Traspasó las puertas del aeropuerto vestida de ucraniana, con un traje de hilo blanco con grecas de flores y una corona floral roja. Fue su forma de agradecer su llegada a Euskadi, y a los brazos de Lide y Daniel, que serán su familia adoptiva durante el verano. Katya Adamenko es una niña de siete años ucraniana, obediente y sumamente expresiva. “Estaba saladísima”, cuenta Lide Álvarez. “Si en Euskadi somos más fríos que en el sur, los de Ucrania todavía más. Pero hemos tenido suerte porque ella desde el primer momento se ha mostrado cariñosa y receptiva”, recuerda.
Esta es la primera vez que la pequeña Katya sale de Dytyatky, su pueblo natal donde se encuentra el checkpoint de Chernobil. Medio pueblo está dentro de la zona de exclusión, y ella vive junto a su madre y sus tres hermanos al otro lado de la valla. Allí las calles no están asfaltadas y no hay ningún tipo de industria, así que para Katya llegar a Donostia ha sido una explosión para los sentidos, y la play, un sueño. “Es una gozada ver cómo se sorprende por todo. Cuando ve la playa se queda con la boca abierta”, relata Lide Álvarez.
Así recuerdan que el viernes pasado pasaron frente a unos escaparates que embelesaron a la pequeña Katya. “El primero era de juguetes y estaba alucinada, como todos los niños. Pero el siguiente era una óptica y le alucinaba del mismo modo. Y también había una agencia de viajes que no tenía más que letreros, pero lo mismo”, añade.
Una zona contaminada
Junto a ella aterrizaron otros 230 niños gracias a la Asociación Chernobil Elkartea. Por culpa de la radioactividad ambiental, estos niños carecen de una salud fuerte. Por este motivo, cada año vienen a familias de acogida durante dos meses para disfrutar del aire limpio y la comida sin contaminar de Euskadi. La respuesta de las familias ante esta situación es mejor cada verano. Esta vez han podido disfrutar de esta experiencia purificadora 45 niños ucranianos.
A pesar de provenir de un lugar tan distinto, Katya se maneja perfectamente. “El primer día que salimos a andar en bicicleta, cuando había una carretera o una acera estrecha se bajaba y cogía la bici con la mano, porque en su pueblo no hay carreteras. En su casa tampoco tienen agua, pero se apaña muy bien con los grifos”, explica esta pareja de periodistas. Para Lide Álvarez y Daniel Sánchez, esta es su primera experiencia como padres, y aunque se confiesan encontrarse “agotados” de juguetes y atenciones, reconocen que, sobre todo, están “encantados”. La casa “ha dado un giro de 180 grados” con la presencia de Katya. Pero Lide Álvarez es una experta en este mundo, puesto que lleva 10 años de voluntaria en la asociación y conoce “cómo evolucionan, y cómo se comunican” estos niños.
No es una barrera
“Sé alguna palabra suelta de ucraniano y ella dice que yo le entiendo, pero nos comunicamos como podemos”, apunta Lide. Entre las señas y la expresividad de Katya, hacerse entender no es una barrera para esta nueva familia. “Tú no sabes lo que te está diciendo, pero por el tono y la cara de pilla ya sabes cuándo te quiere llevar al huerto”, bromea. Ya está empezando a entender algo. De hecho, el otro día en la comida “yo terminé la primera y dijo: ¡Lide txapelduna!”, cuenta. Pero Katya tiene una cómplice. La prima de Lide también ha traído a una niña de acogida, con quien puede desahogarse en ucraniano. Poco a poco, la niña va cogiendo confianza y sale de su papel de hermana mayor. “Tiene que ser un poco bicho porque tiene dos hermanos menores y otro mayor”, dice con curiosidad por seguir conociéndola. Daniel y ella se han percatado de que le gusta llamar la atención y creen que es porque su madre tiene que repartirse con sus hermanos. “Eso también la hace ser muy autónoma, se viste sola, recoge... Hace de mayor”, completa. A veces es incluso demasiado responsable, y durante la estancia en su nueva casa donostiarra “tiene que ser una niña”.
“Todavía estamos a la expectativa de conocerla, porque parece bastante traviesa”, añade Lide Álvarez. La idea del programa es una acogida continuada, es decir, que vuelvan todos los años que puedan para crear un vínculo. “Si podemos, tomamos el compromiso a largo plazo. A día de hoy estamos dispuestos a que venga hasta los 18 años. Creo que es lo mejor que he hecho en bastantes años”, sentencia.