La depresión silenciosa
Instagram es la red social que más sensaciones deprimentes provoca
La crisis económica se cebó en su familia y vivía tiempos muy difíciles. Además, tampoco encontró trabajo al acabar sus estudios de Comunicación y Marketing y sufría por no ver recompensados sus años de sacrificios. Como tenía todo el tiempo del mundo estaba pegada a las redes sociales. Se fabricó en Instagram una existencia ficticia para presumir de cara a sus amistades, sobre todo para las que vivían fuera de Euskadi y no estaban al tanto de su situación. En Instagram, su existencia era maravillosa; “daba rienda a mi vanidad y lo único que me importaba era la imagen que proyectaba. Vivía una historia que no era la mía y caí en una profunda depresión”. Es el relato de Begoña, millennials donostiarra que ahora huye de las redes como de la peste, pero bien podría ser la historia de Elena, Jon, Martín, Rosa... cientos de jóvenes-adultos que pasan o han pasado por su misma situación.
Al principio, esta comunicadora reconvertida en una beauty coach, subía esporádicamente fotos de restaurantes y tiendas especiales donde idealizaba su vida, pero sin darse cuenta las redes se convirtieron en la plataforma perfecta para exhibirse difundiendo una imagen de felicidad de la que carecía. “Empecé a usar masivamente los servicios de Facebook, Snapchat e Instagram hasta que me di cuenta, aunque me resistía a admitirlo que me generaban sentimientos de ansiedad, de depresión. Tras el subidón de autoestima cuando obtenía muchos likes venía el desplome”, explica recordando tiempos pasados que ni en el peor de sus sueños desea que vuelvan.
Aunque le daba vergüenza reconocer su adicción se armó de valor y lo comentó con una amiga. “Tuve la gran suerte de que conocía a un adolescente enganchado a Internet y que estaba siendo tratado por un especialista. Me animó a que consultara mi problema con mi médico de cabecera y así lo hice. Fue el principio de mi largo camino de vuelta a la normalidad”, subraya Begoña, visiblemente orgullosa de haber tomado aquella decisión. “Sé que usadas con cabeza son muy útiles, pero en mi caso se convirtieron en un infierno”, apunta sonriente por haber conseguido salir del pozo negro al que le llevaron las redes sociales.
Este abuso en menores y en los adultos jóvenes (de 20 a 34 años) es uno de los problemas que más inquietan actualmente a los psiquiatras que alertan de la predisposición hacia la depresión para aquellos que usan masivamente estos servicios.
Y es que utilizar más de siete de las once redes sociales más populares se ha asociado con un riesgo tres veces mayor de sufrir depresión o de tener ansiedad en comparación con aquellas personas que exclusivamente utilizan uno o ninguna de estas plataformas, según destacan los expertos participantes en el XVII Seminario Lundbeck Millennials y Generación Z, la depresión invisible.
Según un estudio elaborado el pasado año por la Royal Society of Public Healt de Reino Unido entre 1.500 de los 11 a los 25 años, “Snapchat e Instagram eran las redes sociales que con mayor probabilidad inspiraban sentimientos de ansiedad y de ser inadecuado. Siete de cada diez dijeron que Instagram les hacia sentirse peor sobre su imagen corporal”.
Además, la mitad de los jóvenes-adultos indicó que Instagram y Facebook exacerbaban su ansiedad y dos tercios que Facebook empeoraba el ciberacoso. “Las redes sociales están intrínsecamente vinculadas a la salud mental; se han convertido en el espacio en el que formamos y construimos relaciones, nos expresamos y aprendemos del mundo que nos rodea”. En esta línea, el acoso cibernético es un problema creciente, un factor de riesgo de la depresión, y hay que tener en cuenta que siete de cada diez jóvenes afirman haberlo experimentado.
Junto a las adicciones, la depresión ha pasado a ser una de las lacras en salud mental de la juventud, con el agravante, según avisan los especialistas, que cada vez los primeros episodios se producen a edades más tempranas.
Adolescentes
Alteraciones en la calidad del sueño, menor autoestima, ansiedad y depresión eran los síntomas que presentaba Aitor. Este adolescente alavés se sentía en la obligación de estar disponible las 24. horas de los siete días de la semana. “Mis aitas y mi hermana siempre estaban echándome la bronca porque me aislé de todo y cambié mis costumbres; no salía, dejé el deporte”, explica este quinceañero, que ha abandonado las redes y también el botellón, “otra de las aficiones que compartía con la cuadrilla y que era otra de las obsesiones de los fines de semana”, explica satisfecho de haber vencido/controlado sus adicciones, “aunque no puedo bajar la guardia. La tentación la tengo ahí todos los findes, pero he pasado por momentos tan duros que me cuido muy mucho de volver también a beber hasta perder casi el conocimiento”. Se siente contento consigo mismo porque ya no tiene los bajones anímicos ni sufre los episodios de ansiedad que llegaban a atenazarle. “El apoyo de mi entorno familiar y el deporte me han ayudado un montón”, dice Aitor, a punto de cumplir 16 primaveras, pero que a pesar de su juventud ya ha visto el lado oscuro de la vida.
Y es que la adolescencia puede ser un periodo de mayor vulnerabilidad para el inicio de la depresión y la ansiedad y la mala calidad del sueño puede contribuir a esto. “Las páginas pueden hacer que los chicos se sientan incluso peor si estos creen que no están a la altura de sus amigos debido al número de visitas, mensajes actualizados y fotos de personas felices que la están pasando muy bien”, subraya la psiquiatra Marina Díaz Marsá.
La prevención, clave
Para prevenir que los jóvenes-adultos lleguen a tener problemas por abusar de las redes sociales, los expertos apuestan por limitar el uso de aparatos y pactar las horas de uso del ordenador, fomentar la relación con otras personas, potenciar aficiones tales como la lectura, el cine y otras actividades culturales, estimular el deporte y las actividades en equipo, así como desarrollar iniciativas grupales, como las vinculadas al voluntariado, sin olvidar la comunicación y el diálogo en la propia familia. “En mi caso el apoyo de mis aitas fue clave; sin ellos todavía estaría sufriendo ansiedad, perdiendo amistades por mi comportamiento depresivo, pasando del instituto”, reconoce Aitor.
La baja autoestima que pueden generar las redes es una de las patas de lo que los especialistas denominan tríada cognitiva que ayuda a identificar un caso de depresión. En este sentido creen que los médicos de Atención Primaria juegan un papel clave para su detección y tratamiento.
¿Qué hacer en la depresión en los millennials y Generación Z? “Tratar las patologías de base, pero los retos más importantes son la detección y tratamiento precoz, que en muchos casos se retrasa por la dificultad de acceso que estos pacientes tienen” subraya Víctor Pérez Sola, coordinador del Programa de Investigación y Depresión y Prevención del Suicidio CIBERSAM.
Y el tema no es baladí ya que hasta un 20% de los jóvenes de 18 años habrán sufrido en su vida al menos un episodio depresivo clínicamente relevante. La OMS califica la depresión como el principal factor individual de discapacidad global (7,5% de todos los años vividos con discapacidad en 2015). Además, es también el principal factor que contribuye a las muertes por suicidio, que ascienden a cerca de 800.000 al año.
Lo sabe muy bien José Andrés que perdió a su hijo hace unos años al arrojarse con su coche en un acantilado de la costa vizcaina. “No fuimos capaces de detectar todas las señales que nos indicaban que la depresión de Ander era de las graves; era mucho más que una profunda tristeza, apatía, ansiedad. Tal vez el tratamiento que recibió no era el correcto o teníamos que haber detectado la enfermedad antes. Creo que fallamos todo el entorno que le rodeaba, incluida la asistencia médica que recibió”, recuerda con dolor el aita de Xabier, fallecido a los 30 años, que sigue teniendo remordimientos por no haber podido impedir el suicido de su hijo.
Reacios a ir a consulta
Y es que, como afirma la doctora Silvia López Chamón, médico de familia y Secretaria del grupo de Salud Mental, SEMERGEN, “los jóvenes cuando sospechan que sufren depresión más que buscar diagnóstico y tratamiento van a la consulta a pedir ayuda para superar una circunstancia que no saben manejar”. Unas veces no suelen ser conscientes de lo que le sucede, otras son los dolores, el bajo rendimiento laboral, la angustia lo que les lleva al médico.
Si bien es cierto que el paciente joven por lo general usa menos los servicios de salud, la especialista de primaria considera que “para aquellos con factores de riesgo de depresión, ya hay evidencia científica de lo útil que resulta hacer un screening al respecto. En Atención Primaria estamos obligados a seleccionar el tratamiento más eficaz, a evitar el estigma y mantener la confidencialidad”, dice.
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