- La cita en carne y hueso, tras tres meses viéndose las caras por Skype, se produjo en el monte Arraiz. Fue verse y Unax y Mikel, de 8 y 9 años, echaron a correr el uno al encuentro del otro, como en un anuncio antiguo de colonia. Cara a cara, a unos dos metros de distancia, frenaron en seco. “Pensé en si se podían dar o no abracitos a los amigos. Saltamos de alegría, pero no nos los dimos”, cuenta Unax. Tras compartir unas horas juntos, llegó la despedida y tenían que intentarlo: “¿Podemos darnos un abracito?”. Silencio, cruce de miradas entre padres y madres y dos opciones: Uno muy cortito, pero nosotros no hemos visto nada o pues va a ser que no. El psicólogo clínico Luis de la Herrán solo baraja la segunda, pero orienta sobre cómo gestionarla. “A los niños les tendrían que entrenar antes en casa: Vamos al parque y nos encontraremos con algún amiguito, pero, ojo, no le podemos abrazar. Si, aun así, vemos que tiene ese ansia, buscaría algún sustituto, como que abrace a un muñeco, al padre o incluso a sí mismo para de alguna manera satisfacer en parte ese deseo de abrazar, aunque sea al árbol de al lado, pero que no se quede con las ganas”, explica y recuerda que “cuando le decimos a un niño: Esto no, le tenemos que decir: Pero esto otro sí. Aunque no le guste tanto, siempre hay que ofrecerle una alternativa”.

Acostumbrado, dentro de lo que cabe, a la mascarilla, porque al principio era ponérsela y le picaba la nariz, Unax entiende que tiene que usarla, pero se siente “raro, como encerrado dentro de un cuarto, sin respirar bien”. Por eso desea que “se acabe la pandemia” para poder quitársela y “ser libre”. Sin embargo, no las tiene todas consigo. “Cada vez que veo a alguien que no tiene mascarilla siento que esta pandemia no va a terminar nunca porque el que no la lleva igual tiene el coronavirus y no se entera y se sigue expandiendo entre las personas y cuantas más, peor”, explica como si alguien se lo estuviera chivando por un pinganillo. Él pone todo de su parte, aunque a veces sea el único. “Soy respetuoso porque cumplo las órdenes, pero a veces se me quitan las ganas de todo”.