Bilbao - El mes que viene -o quizás antes- habrá otra oportunidad en la capital vizcaina para volver a tomar las calles y exigir “a los que mandan por encima de todos nosotros” acciones urgentes y concretas para tratar de mitigar los impactos ambientales y ecológicos del cambio climático, ya visibles en la geografía vasca. El planeta Tierra, al ritmo actual de consumo industrial y humano de los recursos naturales, puede que no tenga otra oportunidad, lamentaba ayer la multicolor chavalería concentrada en Bilbao siguiendo el ejemplo de cientos de ciudades en los cinco continentes.

El futuro y la esperanza de la juventud de todo el mundo depende de las decisiones que hoy mismo deberían estar adoptándose en los despachos de las multinacionales, en las cumbres de países ricos y también de los emergentes, en consejos de gobiernos locales y regionales, en las reuniones de comunidad, en claustros, alrededor de la mesa del txoko,? Todo suma. Lo decían ayer los miles de jóvenes de todas las edades y con perfiles bien distintos entre sí que desde Euskadi también se han decidido a aportar a la iniciativa mundial Fridays for future con su voluntarioso e infatigable empuje, como quedó patente ayer en las capitales vascas. “Mano a mano llegaremos lejos”, resumía el grupito de artífices de esta corriente vizcaina.

Sus gritos de denuncia se ajustaron al movimiento global (Ni un grado más ni una especie menos o Hay más plástico que sentido común) pero entre las consignas también se colaron otras más locales pero igual de indiscutibles: Dejemos de normalizar la manga corta en febrero, Planeta zaindu, ez iraindu o Estoy hasta el coño de que no llueva en otoño.

Esta ola vasca de compromiso con la biodiversidad y con el futuro empezó ayer a cargarse de energía positiva y además renovable: sus gritos amenazan con no agotarse y sus conciencias jamás se vaciarán. Tienen valores y conocimientos, y los comparten: al ritmo actual, la barrera de los 1,5 grados centígrados se superará entre 2030 y 2052, lo que hace prever mayores episodios de calor extremo, lluvias torrenciales y sequías, con efectos adversos sobre la producción de alimentos, la salud, el suministro de agua y la economía en general. “Y esto a su vez aumenta la pobreza y los desplazamientos forzosos”, apostillaban.

Por eso, insistían entre sonoras oleadas de aplausos y pitidos de silbatos, en que “el momento de actuar es ahora. Tenemos hasta 2030. Piensa global y actúa local”, coreaban como si fueran tuits desde las escalinatas del Ayuntamiento de Bilbao. “Han ignorado el cambio climático durante muchos años pero nosotros no cometeremos el mismo error”, zanjaban al tiempo que advertían a la clase dirigente (política, económica, cultural,?) que “exigimos a todos por igual”.

acciones Hablaron de economía circular, de desterrar el capitalista usar y tirar, de sanciones a empresas contaminantes y apoyos a las responsables en lo ambiental, de reciclaje, de energías renovables, de educar en ecologismo, de reducir el consumo de carne, de confianza... Las autodenominadas Generaciones sin futuro han prendido la mecha. Y lo han hecho exigiendo justicia ante la “emergencia climática innegable” que amenaza con boicotear su proyecto de vida. “Es nuestro futuro y nos lo merecemos tanto como ellos”, se desgañitaban al finalizar la ruidosa y reivindicativa concentración.

La juventud mundial -y la vasca- ha asumido su papel transformador para encarar este escenario. No será fácil. Lo saben, pero se aferran a un rayo de esperanza. “Hay que actuar a una escala sin precedentes para poder detener y revertir la situación” presente y el porvenir diagnosticado por modelos científicos que pronostican un futuro complicado para la supervivencia humana, pero también de animales y plantas. “Juntos construimos viernes de desobediencia, de esperanza, de justicia climática y de revolución por la vida”, conjugaban en otros lugares otros jóvenes, también indignados.