Mientras el confinamiento supone poco menos que un suplicio terrenal difícilmente soportable para el común de los mortales, existe un colectivo que ha hecho de la reclusión ascética un modo de vida consagrado al silencio y a la oración. Las monjas de clausura del monasterio de Santa Clara Artebakarra, ubicado en Derio, observan desde su encierro cómo afectan a la población las medidas de restricción a la movilidad decretadas por el estado de alarma. Desde su experiencia, animan a aprovechar la oportunidad que brinda una situación que, aunque no es deseada, puede resultar beneficiosa. “Es el momento de llamar a la persona con la que llevas tanto tiempo sin hablar y abrir una puerta a la reconciliación”, insta sor Israel, una de las ocho monjas residentes en el convento.

“Es un ayuno de cercanía física, pero es una posibilidad para atender una llamada o abrir un Skype. Hay muchos medios en el siglo XXI que están al servicio de paliar esa soledad física”, añade esta religiosa, de 27 años, quien apela a “redescubrir otras maneras de encontrarnos con los otros”. A pesar del aislamiento que conlleva la clausura monástica, ella y sus compañeras no se abstraen de lo que ocurre a su alrededor. “Ahora que el sufrimiento está generalizado y no es algo que podemos desterrar y aparcar en un rincón para no verlo, sino que se ha clavado en medio de la sociedad y la humanidad, hace su labor: es una purificación del corazón y saca lo mejor de nosotros mismos”, asevera sobre las iniciativas solidarias que se dan estos días. “Nos damos cuenta de que el otro es hermano, que padece y sufre como yo, y tiene las mismas preocupaciones y necesidades que yo”, añade.

En un ejercicio de empatía, sor Israel recuerda a aquellos a los que más afecta el internamiento que “es algo temporal, es verdad que es incómodo, pero no estamos abocados al confinamiento definitivo”. Al menos no la mayoría de la población, ya que esta monja madrileña que lleva ocho años recluida en el monasterio vizcaino eligió la vida monástica por propia voluntad. “La clausura, entendiéndola como no salir, no se me hizo dura. Fue dura en cuanto a una purificación de vínculos familiares. Dejar de vivir con mis padres y mis hermanos y no poder tener una relación tan cotidiana como antes”, relata sobre su experiencia personal, en la que la soledad no tiene cabida. “Desde los ojos de la fe, la soledad se puede rebatir de muchas maneras. Estamos solos físicamente, pero Dios está en medio, incluso cuando no son capaces de reconocerlo”, expone la religiosa.

Desde que el estado de alarma entró en vigor, la clausura de la congregación de sor Israel es aún más estricta. “Pero tenemos mucha suerte, porque un convento no es como un piso. La sala, el claustro, la huerta... son zonas grandes”, afirma esta monja, que es consciente de que el espacio en el que viven está preparado para “vivir hacia dentro”. Tras las medidas de restricción, “si habitualmente hay algún trabajador que viene al monasterio, ahora no viene nadie, ni se atiende la tiendita que tenemos”, explica. “El único que viene es el capellán, pero solo a dar la misa”, expone sobre una ceremonia que, desde que empezó la pandemia, se puede ver en streaming a través de Instagram. “Hemos abierto una ventana a nuestra liturgia monástica y a nuestra celebración de la Eucaristía”, relata sobre la cuenta @elcieloenlatienda.

Y de la misma forma que tienen esa ventana abierta al mundo, las ocho monjas que habitan Artebakarra también miran a través de él. “Estamos al corriente de todo. Desde nuestra identidad y vocación, que es la intercesión, de alguna manera lo padecemos con la gente. La vida contemplativa genera una sensibilidad hacia el sufrimiento, de manera que se hace también tuyo”, explica sor Israel, quien reconoce vivir estos días “con mucha densidad” por todas esas personas que necesitan de sus oraciones. “Lo vivo como un peso sobre los hombros, pero no en un sentido negativo, sino de maternidad espiritual”, revela.

Mientras tanto, las religiosas siguen con un día a día que comienza “rezando durante un tiempo largo al ritmo de la liturgia de las horas”. Solo desayunan después de la Eucaristía. La mañana y la tarde las consagran a diferentes trabajos, “aunque también se van jalonando diferentes rezos hasta más o menos las siete de la tarde”. A esa hora comienzan con “la Adoración, el Rezo de las Vísperas y la Reserva del Santísimo”. Después de la cena, igual que tras el almuerzo, tienen un rato de recreo. “Es un tiempo distendido en el que estamos juntas, hablamos, reímos, vemos alguna noticia... y si hace buen tiempo, salimos a la huerta y jugamos con los animales que tenemos”, revela. Antes de acostarse, dedican otro tiempo “a la oración” hasta que se retiran “a su celda”. Desde ahí, siguen “rezando hasta que el sueño vence”.

Las clarisas de Artebakarra son parte de la misma comunidad que las trece monjas del convento de Belorado, en Burgos, donde cuentan con un obrador de chocolate. Mientras tanto, en Derio, atienden habitualmente la hospedería monástica San José, que es parte del monasterio, y que actualmente se encuentra cerrada. El resto del tiempo se dividen para las tareas de cocina, sacristía, lavandería, atención al teléfono o en la tienda que tienen. “Todas las pequeñas cosas que se realizan en una casa, y de las que se encarga un padre o madre de familia, aquí son a lo grande, en una familia más grande. Cada una tiene sus oficios y responsabilidades para que todo funcione”, concluye sor Israel al otro lado del teléfono.

Rito ‘on line’

Las monjas de Artebakarra están conectadas al mundo a través de las redes sociales. De hecho, Instagram les ha dado la oportunidad de compartir su celebración de la Eucaristía. “Emitimos en ‘streaming’ el rezo de Laudes, el rezo de Víspera, también el rosario y la Santa Misa”, explica sor Israel, quien detalla que la cuenta por la que se retransmite el rito desde la propia capilla del monasterio es @elcieloenlatienda, donde cuentan con cerca de 400 seguidores.

“Si habitualmente hay algún trabajador que viene al monasterio, ahora no viene nadie, ni se atiende la tiendita”

“Todas las pequeñas cosas que se realizan en una casa, aquí son a lo grande; es como una familia más grande”

Monja de clausura en Santa Clara