UEDE que ahora quede oculta por la dichosa mascarilla, pero Lorena Márquez luce, por defecto, una espléndida sonrisa. No la pierde ni cuando se tropieza con "gente que va atontada con el móvil". "Les digo: Hola, que la que no veo soy yo". Tampoco cuando sale a pasear por Rekalde y le piden "un cupón para hoy", como si los llevara siempre en el bolso. "Señores, por favor, que no voy con el uniforme...", les contesta y se ríe. Y eso que la abordan una y otra vez. Sobre todo porque lleva con el kiosco cerrado desde que se decretó el estado de alarma y la clientela es un mar de dudas. "Me preguntan mogollón, hija. El otro día mismo estaba tomando un café y me viene un señor: Mírame este cupón. Le dije: Que todavía no...". Entonces no, pero ya sí, porque Lorena, como el medio millar de vendedores de la ONCE que hay en la CAV, se reincorpora hoy a su puesto tras un parón de tres meses. "Me gusta cuando me dicen: Te echamos de menos".

La conversación con Lorena, avisados quedan, es interruptus. "El día 15 empiezo, Rosi, ¿vale? Te guardaré el 4, hija. Adiós". Clientas de toda la vida, aclara. De esas con las que "tratas todos los días y les coges cariño". De esas que se cruzan en la entrevista como Pedro por su casa. "Ahora ya no voy a poderles dar dos besos como antes. Igual alguno se me escapa. No te digo que no", bromea. Lorena es tan cercana que su familia está temblando. "Mi hermana, que le ha cogido más miedo a todo, cuando subo a casa de mis padres está: Quítate los zapatos, date el gel... Parece un control. Me dice: Tú, que eres mucho de hablar, no te pares con la gente y dar besos, menos". También su marido, Sergio, se teme lo peor. "Ya me está diciendo: Cuando empieces a trabajar ahora ya verás...". Ambos saben que Lorena se hace querer. Y servidora lo corrobora. "El día 15 aquí estaré. Gracias, cariño". Otro paréntesis. No digan que no les avisé. "Me dicen que qué guapa estoy, que la vida de casada me ha sentado muy bien". A ella fenomenal, pero su marido, el pobre, no para de atender consultas a su lado. "Le está diciendo un señor a mi marido: Que se me va a caducar. Parece él el cuponero. Guárdelo, que el lunes se lo miro", interviene ella.

Con un resto visual de un 15%, esta treintañera bilbaina ya está dándole vueltas a cómo se las va a ingeniar en el trabajo. "Los cupones los miro por la máquina, pero tener que acercarme los billetes al ojo para ver de qué importe son...", comenta y explica que se tendría que arrimar mucho a una persona para poder comprobar si lleva mascarilla. "Igual por el sonido de la voz puedo notar si tiene algo sobre la boca, pero me tengo que autoproteger yo para que no me puedan contagiar porque no te puedes fiar de todo el mundo", dice Lorena, que siempre lleva "el gel a cuestas" y reducirá riesgos al trabajar dentro de su nuevo kiosco. "El otro tenía más mostrador fuera y me gustaba salir, pero en este, como tengo los cupones en el escaparate, estoy más dentro. Los días de calor, con el airecito, estaré como las reinas", se consuela.

Pese a su buen humor perenne, Lorena reconoce que el confinamiento le pasó factura. "Se me hizo eterno. Estaba triste y el tema de los kilos lo llevo fatal", confiesa. En sus primeras salidas sintió "mucho agobio porque eran todo colas y la situación era muy extraña. Mi estado de ánimo cambiaba por momentos". De la tristeza "por los muertos del covid" a la indignación "por las que liaba la gente. Pero ¿qué pasa? ¿No saben lo que estamos pasando? Las injusticias no las entiendo".

Menos mal que "el cariño" con el que la trataban en los comercios le dejó un buen sabor de boca. "Al final te quedas con la bondad de la gente. Han sido todos muy amables y atentos dándome indicaciones", agradece. Y eso que "en una panadería fui toda lanzada y me tragué una cinta de plástico de esas que ponen en el aire de lado a lado", recuerda y sugiere que las "cintas adhesivas que colocan en el suelo para marcar las distancias sean más rugosas" para poder detectarlas con el bastón. Tampoco habría estado mal un poco de comprensión durante la cuarentena. "A una amiga ciega de Basauri, que iba con el padre, una persona le preguntó que por qué iba acompañada. A mí también me ha pasado. Que no llevo el bastón por gusto, contesto a veces", relata y se parte de risa.

Encantada con su trabajo, Lorena está deseando enfundarse en su chaleco verde y repartir ilusión entre "la gente, que está muy baja de moral". "A una vecina mía se le han muerto dos hermanos. Es muy triste, pero la vida sigue", insufla ánimos. Su sueño, sin ir más lejos, permanece intacto. "En este confinamiento me he cargado las pilas para dar el premio gordo, así que pronto me vuelves a llamar. Ya podría ser verdad. ¿Dónde hay que firmar?".

Que se lo pregunte a Rosa María Alonso, que desde su kiosco, en Santutxu, repartió el pasado agosto 265.000 euros del gordo. Entre eso y sus dotes de comunicación, tiene a la clientela en el bolsillo. "El hecho de no oír bien no quiere decir que no seas sociable. Me gusta hablar. Me encuentro con los clientes y me preguntan que qué hacen con los cupones. Les digo que los guarden todos y que ya los miraremos. Están deseando vernos en la calle porque al final nos quieren. Están a gusto con nosotros", asegura esta bilbaina de 52 años, que hasta hace cinco era peluquera. "Tengo un 95% de pérdida en un oído y un 90% en el otro. Los audífonos me ayudan a oír, pero llega un momento en el que tienes que buscar otro tipo de trabajo".

Cuando a mediados de marzo "nos cogió el toro a todos", explica, "tuvimos que dejar de vender el cupón de la noche a la mañana y hemos estado en ERTE total". A pesar del "agobio" que sintió algunos días por no poder salir a la calle, dice haber "llevado bien" el confinamiento. Al salir de nuevo, sin el bullicio de la gente ni el ruido del tráfico, le resultaba más fácil llevar una conversación. La calma que tanto llamó la atención a los oyentes para ella era una vieja conocida. "Cuando me quito los audífonos estoy en silencio total".

Incapaz de seguir varias charlas a la vez, Rosa María tampoco percibe las palabras a sus espaldas. "Siempre digo que yo no tengo ojos detrás. La vista hace mucho, poder ver la boca de la persona. Las mascarillas van a ser un rollo, sobre todo para la gente sorda, que no va a poder leer los labios", lamenta. Además, añade, "la goma es un incordio porque se me engancha en los audífonos".

En estas últimas semanas, en las que su uso se ha generalizado, también se ha percatado de que, con ellas, "en bares o tiendas pequeñas, la gente se ha acostumbrado a hablar más bajo", por lo que "a veces ni los oyentes se oyen. Yo enseguida digo: ¿Me lo repites? y ya está", le resta importancia y se muestra partidaria de las pantallas. "Si la llevas, te puedes bajar la mascarilla, hablar y volvértela a colocar", argumenta.

Cuenta David Terrones que justo unos días antes de que la ONCE realizara el ERTE, la chica a la que sustituía fue dada de alta, así que este vendedor de cupón interino está actualmente en el paro. Casero, este bilbaino de 45 años con espina bífida, que camina con muletas y usa silla de ruedas para las distancias largas, apenas ha salido tres veces en este tiempo. "No he encontrado más dificultades. Las barreras arquitectónicas ya estaban y las normas, como el gel, no me suponen ningún problema porque tengo bastante habilidad para soltar las muletas y lavarme las manos", explica.

Convencido de que "habrá un rebrote" del coronavirus, ya que su mujer es sanitaria y "se están preparando" para ello, David insta a respetar las medidas de seguridad y a dotar al personal "de los medios necesarios porque es como mandar soldados a la guerra sin chaleco antibalas y sin metralleta". Aunque su pareja "no ha estado en primera línea, al principio sí trató en su centro de salud con pacientes de covid sin saber que lo eran y ha tenido la suerte de no contagiarse", se felicita. No obstante, sabe del riesgo que hay y por eso es "tan reticente" a salir. "No es que tenga miedo. Es que sé que si salgo, me voy a enfadar y prefiero evitarlo". El motivo de su enojo, "las cuadrillas de chavales sentados juntos, abrazándose, sin mascarilla, como si fuesen inmunes y el tema no fuese con ellos. La inconsciencia es propia de su edad, pero también he visto a gente mayor que no guarda las distancias en los supermercados y eso da más rabia. Al final, lo que esa persona haga puede ser que me acabe influyendo a mí. Si tú te quieres contagiar y poner malo, allá tú, pero es que no se trata solo de ti, se trata de los demás también".

"Me preguntan mogollón. Estoy tomando un café y me viene un señor: 'Mírame este cupón'. Que todavía no..."

Vendedora en Rekalde

"Si tú te quieres contagiar y poner malo, allá tú, pero es que no se trata solo de ti, sino de los demás también"

Vendedor interino

"Los clientes están deseando vernos en la calle porque al final nos quieren. Están a a gusto con nosotros"

Vendedora en Santutxu