BILBAO - Más o menos, por cada tres armas de las llamadas largas se obtiene un kilo de hierro. Y el pasado año en Euskadi fueron fundidos 4.031 cañones de este tamaño, además de otras 654 cortos y casi un millar de armas de otro tipo: de aire comprimido, avancarga, blancas? Esto significa, grosso modo, unas dos toneladas de metal en forma de lingotes, barras o planchas que, con posterioridad, serán transformados en ferralla, alcantarillas? Es una estimación porque cada arma tiene un peso diferente, cada una tiene una cantidad distinta de otro tipo de materiales como maderas o plásticos -empleados en culatas o guardamanos- y además, cada una presenta variaciones en función de las marcas y los modelos.

Toda una colección de cachivaches que cuando dejan de tener una vida útil, son destinadas para un propósito mucho más noble: la construcción. Cada año varía el número de armas achatarradas. Una parte son entregadas por sus propietarios, otras son las que no han sido adjudicadas en subasta pública, “así como las prohibidas y las que carezcan de marcas, números o punzones reglamentarios”, detalla para DEIA el jefe de la Intervención de Armas y Explosivos de la Zona del País Vasco.

Dicen -porque es secreto- que el proceso de fundición se efectúa en los hornos de Sidenor, en Basauri, donde se consuma la completa destrucción de todas estas armas. El año pasado fueron 5.674 y más de la mitad -3.007 unidades- tenían origen en Bizkaia. Según datos a los que ha tenido acceso este periódico, de ese total, únicamente ocho fueron enviadas por orden judicial a ese tratamiento de desintegración.

El podio territorial se ha repetido en los últimos ejercicios, salvo en 2015 cuando Araba encabezó esta particular clasificación con 409 unidades, porque ni en Bizkaia ni en Gipuzkoa se procedió a la destrucción de armas. Ya en 2016, las estadísticas confirman la superioridad vizcaina: 1.961 frente a las 1.381 guipuzcoanas y las 334 alavesas. Al año siguiente, más de lo mismo: 1.293 en Bizkaia, 610 en Araba y ninguna en Gipuzkoa. Las actas por esta causa levantadas en España ofrecían en 2018 el siguiente panorama: 12.500 armas destruidas en Madrid de las que 3.000 eran largas, 2.500 de las denominadas cortas y 7.000 blancas o prohibidas. En Andalucía acabaron fundidas 12.400 unidades y 11.600 en Catalunya. En la parte baja de la tabla, La Rioja, con 350; Melilla, con 300, y Ceuta, con ochenta.

El único rastro que queda de estas armas es el hierro fundido para alcantarillas o ferralla, esa especie de armadura metálica clave en todo proceso de construcción. Solo se salvan de la quema aquellas que puedan tener un valor artístico o histórico por sus características o fecha de fabricación. “Y tras un procedimiento de enajenación pueden ser transferidas a algún museo para su conservación”, explicó a DEIA el jefe de la Intervención de Armas y Explosivos de la Zona del País Vasco de la Guardia Civil, el teniente coronel Daniel.

Aunque para llegar hasta aquí el proceso es largo y, sobre todo, “muy controlado”, insisten desde la Jefatura de Armas, Explosivos y Seguridad. De hecho, el vehículo que cargas estas armas va debidamente precintado y camuflado hasta su destino. “Y todo el material unido para evitar extravíos”, describe el comandante Juan Rodríguez Jarén. Así las cosas, el furgón con las armas se pesa con carga y sin ella, “de forma que la diferencia es el pesaje de lo que va a ser quemado”.

Las armas entran en el horno sin despiezar de forma que la madera de escopetas o rifles queda reducida a cenizas mientras que los metales de las armas -fundamentalmente hierro- son transformados. Son estas fábricas las que lógicamente se quedan con el material fundido, una masa de chatarra útil con posibilidades. Después de ser sometida a un tratamiento acaba en tapas de alcantarilla o en ferralla, la estructura de barras de hierro que forma el esqueleto de una obra de hormigón armado.