Crónica a quirófano abierto de una operación con el robot Da Vinci
SERVIDORA, acostumbrada a entrar al quirófano en camilla, no acierta a vestirse la ropa quirúrgica. Menos mal que la doctora María Luisa Allona, anestesista, sale en mi ayuda. Con los gérmenes fuera de juego, DEIA entra en un quirófano de IMQ Zorrotzaurre para ser testigo de una prostatectomía radical -extirpación de la próstata- con el robot Da Vinci. Una tecnología que ha revolucionado la medicina. “¿Me lavo?”, pregunto repleta de buena voluntad. “¿Qué pasa? ¿que vas a operar tú?”, replica guasón el doctor Gaspar Ibarluzea, un veterano urólogo que en 2006 usó ya en la Virgen Blanca el primer robot que llegó a Euskadi. “Con que no toques nada, suficiente”, añade.
En la sala de operaciones, a los mandos del joystick del Da Vinci, dirige la intervención un cirujano de Milán, Aldo Massimo Bocciardi, que va retransmitiendo todo el procedimiento quirúrgico en inglés. En la mesa de quirófano, sobre el paciente, está su ayudante, aspirando la sangre, -poca, todo hay que decirlo- y una enfermera. El espacio donde trabajan en el abdomen del paciente abarca una superficie de apenas dos centímetros. Casi imposible de manipular con cirugía convencional. “Antes lo hacíamos prácticamente a ciegas, lo que pasa que lo suplíamos con experiencia, y era casi casi al tacto”, dice Ibarluzea que ejerce de Cicerone. “Es como estar operando dentro de una nuez. Y lo que hay que extirpar, la glándula prostática, es como una avellana”, explica gráficamente Mikel Gamarra, especialista en cirugía robótica, y otro guía de excepción.
El robot trabaja a la altura del pubis, pero por debajo. Se han practicado cuatro incisiones de medio centímetro cada una por donde se introducen los distintos instrumentos con un diámetro menor de un centímetro. El cirujano tiene la visión de estar metido dentro de la tripa del enfermo. Sin embargo, para un profano, la pantalla en 3 D sólo muestra vísceras, nervios, vasos sanguíneos y una intervención llena de cortes. Disecciones que parecen salidas de House.
Craso error. Nada que ver con las series de televisión. Hace frío porque, según parece, a los microbios les gusta el calor. No hay música ambiental -aunque se te quedan grabados en el cerebro los pitidos que conectan al paciente con la vida-, y hoy -por ayer- hay en el quirófano, al menos una decena de personas. No en vano, el evento se está retransmitiendo en directo para el congreso de Urología Robótica que se celebra en el Euskalduna y ha atraído a Bilbao a los primeros espadas de la especialidad. Tampoco hay demasiada luz. “En una cirugía convencional hace falta mucha iluminación dirigida al campo quirúrgico. Aquí, lo que se hace es meter la cámara y la luz dentro del abdomen del paciente. Fuera podríamos estar a oscuras, viendo solo las pantallas”, comenta Gamarra, escribiendo un improvisado cuaderno de bitácora.
Observando solo al cirujano es como si operara con una Wii. Sentado frente a una consola equipada con mandos y con una pantalla que le ofrece imágenes reales en tres dimensiones mientras que el paciente está en la mesa de operaciones con cuatro brazos mecánicos que se introducen en su interior. Simula un videojuego en toda regla. No huele. Todo es demasiado aséptico si no fuera porque está separando fibras nerviosas vitales. “Las fibras las rechaza por debajo, las grapa, y la próstata la despeja hacia arriba para quitarla después”, relata Gamarra, detallando cómo la pinza que más y mejor se mueve es una de las tres que maneja el cirujano, “la cuarta que ves es la del ayudante”, matiza. Porque trabajan en la pelvis, en una zona llena de órganos muy delicados que resulta fácil lesionar. “Está junto al recto, el intestino se sitúa por debajo, y encima tiene la próstata”, resume Gamarra.
Un campo minado Por si el terreno de juego no estuviese suficientemente minado, hoy la intervención se complica aún más. “El cirujano ha introducido una nueva variante técnica y es que la vía de acceso a la cirugía es diferente a la normal”, apunta Gaspar Ibarluzea. “Yo, con la cirugía robótica, me encuentro más cómodo haciendo cirugía transperitoneal, es decir, la que atraviesa el peritoneo, que es la habitual, pero este médico ha decidido innovar y estrechar aún más la cancha”, describe. Para Ibarluzea, el Da Vinci fue una revelación. “Lo descubrí en un congreso en San Francisco. Lo ví y estuve esperando que la gente se fuera a comer para colocarme allí. Y cuando probé aquello dije esto tengo que ponerlo en Bilbao como sea y moví Roma con Santiago hasta conseguirlo”, se congratula.
Mientras el robot se convierte en los ojos y las manos del cirujano en un trabajo milimétricamente preciso, Ibarluzea recuerda que cada una de estas máquinas cuesta casi dos millones de euros y que en cada intervención se gastan otros 3.000 euros en material desechable. “Y cada pinza que se introduce en la cavidad abdominal solo tiene cinco usos”, aclara. No obstante, hay una luz de esperanza para que esta tecnología puede ser de uso masivo. “Creemos que próximamente se van a acabar las patentes y van a salir otros robots que abaratarán costes. Ahora estábamos un poco a merced de la empresa porque tenían el monopolio”, critica.
Los doctores creen que los esfuerzos económicos valen con creces la pena porque la gama de aplicaciones se extiende prácticamente a toda la cirugía. “Mira, mira -vuelve a traernos a la realidad quirúrgica Gamarra. Aquí observas cómo el robot nos ayuda a saber qué hay que mantener para evitar efectos secundarios y lo que hay que quitar para erradicar el tumor”. Un tumor, por cierto, que no es visible en ningún momento de la intervención ya que hay que quitar la glándula entera para eliminar el cáncer que sólo se puede operar cuando es de pequeño tamaño. “Además, el Da Vinci nos ayuda a minimizar los problemas que da este tipo de intervenciones que son de incontinencia urinaria y de erección”.
Después de más de dos horas y media, la sutura se convierte, para los entendidos, en un momento mágico. “Mira que preciosidad, esto es lo más bonito”, aprecia Ibarluzea como experto. “Este cacharro es capaz de coser la piel de una uva con una delicadeza admirable”, destaca. Para Gamarra, lo mejor será la rápida recuperación del paciente. “Tendrá, calculo, para cuatro días de estancia en el hospital y una semana más con sonda. Luego se le retira y ya está orinando”. La operación ha salido como la seda. El cirujano robot se ha portado. Bocciardi también. Y los demás hemos hecho lo que hemos podido.
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