000 euros se las puede pagar. Será más razonable pedir pan para esa gente que tiene niños, una hipoteca y está en el paro o en ERTE", considera y no se explica cómo "no han salido a la calle con el palo ya". Ya se lo dice Balbino a sus hijos: "Cuando era un crío en mi casa comíamos patatas con sopa y sopa con patatas. Ahora, como tenéis de todo, no habéis aprendido a luchar. Nosotros hemos peleado mucho en las fábricas y las obras pidiendo convenios, mejoras, pero la juventud está dormida y tiene que despertar".

La pandemia, lamenta Balbino, "ha empeorado la calidad de vida" de las personas mayores, que "están falleciendo o quedando muy tocadas" por el coronavirus y tienen restringidas las visitas en las residencias. "Les falta cariño, que es lo principal. Cuando yo era niño, mis abuelos estaban en casa y todo lo mejor era para ellos. Ahora somos egoístas", afirma y teme que los aplazamientos de operaciones o la saturación de las líneas para pedir citas médicas tengan consecuencias. "Habrá gente a la que no le cogen y lo deja, e igual una dolencia si la atienden pronto no es nada y si la dejan quince días puede acabar en un drama. Tampoco sé cuál podría ser la solución. El que la tenga que la diga. Que es muy fácil criticar".

Anecdotario de la marcha

Octogenaria

La alcaldesa de Bahabón de Esgueva invitó a los pensionistas a tomar algo en el bar y el desayuno corrió a cargo del vecindario. "Una señora de 86 años, que nos hizo rosquillas, nos acompañó seis kilómetros hasta el siguiente pueblo y cómo andaba", cuenta el autor de 'La gran aventura'.

Una vecina

En Quintanapalla no les recibió el alcalde, pero una vecina les dijo que esperaran a la sombra. "Nos sacó refrescos, vinos, aceitunas... Nos dijo: Esta es mi casa y ahora es la vuestra. Ahí a la derecha tienen el baño. Un encanto. Son cosas muy bonitas", recuerda agradecido Balbino.

Una boda Y UN FUNERAL

Los pensionistas hicieron el pasillo a unos novios en Pedrezuela. En Miranda, "en el funeral de un chico, vinculado a la causa, rompimos en aplausos a la salida del féretro", cuenta.

'Txoria txori'

"En los polideportivos donde dormíamos todos los días se entonaba la canción 'Txoria txori' y 'Viento del Norte'. Estabas comiendo o cenando y había que cantar algo para animar la cosa", explica este pensionista.

MAGDALENAS

"Estábamos haciendo un pisto y unas sopas de ajo en el frontón de Lerma y se acercó una chica con magdalenas y fruta. 'Os he traído esto para ayudar'. 'Pase y vea cómo vivimos'. Teníamos las mesas puestas, las colchonetas y la colada colgada. Lloraba de emoción por nuestra lucha y más cuando le regalamos un chaleco firmado por todos", rememora Balbino.

Cura roquero

En Pancorbo conocieron a un cura roquero que les enseñó la iglesia y la batería con la que tocaba en un grupo. "Le obsequiamos con un chaleco y dijo que en la misa lo pondría en altar y pediría por nosotros".

Un cartel para la reflexión

A Balbino casi se le saltan las lágrimas cuando, camino de Espejo, vio un cartel en un cruce de carreteras en el que ponía: 'Los pueblos se mueren'. "A la escuela de mi pueblo íbamos 25 niños y niñas. Ahora no hay ni niños ni escuela. Ves cómo están abandonados, que solo vive gente mayor€ Me hizo pensar", reconoce.

Madrid

En la Plaza del Sol, dos mujeres de la columna norte y sur se fundieron en un abrazo y se intercambiaron la ikurriña y la bandera andaluza. "Teníamos permiso, pero la Policía nos impidió depositar las zapatillas en las escaleras del Congreso. Gritamos: 'Somos pensionistas, no terroristas', pero ni aun así", lamenta Balbino.