Más allá del candente debate sobre la conveniencia de que las viviendas cuenten con terraza, Javier Martínez Callejo, presidente de la Unión de Agrupaciones de Arquitectos Urbanistas, reclama poner en práctica el amplio marco teórico que atesoran para responder a las grandes preocupaciones actuales como “el envejecimiento de la población, la obsolescencia del parque edificado o los retos del cambio climático”. En el plano de la movilidad, además de evidenciar la necesidad de que el espacio público sea más flexible, opta por seguir avanzando a favor de un transporte público y sostenible a largo plazo, incluso ahora que algunos prefieren el vehículo privado con el pretexto de evitar contagios.

El urbanismo y las pandemias han tenido una relación estrecha a lo largo de los siglos.

—Me viene a la memoria el informe de un político inglés que sentó las bases de un nuevo urbanismo en la época industrial. Solemos ser muy críticos con barrios como Otxarkoaga, que tiene una tipología de vivienda con una anchura de nueve metros que permite la ventilación cruzada, lo más sano que uno puede imaginar. En cada década es posible encontrar una secuencia de evolución en aras de un urbanismo más sano.

¿Qué puede aportar el urbanismo a día de hoy para mejorar la salud de las personas?

—Los urbanistas llevamos tiempo insistiendo en implementar medidas que no solo tienen que ver con la preocupación por las terrazas. El elenco de propuestas que hay es mucho más rico, amplio y diverso; la mayoría se sustentan en las grandes preocupaciones del discurso actual, como el envejecimiento de la población, la obsolescencia del parque edificado o los retos del cambio climático. Son muchos los aspectos y es difícil condensarlos.

Es una oportunidad para que les hagan caso en reivindicaciones que no son nuevas. ¿Supondrá esta crisis un antes y un después para el urbanismo?

—Nos gustaría que así fuera, y el mensaje que queremos trasladar es que se devuelva la confianza al rigor técnico que no funciona en el corto plazo. Igual que ha quedado en evidencia que hay que hacer caso a los sanitarios, en urbanismo planteamos amenazas de las que llevamos tiempo advirtiendo y tenemos propuestas. Hay mucho trabajo teórico pero no se está siendo pragmático. Hay que dar ese salto y transformar la movilidad y los parques inmobiliarios que están obsoletos, poner en práctica ese discurso que ya está sobre la mesa.

¿Hay ciudades más adelantadas?

—París es un ejemplo, está implementando la ciudad de los quince minutos. Ha planificado más de 600 kilómetros de carril bici en un mes. Fijémonos en las medidas adoptadas por estas ciudades que sí que están reaccionando a tiempo.

¿Cómo se puede abordar el cambio climático desde el urbanismo?

—Los grandes ejes son la adaptación o la mitigación, con medidas que son más a largo plazo. Se debe optar por una movilidad pública y sostenible, aunque coyunturalmente, para evitar contagios, volver al vehículo privado pueda estar bien en este breve tiempo. A largo plazo tenemos que intensificar más la movilidad pública y las alternativas, como la bicicleta. También se debe mejorar la eficiencia energética de nuestro parque inmobiliario. Estamos gastando muchísima energía por no tener lo suficientemente aisladas nuestras viviendas. El conjunto de ideas es amplísimo.

¿La movilidad de las ciudades se verá afectada? ¿Los vagones de metro serán diseñados teniendo en cuenta distancias de seguridad?

—No creo que tengamos margen ni criterio suficiente como para valorar la distribución de un vagón. Lo que no podemos es dar un paso atrás y volver al coche, nuestras ciudades ya no asumen tanto vehículo privado. Ante un problema, no podemos crear otro que a largo plazo puede ser mayor.

En el caso de Bilbao, ¿circula por una senda correcta a la hora de implementar bidegorris?

—Le queda mucho camino en relación a otras ciudades europeas, pero hay que valorar positivamente las medidas que se van adoptando; entre otras, la implementación de la bici eléctrica. Es difícil penetrar en el Ensanche con la bici. Hay mucha memoria histórica del coche.

Con problemas que se agudizan en momentos de crisis: soledad no deseada, viviendas de baja calidad, hacinamiento… ¿Se hace más importante fomentar la calidad del espacio público?

—No creo que tengamos mala calidad del espacio público, pero esta cuestión nos puede aportar otras miradas positivas: como la flexibilidad de ver cómo en determinados momentos un espacio reservado al vehículo las 24 horas de los 365 días del año, quizás puntualmente, en fines de semana o en días festivos, puede convertirse en espacio para la ciudadanía.

Es algo que hizo el Ayuntamiento de Bilbao cuando había franjas horarias al cortar algunas carreteras para ceder espacio a los peatones.

—Insistimos en la flexibilidad. ¿Por qué ante usos distintos, en distintos momentos de la semana, el espacio público está respondiendo igual? Cada vez que se cierra La Castellana en Madrid o Times Square en Nueva York es un éxito para la ciudad. Un domingo por la mañana es innecesario que se dediquen cuatro carriles al vehículo rodado. Seguimos cautivos del coche, incluso cuando no los hay.

¿El envejecimiento plantea retos que no se pueden posponer más?

—Sí, esta situación de confinamiento general la estamos viendo desde hace mucho tiempo en personas mayores que no disponen de ascensor. Hay estudios que demuestran que los motivos de las enfermedades por los que muere la ciudadanía están vinculados a la obsolescencia del parque inmobiliario.

¿Es para tanto?

—Mucha gente vive con auténticos problemas de condensaciones de humedad en las viviendas, con lo que supone para los que tienen afecciones respiratorias. Me sorprende que no haya medidas para sacar a gente mayor de esas viviendas y, sin embargo, se esté construyendo vivienda protegida de gran calidad que pasan a ocupar jóvenes. Algo estamos haciendo mal si no podemos organizarnos mejor como sociedad.

¿Ha llegado el momento de reflexionar sobre la tipología de viviendas que se edifican?

—La flexibilidad que planteo para el espacio público hay que plantearla para las viviendas. En algunos casos la administración penaliza que se hagan terrazas por problemas de filtraciones u otras cuestiones. Sin embargo, llevamos tiempo solicitando que la terraza no compute metros cuadrados para el promotor, pensando en que el día de mañana posiblemente las ocupe una persona mayor o que tenga dificultades de movilidad.

¿Por qué se da esa obsesión con las terrazas?

—Una compañera arquitecta hacía una reflexión interesante. Como ha hecho relativamente bueno y hemos estado encerrados, todo el mundo quería una terraza. Planteaba qué habría ocurrido si el confinamiento hubiera sido en diciembre. Con el frío y la lluvia que tenemos en el País Vasco posiblemente no se valorarían los pisos con terraza, sino los que están bien aislados, que nos hubieran llevado a un consumo de calefacción menor.

¿Se ha revertido el atractivo que provocaban las grandes urbes?

—Está por ver si la gente se acabará moviendo al campo como se especula. Lo lógico es que la gente viva cerca de su trabajo. Si el trabajo está en la ciudad, el desplazamiento diario desde un entorno rural puede producir mucho desgaste. Las ciudades tendrán que organizarse para ser pequeños pueblos dentro de la ciudad.

Teniendo en cuenta la crisis económica que ya ha llegado, ¿será posible eliminar la visión cortoplacista que impera en el urbanismo?

—Como colectivo estamos en ello. Siempre hemos defendido que se debe agilizar la tramitación de todo tipo de instrumento urbanístico y de proyecto edificatorio. Para ello el Consejo Superior ha planteado una batería de medidas coherentes, pero ninguna pasa por llegar a situaciones difíciles de revertir. ¿Si se construye un edificio fuera de normativa, luego cómo reconduces la situación?

Le experiencia demuestra que los efectos pueden ser devastadores.

—No hay que confundir la posibilidad de reactivar el sector construcción con permitir cualquier idea rápida que solo beneficia a unos pocos. Hay mucho trabajo en el parque inmobiliario existente en la innovación de la regeneración. Implementemos medidas para poner en práctica ese tipo de trabajos, no para dar carta blanca a determinados sectores del mundo inmobiliario.

“Los motivos de las enfermedades por los que muere la ciudadanía están vinculados a la obsolescencia del parque inmobiliario”

“Insistimos en la flexibilidad. ¿Por qué ante usos distintos, en distintos momentos de la semana, el espacio público está respondiendo igual?”