Donostia - Solo respiran a través de la tecnología, sufren síndrome de abstinencia si se les priva del móvil y viven desconectados de la vida real. El 5,6% de los adolescentes vascos siguen tratamiento psiquiátrico por su adicción a las redes sociales y un 42%, aunque no estén siendo atendidos médicamente, sufren “graves alteraciones neurológicas”. Así de crudo lo expone Montserrat Peris Hernández, doctora en Psicología por la UPV/EHU y pionera en la intervención de las adicciones en las redes sociales. Que un chico al que le castigan sin el móvil en el colegio llegue a quemar una moto, como describió la experta, revela un grave problema. “Son conductas que estamos viendo e indican que la adicción ya está instalada. Hay un descontrol, todo es impulsividad. La dependencia a las nuevas tecnologías es en esos casos de tal magnitud que privarle del móvil puede provocar temblores, irritabilidad y depresión”, alertó.

Son los costurones que muestran generaciones cada vez más precoces, que reciben el móvil con la primera comunión y que acaban siendo víctimas de la nomofobia, ese miedo irracional a salir de casa sin el teléfono. Esta alocada carrera hace olvidar, tanto a padres como a hijos, que la satisfacción inmediata no es el camino más corto y que todo llega a su debido tiempo. “Nuestros pequeños con un móvil a edades tan tempranas son como un gorila con un bisturí. Hace falta aprender a regular las emociones porque existe un deseo incontrolado e irracional que conduce a la adicción”. Y tener en cuenta que, tal y como han podido comprobar en las consultas clínicas, “solo lo afectivo es lo más efectivo porque no hay nada que sustituya al cariño”, advertía la psicóloga al tiempo que recomendaba solicitar ayuda y asistencia especializada cuanto antes.

Hay indicadores que no deben dejarse pasar por alto. Así, hay jóvenes que tras rendir académicamente al más alto nivel comienzan a sacar malas notas o cada vez duermen menos. Algunos llegan a quedarse despiertos hasta altas horas e incluso simulan ante sus padres y madres que duermen. Se mantienen en vela, conectados a grupos virtuales. “Es preciso estar al tanto y saber lo que está pasando. Hemos podido comprobar que muchos de ellos lo hacen para mantener conversaciones que se retroalimentan, en las que los padres se convierten en la diana, en un ambiente nocivo que hay que cortar”.

Familias permisivas ¿Cómo? Salvando la equidistancia entre familias excesivamente permisivas y las que no fijan límite alguno. La experta, que aludió a varios casos clínicos que ha atendido en primera persona, aportó su visión profesional de esta problemática de salud pública en Donostia durante los Cursos de Verano de la UPV/EHU, donde se abordó de manera monográfica el uso de las redes sociales y los riesgos que pueden conllevar para jóvenes y adolescentes. Durante las jornadas también intervinieron la profesora honorífica de la Facultad de Psicología de la UPV/EHU Carmen Maganto, y la catedrática Maite Garaigordobil.

Las redes sociales permiten mantener vínculos impensables hace unos años, pero la permanente interconexión hace que las relaciones sociales se conviertan en una suerte de zapping en el que nada perdura. La adicción afecta a los jóvenes más vulnerables, adolescentes “con un narcisismo dañado y baja autoestima, con una falta de control de sus emociones más negativas. Conectados a todas horas, pero sin afecto”, ilustraba Peris. Y eso es algo que acaba dejando su impronta en el modo de entender y vivir la sexualidad. “Hay menores que ante esa constante exposición reciben un ataque spam con una página pornográfica y se quedan impactados. A partir de ahí comienzan a tener una visión de la sexualidad que no es la normal y que puede tener graves consecuencias”.

La experta confirmó que cada vez son más frecuentes los casos de anosgarmia; es decir, la dificultad para alcanzar el orgasmo después de mucha estimulación sexual. “O bien no pueden o bien tienen una eyaculación precoz. Lo que ven en la pantalla no se corresponde con la realidad. En la pornografía aparecen actores que se entrenan exclusivamente para ello. Intentar emular esas escenas es una aberración social. Cada edad tiene su tiempo y de ningún modo se pueden normalizar esas conductas”, alertaba. Otro de los grandes temas que más interés despierta tanto a nivel político como social respecto al uso de las nuevas tecnologías son las publicaciones eróticas y el chantaje on line. ¿Qué le lleva a una niña a hacerse 30 fotos desnuda nada más salir de la ducha? ¿Por qué las envía? Como dice Carmen Maganto, “no hay conciencia del riesgo de perder esa esfera de privacidad. Con frecuencia, las jóvenes se escudan en que todas sus amigas lo hacen, que suben a las redes imágenes con contenido erótico. Es decir, se equipara la frecuencia con la normalidad, la excusa que tanto utilizan los adolescentes y que no puede ser admitida”, zanjaba.

Entre otras cosas, porque una vez que esas imágenes han sido compartidas, el chantaje puede estar a la vuelta de la esquina. “La sociedad erotizada hace que hoy en día los adolescentes manejen pornografía con una total desensibilización. Hay una precocidad en la madurez sexual, pero que resulta ser falsa, sin una base. No hay un verdadero conocimiento”. Los adolescentes, según decía Maganto, ven de lo más normal ligar y descubrir la sexualidad a través de las redes, “y el peligro reside en crearse un falso yo. Dar pie a un exhibicionismo en el que ofrecemos una imagen estupenda de nosotras mismas que no se corresponde con nuestra verdadera manera de ser”. La receta para evitar todo esto, coincidieron las expertas, pasa por informar, escuchar, ayudar, preguntar, regular la información y hablar. No dejar de hablar nunca con los hijos.