¿Cómo viven la situación actual las personas mayores en una residencia?

—Depende, por un lado, de cuál sea su situación previa; si es una persona con demencia, por ejemplo, la afección va a ser mucho mayor porque lo va a vivir como una obligación involuntaria. Si lo comprende, la afección va a ser menor. Y lo normal es que se preocupen más por los de fuera que por ella misma. El segundo factor es que se sienta acompañada; para esto se han puesto en marcha medidas como estar en contacto con sus familias o personas de referencia.

Ha dicho que se preocupan más por los de fuera. ¿Es habitual?

—Sí. Les preocupa mucho no saber de los suyos, porque tienden siempre al pesimismo. Las familias, lógicamente, necesitan estar informadas pero los mayores tienden a pensar que la situación de fuera es peor.

Ser un colectivo más vulnerable al virus, ¿qué efecto tiene sobre ellos?

—El primero es el derivado del cambio de organización en la residencia; mover plantas, o centros enteros, es mover vidas. En su habitación tienen su armario, sus cosas, sus fotos... A nivel emocional tiene un gran impacto. Muchas han tenido que cambiar su rutina diaria y el espacio donde vivían, y cosas que antes hacían, como tocarles o abrazarles, no se pueden hacer. Su vida cotidiana también ha cambiado significativamente. Si le sumas el escuchar que son las más vulnerables, lo viven estos días como una situación de amenaza. Muchas están asustadas. Esa afección puede ser muy grave, llegando a cuadros depresivos difíciles de sobrellevar.

La falta de contacto con su familia también deberá ser muy duro.

—Sobre todo, para las que están más preservadas. Tienen miedo a que a las personas de fuera les pase algo y a que se olviden de ellos. Es fundamental mantener ese vínculo. Incluso para las que tiene un mayor deterioro cognitivo, porque lo que mejor identifican es la cara de sus familiares. En un ambiente en el que todo ha cambiado, es algo conocido.

¿Qué hacer para ayudarles?

—Los profesionales están haciendo un gran esfuerzo para que su desconexión con el medio y su cuadro emocional no empeore, que es difícil. Hay que intentar facilitar que tengan contacto con sus familias, que les lleguen mensajes, sus cartas, ponerles sus fotos delante, las videoconferencias... Que perciban que la situación está controlada y su gente está bien. Hay mucho trabajo de atención personal.

La información a las familias será también crucial.

—Por supuesto. Hay muchas personas en una situación de mucha fragilidad, al final de su vida; no poder acercarte es terrible. Las familias también necesitamos saber que no les hemos abandonado, que están bien cuidadas, qué ha hecho, si ha comido... Cosas básicas a las que antes no dabas importancia pero que en esta situación de amenaza son muy importantes. Agradecen muchísimo las videollamadas porque les ven. Te pueden llamar y decirte que no tiene fiebre, pero no es lo mismo. Y eso es aplicable a todas las personas que, por lo que sea, no son susceptibles de un tratamiento invasivo, sino paliativo.

¿A qué se refiere?

—Que no sean abandonadas. También en los hospitales hay que plantearse seriamente el tema del acompañamiento. Es muy duro para una persona mayor estar sola en un hospital y no sentirse acompañada al final de su vida.

¿Es importante tenerles informados de lo que ocurre?

—Depende de cómo fueran previamente; si eran personas ya muy desorientadas o depresivas, temerosas, no. Cada persona es un mundo y es difícil generalizar.