el 4 de enero de 1937, la vida golpeó con muerte a Bilbao por partida doble. Primero a modo de bombardeo fascista contra la villa a cielo abierto con siete muertos a suerte aleatoria y, segundo, como reacción y vendetta por una parte del bando republicano con un resultado de alrededor de 225 personas que estaban detenidas, la mayoría, fusiladas. Hoy se cumplen 80 años de aquel episodio histórico.

Un trabajo de investigación de Carmelo Landa Montenegro detalla los pormenores que acontecieron aquella jornada, de hoy hace justo 80 años. El diario Euzkadi muestra un titular e información que no pasó la censura del Gobierno vasco y que hace pensar a investigadores preguntados que pudiera ser sobre la respuesta al ataque aéreo. La publicación Eguna, por su parte, no imprimió dato alguno al respecto. Ahora bien, ambas cabeceras aportaron datos sobre el bombardeo. En Eguna, además, publicaron el 6 de enero dos fotos de casas bombardeadas, una en Bilbao el 4 de enero y otra en Erandio el día 3. La primera se levantaba en Iturribide y los redactores tildan en euskera la imagen de lamentable y llama a los alemanes malvados.

El historiador Landa Montenegro pormenoriza en su trabajo Bilbao, 4 de enero de 1937: memoria de una matanza en la Euskadi autónoma durante la Guerra Civil española, que a las tres de la tarde de aquel día, la aviación nazi bombardeó la capital vizcaina. Siempre según los datos que maneja el investigador, el raid causó al menos siete muertos. La defensa republicana abatió un Junker.

El investigador mantiene que uno de los pilotos alemanes fue linchado “nada más tomar tierra en paracaídas cerca de Torre Urizar”. Portando su cadáver -continúa- la muchedumbre se manifestó por varias calles de Bilbao hasta llegar a la sede de Gobernación, actual edificio de la Sociedad Bilbaina.

Según analiza Landa, el consejero de Gobernación y Seguridad Ciudadana del Gobierno Provisional del País Vasco, Telesforo Monzón, intentó aplacar los ánimos desde el balcón. Sin embargo, un grupo de los presentes decidió vengarse sacando a presos afectos a los militares sublevados golpistas. “En un ambiente de extrema hostilidad, civiles -mujeres en gran número- y milicianos se concentraron en las inmediaciones de la prisión provincial de Larrinaga y las tres cárceles habilitadas -la Casa Galera y los conventos de los Ángeles Custodios y El Carmelo-, todas ellas sitas en el distrito de Begoña”, puntualiza.

Dos horas después del bombardeo, la guardia -a juicio del historiador- “cedió, se inhibió o facilitó la entrada de los más exaltados, según los casos”. Comenzaron entonces los asaltos. El Gobierno vasco aceptó la propuesta de milicianos izquierdistas que se ofrecieron al Departamento de Defensa para restablecer el orden.

Cesan los fusilamientos Landa valora en su estudio que al llegar y contemplar las escenas, unos se desentendieron y otros, “contagiados por la ira de los asaltantes, se sumaron a la masacre y al pillaje”. Las tandas de fusilamientos cesaron en torno a las ocho y media al acudir a los paredones los consejeros Monzón (PNV), Juan Gracia (PSOE) y Juan Astigarrabia (PCE). A continuación llegaron los auxilios con el titular de Sanidad, el republicano Alfredo Espinosa. Los heridos fueron conducidos a clínicas y hospitales. Entre los montones de cadáveres -algunos mutilados- hubo quienes salvaron sus vidas haciéndose pasar por muertos.

El balance final aproximado fue de 225 asesinados: 7 en El Carmelo, 54 en la Casa Galera, 56 en Larrinaga y 108 en los Ángeles Custodios. Con todo, pudieron ser más de no haber sido por la oposición de varios inspectores de prisiones y la resistencia de los reclusos, especialmente de El Carmelo. “Peor suerte corrieron en el otro convento, ya que perecieron dos tercios de los allí detenidos, los más indefensos por tratarse de ancianos y enfermos”. Leizaola elaboró la lista de fallecidos y permitió a sus familiares celebrar los funerales donde lo desearon. La mayoría de las víctimas eran vascos de origen o residencia, muchos de ellos vecinos de Bilbao.

A juicio de Landa Montenegro, “esta masacre supuso la gran mancha en la gestión del primer Gobierno vasco. Con todo, su reacción no tuvo parangón en la guerra. En contraste con la zona franquista y el resto de la republicana, el ejecutivo autónomo no solo asumió y repudió unos sucesos que -según su versión- provocó la quinta columna, sino que trató de depurar las responsabilidades”, valora y asegura que el ejecutivo siempre trató de “humanizar” la contienda. Así, liberó a las mujeres -entre ellas la a la postre alcaldesa franquista Pilar Careaga-, clausuró los barcos que fueron cárceles flotantes, apostó por los canjes de presos, el 18 de junio entregó la población reclusa al enemigo...

Tras los sucesos del negro 4 de enero, se abrieron expedientes a los funcionarios. El PNV pidió la dimisión de Monzón que el lehendakari Aguirre no aceptó. Llegaron a testificar el propio presidente y ertzañas. “Estos y otros testigos atribuyeron la autoría de las muertes a milicianos de los batallones Asturias (UGT) y Malatesta (CNT)”, apunta Landa.

Pese a que la villa sufriría nuevos bombardeos, no se dieron más actuaciones de venganza de este tipo.