- Simoni Andas Gandasegi completa un ejercicio de restas; a su lado descansa un puzzle todavía sin terminar. “Me encantan. Cuando estábamos en el confinamiento, me llamaron las chicas del centro y al decirles que los echaba de menos, me mandaron uno”, explica con una sonrisa. Después de más de dos meses, el martes regresó al centro de día de Ugao-Miraballes, al que acude desde hace más de tres años. “Vengo muy contenta; echaba de menos al resto de compañeros porque al final haces mucha amistad. Cuando nos llamaban las chicas no hacía más que preguntar por ellos...”.

Natural de Bilbao, Simoni se mudó a Barakaldo cuando se casó; ahora vive con su hija en Ugao-Miraballes. “Cuando llego me doy unos paseos y me pongo a hacer puzzles, que me encantan. Hacemos gimnasia, nos leen el periódico... ¿Has visto qué mural más precioso hicimos entre todos?”, señala el colorido cartel que confeccionaron, lleno de pequeñas flores de papel, con motivo de la llegada de la primavera. Ha pasado los dos meses largos de confinamiento en casa de su hija y su yerno, “haciendo sopas de letras y leyendo. He estado mucho en el balcón, ¿ves qué color tengo? Ya le decía a ella: Ahora que no podemos salir, me pongo morena”, recuerda riendo. “Hemos estado a gusto juntos, como no salían a trabajar...”. Mantener el contacto con su hermana y el resto de sus hijos, confirmando que se encontraban bien, le sirvió para no vivir esos días con preocupación. “Lo que peor he llevado es no poder salir”, afirma. Así que para ella, que se movía en silla de ruedas y ahora lo hace con una muleta, fue un alivio poder empezar a salir a dar pequeños paseos.

Está feliz de haber vuelto al centro, aunque le da cierta pena que les hayan separado en dos grupos. “Estoy muy contenta de volver y de estar con todos ellos. Les he echado mucho de menos”, asegura, mirando con complicidad a Gregori, sentada al otro lado de la mesa y que también se concentra en una ficha de matemáticas. “Son ya muchos años juntas y nos queremos mucho”, sonríen las dos.