Su mensaje no entiende de fronteras y confía en que en la era poscovid-19 más personas se sumen a la construcción de una sociedad más justa con los Derechos Humanos.

¿Qué tal? ¿Con ganas de que esta pesadilla termine?

—Sí. Con ganas de ver y abrazar a mi madre y a mis hijas, y que estas puedan recuperar sus empleos.

A pesar de estar confinados no ha parado. Que si el desconfinamiento de las fronteras, la caravana Balcanes, los jóvenes bereberes y magrebíes en el polideportivo de Barakaldo, los albaneses en Zierbena… ¿Cómo lo llevan? Supongo que peor que nosotros…

—Ha tenido que venir covid-19 para que a estos chavales la Administración les reconozca su existencia como personas con necesidades básicas y les facilite comida, un camastro y un lugar donde asearse. Un aplauso para ellos porque si ya es difícil convivir en familia, no quiero pensar lo que es convivir con 50 personas en un polideportivo, cada una de una casa.

¿Cómo cree que volveremos a la vida? ¿Más solidarios? ¿O igual que hace tres meses?

—Supongo que quien era una persona solidaria y comprometida en construir una sociedad más respetuosa con los Derechos Humanos seguirá siéndolo más que nunca; y quien era una persona individualista, consumista e hija sana del sistema, después de ejercer de policía de balcones, permanecerá más confinada que nunca en su miseria. Ojalá haya un nutrido grupo de indecisas que se pasen al primer grupo definitivamente.

El miedo, la incertidumbre, la vulnerabilidad, el distanciamiento social… ¿Debemos estar alerta ante episodios de faltas de respeto, discriminación…?

—El miedo y la incertidumbre nos colocan en una situación de mayor vulnerabilidad. Si además se desencadena en una sociedad debilitada, con unos servicios públicos desmantelados, sin los ahorros que ya nos fundimos en la reciente crisis, con redes sociales frágiles, con un planeta esquilmado... tendremos que estar alerta a muchas reacciones excluyentes, xenófobas, a la categorización de personas con y sin derechos, al autoritarismo, a la militarización y control securitario. En lo global y también en lo local, en nuestros propios barrios.

Se lo preguntaba porque los comportamientos excluyentes son como el menudeo de droga, que no descansan ni en confinamiento…

—Sí, hay personas que se empeñan en buscar chivos expiatorios de todo lo malo que les pasa. En este caso hay quien culpa a los chinos, a los gitanos, a las personas que vienen de fuera, al vecino con discapacidad que sale a la calle con el estigma del color azul…

Yo creo que con la que ha caído los políticos se han dado cuenta, sean del color que sean, de la necesidad de integrar una perspectiva más social a sus acciones, y que no todo es mercado y mercado… ¿Optimista o idiota?

—Ojalá nuestros gobernantes cambien la perspectiva y dejen de hacer de las residencias sus negocios privados, y dejen de precarizar las condiciones de trabajo de quienes las cuidan. No creo mucho en los aplausos y la construcción de heroínas, hoy las sanitarias, ayer las amatxos... Soy más de hacer caceroladas para defender una salud y unos servicios públicos de calidad y unas condiciones laborales dignas y seguras.

Eso sí, también le digo que apenas he escuchado a nadie acordarse de las personas migrantes y conjugar la palabra hospitalidad... Salvo a las plataformas civiles y las entidades de la Iglesia...

—Hay un silencio mortal sobre las personas migrantes en las fronteras exteriores, en los campos de concentración libios, en los europeos. La posibilidad de que surjan brotes en esos espacios hacinados, que se propaguen a nuestros espacios descontaminados con esfuerzo, es la preocupación de los gobiernos europeos. Y puede ser el nuevo argumento que justifique, además del cierre de puertos, estados de excepción y políticas que atenten contra los Derechos Humanos y las vidas de las personas migrantes e incluso no migrantes.

El otro día leí que era temporada de melón y sandía. España y Europa echaron el cerrojazo a sus fronteras, pero ahora quieren que alguien vaya a cosechar...

—Me encanta un vídeo que se hecho viral en el que un trabajador africano del campo pregunta a los tres millones de votantes de Vox dónde se esconden ahora que España necesita 300.000 personas para sacar adelante el trabajo de la recolecta. Hay mil organizaciones sociales que estamos demandando una regularización urgente e indefinida para las personas migrantes que viven entre nosotras. Por su seguridad jurídica y sus condiciones de vida, y también para que aflore el trabajo sumergido y se cotice a las arcas públicas ahora que va a ser tan necesario. Hace ya 15 años desde la última regularización. Ya va siendo hora.

Por cierto, ¿también se ha vuelto una experta en videollamadas?

—Estamos hablando con compañeras activistas desde Italia, Grecia y Serbia, pero la más lejana sería con México; con Mariana Zaragoza, de la Universidad Iberoamericana, y Brenda Ochoa directora del Centro de Derechos Humanos Fray Matías en Tapachula. Queremos conocer de primera mano cómo afecta la crisis sociosanitaria a las personas migrantes en la frontera centroamericana.

¿Alguna lección positiva de esta crisis sociosanitaria?

—Una vez más es la ciudadanía activa quien toma la iniciativa para poner el plato en la mesa. Luego, es fundamental sumar personas solidarias y que desobedezcan en su modo de vida a un sistema que nos aleja de un mundo sostenible, democrático y vivible. Además, se ha visibilizado que los trabajos realmente esenciales son los que tienen que ver con el cuidado de la vida.

“Hay un silencio mortal sobre las personas migrantes en las fronteras exteriores, en los campos de concentración libios, en los europeos”

“Demandamos una regularización urgente para las personas migrantes. Por su seguridad y para que aflore el trabajo sumergido”