La increíble magia de la ciencia
Magos y neurólogos aúnan conocimientos y esfuerzo para comprender más a fondo cómo funciona el mayor superordenador de la historia: el cerebro humano.
El truco nunca falla, pero nuestro cerebro sí. Ahí radica el gran misterio de la magia y, también, el ámbito de estudio de un número reducido de grupos de investigación que tratan de encontrar la relación entre el ilusionismo y la ciencia. El objetivo: comprender más a fondo cómo funciona el cerebro humano. Entre estos equipos se encuentra el de Luis Martínez Otero, un neurólogo del Instituto de Neurociencias de Alicante, y Miguel Ángel Gea, un mago que a lo largo de su carrera ha obtenido importantes galardones como el del Mago del Año (2000) o el Gran Premio Extraordinario (2004) y que apuesta por la potenciación de este arte.
“Interés por la magia ha habido siempre, pero la capacidad para sacarle jugo desde el punto de vista científico la tenemos ahora”, explica Martínez. Según datos que ha podido reunir, los primeros grupos de investigación que se dedicaron a analizar este arte datan, por lo menos, del siglo XIX. Desde entonces, asegura, se ha conseguido avanzar mucho, aunque todavía no alcanzan a comprender científicamente buena parte de las estrategias que utilizan los magos. “Si nuestros test funcionan en el 60% de los casos nos damos con un canto en los dientes”. Los ilusionistas, sin embargo, consiguen resultados del 100%. ¿Cómo?
El cerebro no tiene acceso directo al mundo, sino que obtiene la información a través de la retina. No obstante, estos datos solamente están en dos dimensiones. “Más tarde, tras diferentes procesos, el cerebro construye la tercera”, explica Martínez. Para ello, han de cotejarse infinitas soluciones posibles, con lo que se resuelve el problema de manera estadística aunque no siempre acertada. “Y de eso es de lo que se aprovechan los magos”.
En la actualidad, neurólogos como Luis Martínez Otero se encuentran estudiando las diferentes estrategias que utilizan los magos para jaquear el cerebro. “Muchas de ellas son completamente nuevas para nosotros y nos aportan información que ni siquiera sabíamos que existía”. Se augura que el ojo humano solamente distingue un 5% de todo aquello que hay dentro de su campo de visión. La máxima de Martínez: “Si averiguamos cómo somos capaces de ver, comprenderemos mucho mejor cómo funciona el cerebro”.
Del truco al concepto La neurociencia, entre otras cosas, investiga los fallos y aciertos perceptivos del cerebro. Miguel Ángel Gea, mago de profesión, comenta que es en el último siglo y medio en el que los ilusionistas han empezado a querer generar una conciencia y una consciencia de lo que se hacía de forma intuitiva, de intentar comprenderlo. “Tenemos un conocimiento adquirido por una herencia que se ha ido descubriendo por el sistema de ensayo-error”. Los científicos, por su parte, buscan el análisis y conceptualización de esos procesos cerebrales de los que se aprovechan los magos.
Aun así, Gea destaca que los intereses de ilusionistas y neurocientíficos no son los mismos: “Ellos buscan el conocimiento y nosotros la aplicación de ese conocimiento a nuestro arte”. Además, también defiende que la magia no es la ciencia que aún no entendemos. “No es aprenderse un juego de memoria y reproducirlo, sino que va mucho más allá”. Por tanto, explica que mientras la ciencia tiende a aislarlo todo y analizarlo en un laboratorio, este arte consiste en conjugar muchos elementos.
Uno de los pilares del ilusionismo es la desviación de la atención. Ni ver la trampa, ni sentirla ni olerla; esa es la clave de la magia según Gea: que el espectador se quede totalmente vacío de explicación. “Y dentro de ese vacío aprovechar a meter una emoción que haga surgir el sentimiento de vislumbre”. No obstante, asegura que no es tan fácil como parece. “Cualquiera puede hacer trucos con cartas, pero hacer sentir magia, de la verdadera, ya no”. Por ello, opina que lo que están estudiando los científicos no es la magia en sí, sino algunas de las herramientas que utilizan los ilusionistas para crear esa sensación mística.
La magia de la electricidad De todas maneras, antes de que la ciencia posara su mirada en la magia, la magia ya se había fijado en la ciencia; sobre todo en la tecnología. Un ejemplo serían los autómatas del siglo XIX. Otro, la electricidad: hubo un mago que con un chasquido era capaz de encender todas las velas de un teatro. “La gente se quedaba flipada hasta que se popularizó la energía eléctrica”, explica Miguel Ángel Gea. Aunque el mayor truco de los ilusionistas ha sido y todavía es aquel que ahora conocemos como el séptimo arte: el cine.
“Los magos éramos los embajadores de la tecnología, los primeros que llevamos aparatos novedosos en nuestros espectáculos por el mundo”, asegura Gea. Después de todo, en el origen, científico y mago se mezclaban en una figura única. Aun así, incide en que “la magia es un arte, con connotaciones de ciencia pero un arte, después de todo”.
Para que esta disciplina recupere su antiguo esplendor, Gea opina que ha de potenciarse, por ejemplo, con estudios de magia: en Estado Unidos y en Corea ya existen universidades de magia. “Hay mucha endogamia entre los magos y eso tiene que cambiar para poder evolucionar”. En cierto modo, compara este arte con la música: “Por mucho que haya millones de músicos sigue sin perder su magia”. La renovación, ese es, vaticina, el futuro de esta disciplina. “El ser humano, al fin y al cabo, es adaptativo”. Y la magia no va a ser menos.
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