Bilbao -La Universidad del País Vasco (UPV/EHU) rindió ayer homenaje a Koldo Mitxelena en el centenario de su nacimiento. Hay pocos vacíos por cubrir de la faceta pública y académica de este lingüista, intelectual, impulsor de la UPV/EHU, gudari, encarcelado ocho años, autor de una ingente y variada obra... Pero ayer quienes acudieron al Bizkaia Aretoa (Bilbao) pudieron completar los espacios de la vertiente más personal del artífice de la unificación del euskera.

Los encargados de mostrar la esfera más desconocida de esta figura clave de la cultura vasca fueron quienes le conocieron bien. Carmen Codoñer, compañera de Mitxelena la década de los sesenta durante su etapa al frente de la Cátedra de Lingüística Indouropea en la Universidad de Salamanca que abandonó al ser reclamado en Euskadi para impulsar la UPV/EHU; Goio Monreal, rector y responsable de los primeros estatutos de la UPV/EHU; el físico Pedro Miguel Etxenike, que desde el Gobierno vasco de Carlos Garaikoetxea oficializó el euskera batua; e Ibon Sarasola, discípulo y continuador de Mitxelena en la normalización de la lengua vasca.

El rector de la UPV/EHU, Iñaki Goirizelaia, no pudo asistir al acto al estar convaleciente de una operación, pero intervino a través de un vídeo en el que repasó la contribución de Mitxelena al euskera y a la universidad. “Sin Mitxelena igual no habría un rector de la UPV/EHU hablando aquí, o si lo hubiera, estaría hablando en castellano”. De entre todas sus cualidades, Goirizelaia destacó su “comportamiento ético” y su “generosidad” por la decisión de abandonar todo cuanto había logrado en Salamanca, una vida tranquila tras años de cárcel, estatus y reconocimiento internacional para levantar parte de lo que hoy es la UPV/EHU y su Facultad de Letras.

El exrector Pello Salaburu también se centró en este capítulo de la vida del lingüista en la introducción del acto. El director del Instituto de Euskera de la UPV/EHU, al que Mitxelena dirigió su tesis, afirmó en este sentido que “dejó una vida cómoda en Salamanca para venir a un país convulsionado y a una universidad convulsa”. Corrían los años ochenta y no era extraño que en los claustros de esa universidad en pañales se rompieran las urnas de votación o un coche teledirigido interrumpiera los discursos del rector Monreal. “Para mí era un erudito, me sorprendía muchísimo que sacases el tema de conversación que sacases siempre tuviera un juicio”, afirmó Salaburu. “Matilde -su mujer- me dijo a la semana de morir que murió con un libro de Matemáticas encima de la mesa. En fin, era una persona que tocaba ámbitos diferentes, con mucha curiosidad intelectual, con extraordinaria capacidad”. También destacó su aportación esencial para conocer la lengua y la literatura vasca. “Es el artífice del euskera batua y la unificación de una lengua es un logro que en otros idiomas es un proceso que dura muchísimos años y él lo hizo aquí en el plazo de diez años”.

Amigo personal de Mitxelena y éste antes de su padre, Etxenike compartió tertulia y mantel cada viernes con Mitxelena y jugó un papel vital en la apuesta política por el batua y la aprobación de la Ley de Normalización y Uso del Euskera desde el gobierno monocolor de Carlos Garaikoetxea. “El PNV dio satisfacción a Mitxelena por los sinsabores con los que había tenido que lidiar. Yo lo suelo ver como una reconciliación, un cierto homenaje del PNV a Mitxelena”, manifestó. Siendo decisiva Euskaltzaindia y el Gobierno vasco, en opinión de Etxenike, la normalización del euskera “la hicieron los escritores que lucharon por ella”. Según confesó, el primer mitin que dio el Premio Príncipe de Asturias junto a Xabier Lete fue a instancias de Mitxelena porque por aquel entonces se decía que los jeltzales no tenían a gente de la cultura. Respecto a la faceta militante del intelectual, subrayó que “fue un patriota integrador, valiente, que cogió las armas para defender la supervivencia de nuestro pueblo y el orden democrático, y a la vez se opuso tajantemente a la violencia cuando el pueblo no lo quería”. Además de ser “un ejemplo de lealtad a los principios de su juventud con un eficiente posibilismo y con una libertad integradora”, Etxenike alabó su inagotable ansia cognitiva. “Si Planck dijo de Einstein que tenía hambre de alma, yo diría de Mitxelena que tenía hambre de conocer. Un maestro seguro y un eterno aprendiz”.